Fe y Obras

Lo difícil que es perdonar

 

 

31.08.2017 | por Eleuterio Fernández Guzmán


 

 

Es bien cierto que lo sucedido en Barcelona apenas hace unos días y las muertes allí habidas no son las únicas que, en los últimos tiempos, han acaecido. Queremos decir que en otros muchos lugares, los que creen, equivocadamente, actuar en nombre de Dios, han procurado y procuran hacer todo el daño que pueden.

El tal daño tiene, como sabemos, un doble sentido: material y espiritual.

Por muy doloroso que sea el daño material, es bien cierto que el otro, el espiritual, es el que queda, el que permanece en el alma por mucho, mucho, tiempo.

Lo que queremos decir es que cuando una persona querida, un conocido o, en general, otro miembro de la especie humana a la que pertenecemos como hijos de Dios, muere de muerte cruel como es siempre la que provoca el terrorismo, siempre se nos queda el corazón herido y eso muy difícilmente se puede olvidar. Y no digamos si somos nosotros mismos los directamente afectados.

De todas formas, nosotros, los católicos, tenemos un claro mandato dado, primero, por Dios y, luego, por Jesucristo.

Dios nos puso en el corazón el amor para que lo pusiéramos en práctica. Luego, su Hijo nos dijo que nos amáramos unos a otros. Añadamos que sin distinción de religión…

Ahí está lo difícil de la cosa y lo que, de no conseguirlo, puede abocarnos a una soledad grande por alejamiento de Dios: no amar, no perdonar.

El perdón, en casos como del que aquí hablamos, no es muy fácil. En muchos casos es casi imposible y en otros, del todo imposible. Y es que la naturaleza humana es así y es necesaria una fuerza espiritual de voluntad muy grande para hacer según qué cosas.

Bien. Sabemos que debemos perdonar. Ha sido dicho por activa y por pasiva. Así, como ley general del Reino de Dios que es el amor, el perdón, ser capaz de abrazar a quien se ha declarado enemigo tuyo, es expresión exacta y certera de haber comprendido la citada Ley de Dios.

No siempre, de todas formas, somos capaces. Y no lo somos porque la ceguera nos cierra el corazón (y no los ojos) y eso imposibilita que hagamos lo que debemos hacer.

Es difícil, pues, perdonar, pero no debemos olvidar que, por muy difícil que fuera, nuestro hermano Jesucristo hizo lo propio, nada más y nada menos, que con aquellos que lo estaban matando…

Si pudo el Maestro, ¿no vamos a ser nosotros capaces de hacer lo mismo? No lo podremos superar nunca pero, al menos, ¿no haremos otro tanto?

No. Muchos dirán que, como mucho, pueden olvidar pero que no son capaces de perdonar.

Pero nosotros, los que sabemos lo que valen las palabras de Cristo en la Cruz, sólo podemos pedir a Dios que perdone a los que causan muertes injustas. Y poner, de nuestra parte, el granito de arena del perdón. Aunque sea pequeño, pequeño, pequeño.

 

Eleuterio Fernández Guzmán
eleu@telefonica.net