Fe y Obras

 

San José, padre y maestro

 

 

 

05.03.2021 | por Eleuterio Fernández Guzmán


 

 

Este mes es muy especial para un creyente católico (y nos gustaría pensar que también para quien sea cristiano pero no sea católico). Y es que celebramos la memoria de alguien que supo estar a las duras y a las maduras, que manifestó una fidelidad más que fiel y, en fin, quien hizo lo que debía hacer en el momento más oportuno de la historia de la salvación.

En san José concurren muchas circunstancias que lo hacen especial. El trabajo que llevó a cabo a lo largo de su vida y que tanto significaría para Jesucristo, la fe que mantuvo, la fidelidad a Dios que supo cultivar a pesar de las circunstancias adversas por las que pasa su vida, la entrega a María y a Jesús… son aspectos que demuestran que aquel carpintero era de buena madera.

Y José, de la familia de David, también era padre. Adoptivo, pero, al fin y al cabo, padre.

Fue elegido por Dios para llevar a cabo una labor muy importante en la vida de una persona: transmitir unos conocimientos (basándose en la importancia de la laboriosidad en la vida de una persona), ser amoroso con la descendencia, tener en cuenta al hijo según qué clase de persona sea; ser, en definitiva, padre que cuida a quien Dios le ha dado.

Como padre cumplió la misión que le había encargado el Ángel del Señor y supo estar, como decimos arriba, a esas "duras". Así, por ejemplo, lo llevó a Jerusalén para la purificación (Lc 2, 22) o huyó con él, y María, a Egipto cuando se le avisó de que así lo hiciera o se estableció, tras tal episodio, en Nazaret o, también, llevo a Jesús cada año a la Ciudad Santa cada año para celebrar la pascua.

José tuvo que mantener una relación con Jesús como la de cualquier padre de la época con un oficio bien determinado. Tuvo que instruir a Jesús en muchas cosas, enseñarle a trabajar en la carpintería y, seguramente, también tuvo que corregirle sin por ello desconocer quién, en realidad, era aquel niño que crecía “en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres” (Lc 2, 52) tras haber manifestado su verdadera filiación cuando, por decirlo así, se “perdió” (para encontrarse) en el Templo a la edad de 12 años.

Además san José fue custodio. Por eso guardó con cuidado y vigilancia a Jesús y ejerció de tal hasta que subió a la Casa del Padre, seguramente antes de que su hijo adoptivo diera comienzo, con su bautismo en el Jordán, a su vida pública y manifestara, con sus hechos, lo que aprendió de su padre José.

A este respecto, san Alfonso María de Ligorio nos dice “¿Cuánto no es también de creer aumentase la santidad de José el trato familiar que tuvo con Jesucristo en el tiempo que vivieron juntos?” pues al igual que Jesús tuvo que aprender mucho de su padre adoptivo también José hizo lo propio de aquel niño que se le entregó.

Y ahora, para terminar, de las letanías a san José tomamos lo siguiente:

Descendiente ilustre de David.

Lumbrera de los Patriarcas.
Esposo de la Madre de Dios.
Custodio purísimo de la Virgen.
Padre defensor del Hijo de Dios.
Solícito defensor de Cristo.
Jefe de la Sagrada Familia.
José justísimo.
José castísimo.
José prudentísimo.
José fortísimo.
José obedientísimo.
José fidelísimo.
Espejo de paciencia.
Amante de la pobreza.
Modelo de obreros y artesanos.
Gloria de la vida doméstica.
Custodio de Vírgenes.
Amparo de las familias.
Consuelo de los menesterosos.
Esperanza de los enfermos.
Patrono de los moribundos.
Protector de la santa Iglesia.
Padre de nuestra Familia.

 

Son, éstas, características que bien definen a quien, ante la turbación que le produjo el embarazo de María sin saber cómo, se manifestó fiel a la voluntad de Dios y supo ser padre, modelo, consuelo, patrono…

Por cierto, esto que vamos a poner ahora ya lo hemos publicado en esta casa pero creemos que vale la pena y es poner, en boca de Jesús, estas palabras que dice justo antes de entrar en el Jordán a ser bautizado por su primo Juan:

“Jesús, quizá, pensara lo que sigue:

“Nuestra casa era pobre y no demasiado grande. Sin embargo, era suficiente para que vivieran tres personas que tanto se querían como mi madre, José y yo mismo.

La verdad es que José siempre fue un hombre trabajador. Ser carpintero requería paciencia porque, poco a poco tenía que modelar, casi de la nada, algo que pudiera ser útil. Casi, diría yo, como hace mi Padre con los corazones duros que, con paciencia y perseverancia convierte en suaves y tiernos.

José tuvo una vida sencilla pero, sin duda, nada fácil. Trabajador humilde y piadoso creo que era un fiel cumplidor de la voluntad de Dios y que se entregó al cuidado de mi madre y de mí porque era lo que tenía que hacer. Por eso nunca preguntó más de lo que necesitaba saber y en su diaria labor pienso yo que trataría de descifrar, exactamente, lo que se esperaba de él para cumplirlo.

Puedo decir, ahora que ha transcurrido un tiempo desde que se fue a la casa de mi Padre, donde nos espera, que muchas de las cosas que digo a los que me siguen las he tomado de ver a José trabajando y del comportamiento ordinario, común, que tuvo en su vida. No puedo negar, ni quiero negarlo, que en lo humano José fue mi maestro.

Aquel silencio mientras trabajaba; aquella forma de esforzarse sin pedir nada a cambio, tan sólo por el amor que nos tenía; aquella entrega muestra de tantos pensamientos profundos…

Pero no sólo recuerdo su trabajo manual, que nos permitía salir adelante. Algo había más importante en su vida que lo hacía humano y tierno, amoroso y cercano: cuidaba de mi Madre y de mí de una forma tan dulce…

Sin embargo, sabía a la perfección cuándo debía permanecer en un segundo plano adoptando la posición de reconocer quién era yo.

Recuerdo, ahora, como aquella vez que me quedé en el Templo hablando con los doctores de la ley. Cuando, al fin (tres días buscándome debió ser terrible para José y mi madre) dieron conmigo (es que aún no sabían que yo debía andar en las cosas de mi Padre) fue mi madre la que mostró su enfado conmigo. ¡Cómo se puso aquel día!, no sin algo de razón, claro.

Mientras, José miraba y callaba y, aunque mi madre siempre decía que guardaba ciertos momentos en su corazón, como para gozar con ellos o, quien sabe, para entristecerse con ellos, yo siempre he creído que también José gozaba de tan buen depósito de amor.

Bueno, ¡Cómo pasa el tiempo!, Juan está teniendo mucho trabajo hoy en el Jordán. Parece que ya me toca entrar en el agua”

 

S. José, Padre de Jesús, ruega por nosotros.

 

Eleuterio Fernández Guzmán
eleu@telefonica.net