La gestión del coronavirus genera inseguridad

 

 

Miguel del Río | 08.03.2020


 

 

Al aumento de contagios y muertes por coronavirus no se le puede denominar normalidad. No las tengo todas conmigo de que en España se esté haciendo todo lo debido para frenar la enfermedad, empezando y acabando en que, si hay que suspender eventos para mayor seguridad de todos, se hace y punto.

 

Truman Capote, grande entre los grandes del Nuevo Periodismo, solía decir que las palabras le salvaban de la tristeza. En los sesenta, cuando el periodismo pasaba por uno de sus peores momentos, como ocurre ahora, Capote y otros de la talla de Tom Wolfe, Gay Talese o Joan Didion (son muchos más), llegaron para contar mejor las cosas que pasaban, publicando los trapos sucios, tejemanejes del poder, y hacer dimitir incluso a todopoderosos presidentes como el norteamericano Richard Nixon, que practicaba espionaje y acoso con sus enemigos políticos. Esta última fue una exclusiva de dos periodistas veinteañeros, Bob Woodward y Carl Bernstein, un hecho que forma ya parte de la historia del periodismo y que lleva por nombre Caso Watergate.

En aquellos años del añorado periodismo que se apoyaba en la literatura, los virus más temidos eran la viruela, que mató en el siglo XX a 300 millones de personas, y el sarampión. No eran nuevos, ya que desde la prehistoria estamos acechados por las bacterias. Han ido en aumento a medida que la civilización humana prosperaba, primero con la agricultura y la ganadería, después con la industria, y hoy con las tecnologías para todo, que nos hace más incivilizados porque ya no leemos. Así entramos en el XXI, pariendo  uno nuevo, el cabrito coronavirus. Dicen que en el futuro conviviremos con él como si tal cosa, en una situación que los que saben de esto asemejan a la gripe común, que no tiene mejor cura que una semana en casita, con la bata puesta o metidos en la cama. También con el coronavirus te recetan aislamiento.

De todas formas, hasta llegar ese horizonte en que el coronavirus forme parte de los padecimientos habituales con tratamiento, antes tiene que dejar de acojonar, como ahora, en el mundo entero. Por eso, parecido a consultar una bola de cristal, se busca entender las prevenciones sanitarias oficiales, cumplirlas empezando lo primero por las Administraciones, hasta que llegue la vacuna que estabilice lo que ahora está descontrolado, por miedo al contagio, por temor al parón económico, por evitar desgastes políticos, y por desconocimientos que provocan esperar lo que se hace frente al también llamado COVID-19, en el país vecino, la ciudad o el pueblo de al lado. Los de hoy no son ya tiempos precisamente para seguir inmersos en aquello de hablar y escribir de forma políticamente correcta. Honestamente, pienso que ya no vale en el periodo presente, y a la improvisación hay que llamarle en voz alta eso, improvisación, e igual a la inseguridad.

 

“No son tiempos para escribir de forma políticamente correcta. A la improvisación hay que llamarle improvisación e igual a la inseguridad”

 

Cómo entonces se puede calificar que la población haya terminado con las existencias del gel limpiamanos, y no hablemos de las mascarillas, que se tienen más en casa a buen recaudo antes que ponerlas para ir por la calle, debido a la falta de costumbre, incluido el ridículo que se pueda llegar a sentir. Hay países, como el nuestro, en que lo cotidiano no es precisamente el lavado habitual de manos, y sí el saludo, tocar el brazo al que hablas, un beso al encontrarse con alguien conocido (o no), y llevarse las palmas a la cara.

Si las personalidades de la política, pero también los referentes sociales en diversos campos, ni lo hacen ni lo muestran, mejor por televisión, cómo lo podemos pedir de manera generalizada. Está visto que la urbanidad y el civismo deben volver a las escuelas y practicarse desde la infancia. Me espero que la nueva ley de educación, ¡otra!, no se parará en estos menesteres, en los que sí lo hace el coronavirus, que no para de contagiar, ya hasta en funerales.

De ahí que otra cosa que se hace mal en España es dudar con las concentraciones de personas, si hay que hacerlas o mejor no. La economía, precisamente las empresas, están dando el ejemplo en ello. Pero la Administración en general se ha instalado en la tardanza de hacer lo mismo, sobre todo cuando estamos hablando de actos innecesarios que no vienen a sumar nada más que la foto de rigor en los medios de comunicación. Aplazar eventos no es el final de nada, y si la prevención de todo. En este sentido, bravo por el ejemplo dado por los colegios de Médicos y Enfermería de Cantabria, suspendiendo todas sus actividades hasta que pase el peligro. Espero que no en mucho tiempo recordemos lo de ahora como una pesadilla pasajera, y también sintamos satisfacción de haber hecho lo debido. ¿Será así? Si se hace lo políticamente correcto, claro.

 

“Aplazar eventos no es final de nada, y sí prevención de todo. Lo recordaremos como pesadilla y satisfacción de haber hecho lo debido”

 

 

Miguel del Río