Cuando acabe de leer esta opinión cerrará un bar de pueblo

 

 

Miguel del Río | 07.04.2024


 

 

 

 

 

El declive definitivo de los pequeños pueblos, aquellos en los que habitan menos de 200 vecinos, llega cuando echa el cierre definitivo el único bar con el que contaban. El gran abandono, haciéndoles sentir que no importan, bien que se lo ha hecho notar la banca, en su huida mediante el cierre de toda sucursal. Poco sentido tiene también un pueblo sin un banco o caja de ahorros cercana. No lo pienso yo, lo sienten ellos como habitantes incluidos en un nuevo concepto surgido de una España vaciada o de reto demográfico ante el que actuar. Y eso es precisamente lo que esperan: que se actúe, mejor con inversiones que con ideas disparatadas.

 

Es una verdad de Perogrullo que las puertas se le cierran hoy al campo por tres cuestiones fundamentales. La primera atiende al envejecimiento de su población. La segunda, que no hay relevo generacional, ni para cultivar las tierras, ni para atender las cuadras. Y la tercera, porque cada vez se les va dejando sin servicios básicos, lo que incluye desde la gasolinera, el médico o la ambulancia. De las tres, es en esta última circunstancia en la que más me voy a centrar.

Resulta bastante hipócrita que, desde los gobiernos de todo signo, ya sea el nacional, autonómicos o municipales, se aborde la despoblación con apariencia de preocupación, pero no haya ningún gesto real, respecto a ubicar en zonas rurales nuevas inversiones de índole empresarial, de ocio o culturales. Al contrario, se les ha ido quitando servicios en la medida de que han abandonado los lugares bancos y cajas de ahorros (también sin cajeros), entidades de lo más diverso, y ya veremos lo que pasa con Correos y el necesario apoyo asistencial e igualmente educativo. Por no quedarles, cierran hasta los bares, tradicionalmente reconocidos como el “punto de socialización de pueblos pequeños”. En la última década, un 10% de ellos han cerrado definitivamente sus puertas, ahondando así más en el pensamieto de abandono y discriminación que se siente dentro de esta España que bien poco interesa. Seguramente, al acabar de leer esto, un nuevo bar de pueblo eche para siempre el cierre.

Quien busque de buena fe la causa es seguro que la encuentra en la falta de servicios y entretenimiento, y a lo anterior hay que sumar ausencia de recursos económicos, trabajo, y, con ello, nulo porvenir. Escuchar a los jóvenes agricultores y ganaderos españoles hablar sobre su futuro, y todos los obstáculos legales y administrativos que encuentran en el camino, abre realmente los ojos sobre la auténtica realidad del porqué de la disminución de la población rural. En las ciudades no hay visión ni soluciones al respecto. Tampoco en muchas de las Administraciones que se ubican en las urbes, pero nunca en los pueblos. Esto, claro está, ahonda también en notorias  diferencias, en el sentido de los cuantiosos servicios y de todo tipo que hay en los municipios grandes, mientras los pequeños menguan, con permiso del Gobierno, en las pocas contraprestaciones de que gozaban, como las citadas sucursales bancarias, que nunca debieran de haber desaparecido de estos enclaves.

Cuando no se hace otra cosa que restar en vez de sumar, tengo la sensación de que para bien poco servirá la protección en España que el Congreso de los Diputados dispensa a los bares de pueblo por su función social. Ahora, los pocos negocios que van quedando, situados en localidades de menos de 200 habitantes, tienen la consideración de entidades de economía social. Para entenderlo mejor, se homologa a estos establecimientos con cooperativas, mutualidades, fundaciones, sociedades laborales, empresas de inserción, centros especiales de empleo, cofradías de pescadores o sociedades agrarias.

Lo que sucede es que un bar sin entorno termina por no tener sentido. Si encima lo unimos a la edad media de sus propietarios, y la falta total de interés de sus descendientes por seguir con el negocio familiar, las soluciones actuales son pan para hoy y hambre para mañana. Tampoco se puede estar a los posibles visitantes que lleguen en fin de semana, procedentes de las ciudades. Esto es una verdad a medias, ya que hay que regresar a la cuestión imprescindible de que, sin atractivos culturales, de ocio y estancias en las que hospedarse, bien poco se puede esperar. De ahí lo de inclinarse mejor por lo de invertir de verdad en estas zonas, no en un pueblo concreto, pero sí en la amplia comarca a la que pertenezcan.

Pese a todo, creo que cada medida que se pueda tomar, proveniente de la Administración que sea, ha de ser bienvenida, porque menos es nada. La ley tramitada en 2023 en el Congreso incide en un hecho que sí parece incuestionable. Existen estudios que demuestran que en los municipios donde se cierra un bar o tienda, al tiempo se incrementa en sus habitantes las ganas de marcharse a otros lugares donde puedan disfrutar realmente de mayores y mejores comodidades.  Desde luego, el peor ejemplo lo ha dado la banca. Y también que el desorbitado cierre de sucursales en todas partes, ya que ni las ciudades se salvan, haya sido avalado desde el propio Gobierno y la Unión Europea. A este respecto, como proteger los bares pequeños, el Congreso no ha dicho aún nada, que yo sepa, sobre que municipios enteros no tengan dependencias bancarias y siquiera un cajero automático en el que disponer de su propio dinero. A lo que se ve, no basta con todo el dinero público que se les facilitó, 60.603 millones a fondo perdido, con motivo de la última gran crisis económica padecida.

Inversión. Es lo que realmente necesita como antídoto el problema de la despoblación. En España coinciden ahora dos modelos de actuación ante este reto, un plan estatal para atajar esa despoblación, con una insuficiente dotación de 10.000 millones procedentes de los fondos europeos, y el nuevo Modelo de Desarrollo Rural de la España Vaciada, diseñado por numerosas plataformas de afectados en pueblos y municipios de todo el territorio nacional. Si lo del sentido social de los bares está bien, mejor será lo que realmente piden. Empezar por un pacto de estado contra la despoblación y por el reequilibro territorial. Extender la banda ancha y los servicios públicos básicos, que todas las localidades tengan una autovía a una distancia máxima de 30 kilómetros, y que cada municipio se encuentre a un máximo de 30 minutos de desplazamiento a los servicios básicos. Por último, destaco especialmente dos cuestiones de este proyecto, ya que es mirar a la juventud e incentivarla a que se quede: un plan urgente de vivienda en el medio rural, y a la desconcentración de las distintas Administraciones. Así es como subsisten los bares y tiendas que quedan en los pequeños pueblos;  incluso, a lo mejor, se abren más, y puedan acometer estas iniciativas empresariales jóvenes emprendedores de esos pueblos.

 

 

Miguel del Río