Fe y Obras

 

Noviembre: un mes más que maravilloso

 

 

 

06.11.2020 | por Eleuterio Fernández Guzmán


 

 

Ciertamente, todos los meses del año tienen, por decirlo así, instancias e instrumentos espirituales a tener en cuenta. Así, por ejemplo, el de abril es el que se dedica a la Semana Santa o, en diciembre, al nacimiento del Hijo de Dios, etc.

Por eso, también noviembre, debemos destacarlo. Y es que en el que hace once del año, tanto los Santos como las Benditas Almas del Purgatorio tienen su especial recuerdo y no podemos dejar de decir lo que, por otra parte, es obvio pero que, a fuerza de serlo, a lo mejor olvidamos…

Este mes en el que estamos traemos al corazón a muchos que han sido de los mejores de entre los discípulos de Cristo. Y por eso los Santos, aunque tengan cada día del año su lugar y su rincón, no es poco cierto que ahora mismo los traemos a nuestro lado del corazón donde está lo mejor que Dios ha dado al mundo.

Los Santos son aquellos que han sabido ser hijos del Creador y lo han sido a pesar de aquello que haya podido pasar en sus vidas, las noches oscuras en las que hayan transitado y, en fin, con todo el peso que pudieran haber llevado en su mochila del alma.

Los Santos son ejemplos a seguir. Por eso la lectura de sus vidas nos da alas al alma y nos llena de aquel orgullo bueno (no del que pueda ser egoísta) que nos hace decir algo así como “estos son de los nuestros” y ahí están para ser imitados por todos los que, ni por asomo, les llegamos ni a la suela de sus zapatos, sandalias o fuera el que fuera aquello con lo que calzaron sus pies.

Los Santos son, también y por eso mismo, un camino o, mejor, una señal que nos indica la senda que debemos tomar y seguir para llegar al definitivo Reino de Dios al que llamamos Cielo.

Los Santos son, en suma, los que nos preceden y, por tanto, aquellos que han sabido descifrar en sus vidas la Voluntad de Dios y la han seguido a pesar de lo que pudieran ser muchos pesares.

Y no podemos olvidar, nunca, a los hermanos nuestros cuyas almas están peregrinando por el Purgatorio-Purificatorio y formando parte, pues, de la Iglesia purgante.

Las Benditas Almas, como se las llama, esperan nuestra atención porque quieren, ansían y anhelan limpiar sus manchas lo antes posible y subir al Cielo donde todo sufrimiento habrá terminado y donde todo ha de ser, es, gozo bienaventurado y puerto, al fin.

Las Benditas Almas, como se las llama, han de gozar sabiendo que hay quien, en la Iglesia militante, se acuerda de cómo están y pide a Dios por la mejoría en su situación purificadora.

Las Benditas Almas, porque lo son, es bien cierto que están allí por algún que otro fallo en su vida mundana y por no haber limpiado a tiempo su alma. Sin embargo, ya no sufren de la separación del mundo sino que lo hacen sabiendo que están cerca del Cielo y que aún, aún, aún no pueden pisarlo. Y, entonces, han de mirar al mundo en busca de los que saben de su existencia y no niegan su estado espiritual. Y quieren nuestras oraciones, las necesitan y piden por ellas.

Las Benditas Almas, no lo olvidemos, también pueden pedir por nosotros, por sus benefactores y oradores, pues están, digamos, a un paso del Cielo. Y, aunque sólo sea por eso, deberíamos hincar la rodilla más de una vez en su beneficio y pedir a Dios que las socorra con más intensidad.

Y sí, también sabemos que las Benditas Almas tienen por buena su situación pero, ¡qué caramba!, quieren el Cielo cuanto antes. ¿Alguien las puede criticar por eso?

 

Eleuterio Fernández Guzmán
eleu@telefonica.net