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¿Creemos en Dios y en Cristo resucitado?

 

Quizás nos hemos convertido en nuestros propios dioses para decidir el bien y el mal, la virtud o el pecado

 

 

 

Francisco Rodríguez Barragán | 18.04.2019


 

La Semana Santa carece de sentido sin la resurrección de Cristo. Sin la alegría del mensaje de la Pascua todo queda en bellas imágenes pero sin trascendencia, sin fuerza para hacernos cambiar.

En cualquier museo podemos encontrar pinturas y esculturas bellísimas que se muestran a nuestra contemplación meramente estética pero sin ninguna finalidad religiosa.

En estos tiempos posmodernos en que nos creemos suficientes para determinar lo bueno y lo malo, el bien y el mal, sin ninguna referencia a un Dios supremo, ni siquiera a una ley natural, como orientación de nuestras acciones, el evangelio de Jesús, su muerte en la cruz ¿nos dice algo?

Pero si es verdad que Cristo murió pero volvió a la vida, la cosa cambia pues significa que después de esta vida hay otra que no se acaba a la que estamos llamados en virtud de su sacrificio, del que todos podemos beneficiarnos si creemos en El, si le seguimos aunque sea en el último momento.

Desde el relato de la creación han estado presentes en nuestro mundo Dios y el demonio, el tentador que deslizó en la oreja de Adán la taimada afirmación de que desobedeciendo a Dios seriamos como dioses, dueños del árbol de la ciencia del bien y el mal. El demonio ha seguido insistiendo a lo largo de los siglos pero con la habilidad de desaparecer de nuestro horizonte. Lo mismo que la gente no cree en Dios también ha dejado de creer en el demonio.

Cuando los discípulos de Jesús le pidieron que los enseñara a orar les dejó la oración del padrenuestro que termina con una doble petición: “no nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal”. No dice en las tentaciones sino en la tentación, la fundamental, la de querer ser como dioses y librarnos del mal, del maligno, del diablo Satanás que se rebeló contra Dios en algún momento misterioso, al grito de “no te serviré”, engañó a la primera pareja humana que perdió el paraíso como nos relata el Génesis, aunque Dios prometió un salvador, un mesías, Jesús el Señor. Arrojado el demonio de la presencia de Dios sigue siendo señor del mundo y continúa sin descanso su guerra contra Dios y los hombres, hasta el fin del tiempo.

¿Acaso no resulta grave que las personas de estos tiempos dejen de creer en Dios y en la ley que fue revelando a través de patriarcas y profetas y por último proclamada por su Hijo Jesús de Nazaret?

Los diez mandamientos son ignorados y ridiculizados. No hay más leyes que las que nos dictan los parlamentos que se dicen democráticos, pero que deciden que el aborto es un derecho, que puede ser legalizada la eutanasia, que las personas pueden decidir sobre su sexo al margen de la biología, que pueden contraer matrimonio personas del mismo sexo, que hay muchos modelos de familia, es decir, la familia como educadora y transmisora de valores ha dejado de existir, que será el estado el que decida la educación de nuestros hijos, que la fornicación o el adulterio son antiguallas descatalogadas, que la relaciones entre hombres y mujeres resultan cada vez más confusas. ¿No tendrá el demonio nada que ver en todo esto?

Ojalá que la resurrección de Cristo, la Pascua que celebramos, signifique un cambio en nuestras vidas y volvamos a confiar en Dios-Padre y en la salvación que nos ofrece Cristo, el Señor.

 

Francisco Rodríguez Barragán