Toda mala situación conlleva mentiras (Gabriel García Márquez)

 

 

Miguel del Río | 23.02.2022


 

 

 

 

 

El afán general que tenemos por salir de una pandemia, de regresar a momentos más felices, está pendiente de comportamientos y decisiones que se toman en las alturas, y que tiñen de inestabilidad el panorama. En muchos aspectos, nos dejamos engañar mediante noticias, chismes y valoraciones que, lejos de ser verdad, lo cierto es que son mentiras. Ya que saco el tema, apunto que otro peligro es acostumbrarnos a que esto sea así, sin hacer nada para exigir la toma de buenas decisiones, y rechacemos confrontaciones que ponen en peligro el progreso y, más allá, la paz.

La idea más concluyente que arrojó El coronel no tiene quien le escriba, uno de los grandes libros escritos por Gabriel García Márquez, es que lo peor de toda mala situación es que lo obliga a uno a decir mentiras. El Nobel era ante todo periodista, creó escuela, especialmente de cara al periodismo de investigación y el papel crítico que debe jugar frente a dictaduras, genocidios, injusticias y corrupciones, además de poner el acento en el primer compromiso ético para todo profesional de la información, tal es buscar la verdad.

Tan alterados como están ahora los conceptos, conviene primeramente aclarar qué es la verdad y qué es la mentira, dado también que los programas educativos, en especial el español, son tan esquivos a reforzar en la escuela la ética y los valores esenciales que conlleva. El control de las materias dentro de la enseñanza ha estado siempre en los planes de Gobiernos e ideologías. El por qué y para qué está más que claro. De lo que se trata, ante todo, es de no potenciar conciencias críticas, hasta llegar a recoger, como ocurre, los malos frutos de sociedades paralizadas, que poco o nada tienen que decir ante decisiones que se toman, aunque sean injustas, aberrantes, discriminatorias, o faciliten la riqueza de grupos sociales concretos en detrimento de otros. Puede resultar fácil que los medios de comunicación, dependiendo de quien los controle, de sus propietarios reales, entren también en este juego. Aunque, actualmente, quien mejor sabe de mentiras, difamación o noticias falsas, porque es libre de hacerlas circular, son las redes sociales. ¡Todo un despropósito!

Volviendo a la verdad y a la mentira, la diferencia es sustancial. La primera habla de la conformidad entre lo que una persona manifiesta y lo que ha experimentado, piensa o siente. Y respecto a la segunda, mentir, se explica desde decir deliberadamente lo contrario de lo que se sabe, se cree o se piensa que es verdad, con el fin de engañar a alguien, hasta conducir al error o a un razonamiento falso, que es lo que se hace mayormente en este época de Covid, olas de contagios, eficacia de vacunas, estadísticas de muertos, encuestas de intención de voto, fondos europeos, salida de la crisis, estado real de ánimo de nuestros sanitarios, realidad de las cuentas económicas de los Estados o lo que hay detrás del jugar a la guerra nuevamente entre Rusia, Ucrania, Estados Unidos, la Unión Europea y la OTAN.

La gente no quiere preocupaciones. Lo oigo a diario: “¿Cuándo se acabará el coñazo el Covid?”; “hablemos de temas diferentes”; “hay que volver a vivir y hacer las mismas cosas de antes”. Cada vez que alguien me lo dice, se me queda cara de tonto, por eso de que pareciera que a mí me gustan todos los malos rollos que se suceden, aquí, fuera, y en la frontera ucraniana.

En temas cruciales, como puede ser una guerra en suelo europeo, puede que algún día sea ya tarde para alzar las voces y movilizarnos por la paz. Nos ha sucedido con la aparición de esta pandemia y quien o quienes la han propiciado, y con qué fines. Cuando ya la tuvimos encima, fue demasiado tarde para reaccionar. Evidente: lo teníamos que haber hecho antes, con más conciencias críticas, con más presión social, con peticiones bien claras y en voz alta, para que se respete el mundo que nos gusta, el de la convivencia, y rechazando las armas químicas, bacteriológicas, además de conflictos de guerras frías como ahora se pretenden recuperar. Muy a nuestro pesar, que queremos esa sociedad feliz, se ha vuelto a eso, a las relaciones de frialdad y desconfianza. Y se nos miente con demasiada facilidad, tanta, que no reaccionamos. Pareciera que no hay contestación frente a los montajes que se presentan sobre muchas cosas, que se difunden con una manipulación bien engrasada.

En demasiados aspectos, se echan en falta pilares levantados en el siglo XX. Nunca me harté entonces de oír palabras como democracia, libertad, derechos, progreso, ética, valores, compromiso, concordia, igualdad, información libre y veraz, mesas por la paz, oportunidades para todos, medio ambiente, herencia digna para las generaciones venideras y, por supuesto, cultura y dentro de ella la aparición de las corrientes creativas. Acepto ser tachado de alarmista por decir que muchas de estas claves están relegadas. Y así es de no luchar, siempre, por ellas. Cada generación goza de una forma de vida que ha labrado el buen trabajo hecho por otros con anterioridad. Los primeros veinte años del actual siglo no vienen aportando demasiado bueno, girando todo como gira en torno a virus, crisis, polémicas, enfrentamientos y conflictos. Hay que sumar a todo ello una tendencia a construir hechos en base a la mentira, la distorsión y consiguiente manipulación. Es el otro gran virus del momento, del que no saldremos bien si lo asumimos como costumbre afianzada en nuestra cotidianidad. La verdad, como valor esencial, se enseña, y exige esfuerzos y cumplimientos. Es una necesidad a recuperar, ya que no abunda en la educación que se imparte ahora. Y no es mentira.

 

 

Miguel del Río