Pandemia, nueva mentalidad, muchos viajes y masificarlo todo

 

 

Miguel del Río | 30.11.2025


 

 

 

 

Ahora nos ha dado por viajar, no mucho, muchísimo. Hay urbes, Barcelona, París, Atenas, donde cualquier día de la semana, no cabe un turista más. Esto no es sano para las ciudades y pueblos, y los primeros que lo saben y padecen son los propios habitantes de estos lugares tan concurridos. Se empiezan a tomar tibias medidas, aunque nada como la concienciación ciudadana, contando lo que pasará si seguimos así. Y la verdad no es otra que hay que evitar acudir todos a un mismo lugar y al mismo tiempo, lo que a fin de cuentas es la masificación insoportable, a combatir, que se padece.

 

Si en el mundo somos actualmente 8.000 millones los habitantes, y solo en 2024 más de 1.400 millones salieron de su país para visitar otro, es que dentro de nuestras cabezas ronda la idea de cumplir sueños, en este caso viajar, y me pienso que tiene mucho que ver con la pandemia vivida, y el vuelco que ha supuesto para muchas personas en su manera de ver pasar la vida. También lo cree así la Organización Mundial del Turismo. Pero hay que sumar a quienes piensan en las redes sociales como causa de este impulso a volar de un lugar a otro, o formar parte de las operaciones salidas a la española: todos a visitar el mismo lugar y al mismo tiempo 

Es bien cierto que las cifras totales se viajeros se disparan hasta llegar al vértigo, y la consecuencia es la petición vecinal de medidas urgentes, tanto en los destinos habitualmente super llenos, así como en ciudades y pueblos que, de repente, se ven desbordados y sus habitantes literalmente invadidos. Nunca antes habían experimentado tal masificación, el overtourism, en inglés: “Crecimiento excesivo de visitantes que hace que un lugar se masifique y los residentes sufran las consecuencias y cambios permanentes en sus estilos de vida, su bienestar social y su acceso a los servicios y bienes comunes”. No está mal explicado, aunque no aparecen otros lastres, como el deterioro del medio ambiente o el aumento del coste de vida para los residentes.

Los números no engañan. Francia, con 100 millones, ostenta el primer lugar de elección de viajeros, que se dice pronto. El segundo puesto lo ocupa España, con 94 millones. Aquí animamos a que un buen día sean 500 millones los que aterricen. Hay regiones, como Baleares (“Mallorca no está en venta”), donde en verano conviven16 turistas por residente, y si hablamos de Canarias (“No es turismofobia, es canaricidio”), reciben anualmente 14 millones, con lo que a duras penas soportan semejante presión turística, lo que allí genera ya marchas y protestas habituales para poner orden en la convivencia urbana. Saliendo de nuestro país, en el mundo hay ejemplos que cuesta creer, como Nueva York. Recibe anualmente 300 millones de viajeros. Es una auténtica barbaridad, ante lo cual no existen planes concretos, pero ya se ha generado en estos puntos un doble malestar de residentes fijos y turistas, que no pueden acudir a enclaves determinados ante la gigantesca avalancha humana que se da a diario.

Dentro de Europa, lo de Paris, Barcelona (no más hoteles ni pisos turísticos), Ámsterdam (desaniman activamente a los turistas para que no vayan), Roma, Venecia (tasa diaria) o el Vaticano, son caso aparte. Se ha llegado al extremo de que son más los de fuera que los de dentro. Pensemos en el caso de la ciudad de las góndolas, con poco más de cinco kilómetros cuadrados de superficie, llegando a acumular 392 visitantes por cada veneciano. En el Vaticano, donde viven mil personas, la presión asciende 7.709 visitantes por cada empadronado. De todas formas, sé que me fijo en conocidísimos destinos vacacionales, pero esta realidad se vive desde hace ya varios años en pequeñas ciudades y pueblos españoles, donde las protestas de los residentes van en aumento, ante la falta de medidas gubernamentales concretas que recuperen ese razonable equilibrio.

Cantabria, con Santillana del Mar, Potes o Noja, aparece en la lista de los pueblos españoles con más presión turística durante el verano. También está Llanes (Asturias), Roquetas de Mar (Almería), Conil de la Frontera (Cádiz) o Cadaqués, en Cataluña. Entre las 25 capitales de provincia más concurridas en verano, Santander aparece en tercer lugar. La capital de Cantabria está subiendo muchos enteros en lo que a turismo se refiere.

Pero es ya momento de abordar los problemas descritos en la definición de masificación, que les recuerdo: saturación en cuanto a suministros de energía y agua, gran deterioro del medio ambiente, algo que ha ido a peor por culpa principalmente del poco cuidado que tenemos, y acabo con el coste de la vida en estos lugares privilegiados, algo que, si ahora ya es inasumible, cuando llegan épocas vacacionales, se convierte en precios solo para los que tienen un alto nivel de vida.

Entonces, ¿qué hacer antes de que los 1.400 millones que se desplazan ahora se conviertan en el doble? Lo primero es que esto hay que debatirlo a nivel mundial. El bolsillo y lo que cuesten las cosas es el mejor freno para parar muchas malas costumbres, y volver a la normalidad anterior al Covid de 2019. Los pisos turísticos han metido a los viajeros en los barrios, y esto ha alterado la normal convivencia dentro de los mismos, por lo que no choca que hayan puesto el grito en el cielo, y ya muchos Ayuntamientos estén cortando por lo sano. Lo de Venecia, 5 euros por un solo día de visita, y cupos de visitantes para ciertas zonas, tiene pinta de propagarse. Se trata además de una ciudad única en constante peligro de ser devorada por las aguas. Machu Picchu, en Perú, es otro buen ejemplo: 2.500 visitantes al día.  El número para la Acrópolis de Atenas está limitado a 20.000 personas diarias. Si esto es cuidar el patrimonio de la humanidad, creo que se hace necesario replantearse la cuestión.

Hasta hoy, las promociones turísticas han sido llamadas a visitar países y regiones. Esto está cambiando. Ha nacido el Demarketing. Se trata de “disuadir a los visitantes, temporal o permanentemente, de visitar un sitio saturado”. El destino puede optar por dejar de publicitar por completo, como en el caso de Países Bajos. Hay otros lugares donde han empezado también a utilizar un lenguaje claro y directo, especialmente en Internet: “Difícil acceso”, “espacio reducido” o, directamente, “masificado en verano”.

La sinceridad y lo que ocurre, malestar creciente, es la mejor opción, hacer ver al público lo que hay, y que luego decidan. Al tiempo, se está proponiendo   menos cruceros y promover viajes fuera de temporada, pero nada como la decisión tomada en el seno de las propias ciudades y pueblos, mediante la acción directa de sus gobiernos y ayuntamientos. El reto es estabilizar una situación que se nos ha ido a todos de las manos. En cuanto a nosotros, y esta nueva mentalidad, hay que buscarse hobbies, porque no todo es viajar.

 

 

Miguel del Río