El botellón, que nació para quedarse, aliado Covid imprevisto

 

 

Miguel del Río | 05.07.2021


 

 

 

 

 

Que el botellón no hay quien lo pare es tal cual. Aunque mosquea muchísimo que sea tan insolidario con el grave momento sanitario que atravesamos. Las miradas se fijan en los jóvenes, su desdén, sus padres, hasta recalar en la educación. A ver, el botellón es como es España, la que hemos hecho, y de ahí ha surgido esta tendencia social que no se reconoce, aunque es un hecho que desaparecerá por sí solo, cuando surja otra manera de ocio, hoy por hoy, lejana. Lo que no quita que ahora, con el Covid, haya que pedirles a los jóvenes un actuar con más cabeza.

 

Esto es lo sabido: en invierno, la imagen se repite cada fin de semana, y en verano la cita pasa también a días laborales, porque los estudiantes están ya de vacaciones. Se llama el botellón. Son sus enemigos la hostelería, en la que no se dejan un euro, ya que el botellón se inicia con la compra en los supermercados del avituallamiento que demandan los jóvenes para sus multitudinarias quedadas. La chavalería pulula por las ciudades, bolsas en mano que guardan las bebidas, hasta llegar al punto de encuentro. Es otra foto fija en la urbes, con vecinos que protestan, basuras extras que se acumulan, policías locales que expiden sanciones que pagarán posteriormente los progenitoresmientras instituciones como delegaciones del gobierno o ayuntamientos no dejan de recibir quejas que quedan archivadas.

Hecho el resumen, ahora que son tiempos del Covid, los botellones cobran mucho más protagonismo, ya que estas concentraciones juveniles, más los viajes estudiantiles, han disparado la propagación de contagios, poniendo nuevamente en peligro la economía hostelera, al turismo, incluidos desplazamientos vacacionales entre regiones. Así, inesperadamente, ha regresado el fantasma del cierre de municipios, bares, restaurantes y ocio nocturno, y el fuego cruzado de culpas es intenso. Unos miran solo a los chavales; otros a los padres consentidores; todos a las autoridades, por no ejercer sus competencias, y también sale al ruedo la educación, tildada de calamitosa en este sentido. Tampoco se libran quienes venden los licores, acusados de ir solo al negocio.

Puede que en todo lo anterior haya un poco de razón, pero ni he oído ni tampoco leído que el botellón es una tendencia social, como en los años 70 y 80 del siglo XX, los que somos padres ya de cierta edad, tuvimos nuestra forma de ocio que, en una gran parte, consistía en regresar a casa de madrugada tras largas juergas, de garito en garito, y copón que te crio. Por eso, no sé si muy a mi pesar o no, ya les digo que el botellón no tiene solución, porque los chavales, salvo la prohibición de beber en la vía pública, quedan libremente, se mueven libremente, se concentran libremente, y no hay ley que pueda alterar esta combinación de derechos individuales, que cada cual ejerce como mejor cree, aunque con el Covid acechando no sea precisamente la mejor idea llenar plazas y calles sin distancia alguna. De todas formas, cuando oigo que el botellón se soluciona con ocio alternativo, me entra la risa.

 

“No hay ley que pueda alterar derechos individuales, aunque con el Covid no sea precisamente la mejor idea llenar plazas sin distancia alguna”

 

Por otra parte, España ha sido siempre excesiva en todo, y de ahí el número millonario de turistas que acuden a nuestro país, y de igual manera los jóvenes extranjeros que vienen aquí a beber en la calle, en tantos lugares de la geografía nacional, que no es que hayan hecho en el tiempo demasiados ascos a llenar de dinerito las arcas del comercio de la ciudad

Una cosa sí hay que recriminar a estos jóvenes y a sus familias. Me parece muy bien que se diviertan, pero su insolidaridad para con el resto de la sociedad es indecente en momentos tan delicados de Coronavirus. No hemos sabido meterles en su cabezota (tampoco ellos han puesto mucho de su parte) que la pandemia es cosa de todos, y que su mal comportamiento es pernicioso para el conjunto de los ciudadanos, como está ocurriendo ahora con unas cifras de contagio disparadas en todos los lugares, especialmente en Cantabria. Desde el principio de la crisis sanitaria se han creído inmunes, hasta llegar a actuar como tal, pero va a ser que no es así. Incluso cuando la han hecho gorda, como unos viajes de estudios que no tenían que haberse dado, ponen junto a sus padres el grito en el cielo por ser sometidos a una cuarentena que no quieren hacer. No hay palabras hacia tan intolerable actitud, así como el excesivo tiempo que les han dedicado las televisiones, y que han utilizado como su minuto de oro para trasladar que pueden hacer lo que quieran, cuando les venga en gana.

Otra cuestión, la que más apena, es su mirar para otra parte con los casi cien mil españoles que tan injustamente se ha llevado por delante el Coronavirus. Cuando estábamos en cuarentena, muchos de estos jóvenes salían a aplaudir a nuestros sanitarios, y su labor heroica por salvar a un país de la tragedia que se cernía. Parece que no lo sentían tanto. Parece que han olvidado muy rápido. Parece que una cosa son los gestos de terraza y otra muy distinta las concentraciones masivas, el botellón, todos apretaditos, sin mascarilla que valga y, claro, como resultado, el Covid está desbordado. Una vez más, en la crítica y consecuencias del ahora, hay que hablar del lamentable discurso oficial, desde el principio de la pandemia. Pasaba lo que pasaba, pero se trataba de minimizarlo todo a través de mensajes manipulados y emitidos especialmente por las televisiones. Así se hizo, y ahora recogemos las malas consecuencias, como muchos vaticinamos.

 

“Cuando estábamos en cuarentena, muchos jóvenes salían a aplaudir a nuestros sanitarios. Parece que han olvidado muy rápido”

 

 

Miguel del Río