Fe y Obras

Un mes más que especial

 

 

01.12.2016 | por Eleuterio Fernández Guzmán


 

No podemos dejar de reconocer que, por muy importantes que sean otras fechas y otros acontecimientos recordados a lo largo del año, quitando de la Pasión de Nuestro Señor (en el mes de abril) cuando llega el mes de diciembre, algo se enciende en nuestro corazón de fieles hijos de Dios.

El caso es que este mes es más que especial.

La especialidad el mismo radica en todo lo que recordamos-celebramos.

Por ejemplo, la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María; por ejemplo, el mismo Adviento, que se desarrolla gozosamente. Y, ya por fin, el nacimiento del Hijo de Dios con su precedente Nochebuena.

Bien podemos ver que no es que sea un mes, digamos, normal o al uso sino que los acontecimientos que traemos al recuerdo son la base de nuestra fe. Es más, sin la propia Natividad de Nuestro Señor nada de lo demás tendría sentido porque, simplemente, no habría acaecido. Al menos de la forma como la conocemos.

Nosotros, los fieles católicos, estimamos en mucho el día de la Inmaculada. Y lo tenemos muy en cuenta porque nos muestra una realidad espiritual que sólo Dios puede, pudo, llevar a cabo. Además sostiene la misma pureza de su propio Hijo que sólo podía nacer de una mujer enteramente limpia de alma a la que no hubiera afectado la carga del pecado original.

Eso es lo que celebramos cada 8 de diciembre.

María, tú que viniste al mundo
sin la mancha del pecado,
sin la espada de Damocles
de la perturbación del alma
y sin la tendencia natural a pecar,
ayúdanos a ser fieles como tú lo ibas a ser,
a amar a Cristo como tú lo ibas a amar,
a decir sí como tú dijiste sí.

María, por eso mismo, sabía que no era una joven como otra cualquiera. Tenía en su corazón lo que había sucedido con la visita del Ángel del Señor, Gabriel. Por eso su existencia no podía ser como la de cualquiera y, ya, desde su misma concepción, algo nuevo iba a ocurrir, había ocurrido, por voluntad expresa de Dios que podía hacerlo, quiso hacerlo y lo hizo.

Y, luego… el nacimiento del Niño.

Aquel Niño, que tan especial era ya desde su propia concepción (también inmaculada por el jaez del seno que lo acogió y por haber sido instada por el Espíritu Santo que, siendo Dios, no tiene mancha alguna) iba a ser la alegría del mundo en cuanto el mundo lo aceptara. Pero ahora sólo venía al siglo, a pedir a Dios por sus hermanos los hombres. Era pequeño, como cualquier otro hombre pero sin el pecado de Adán y Eva, sus primeros Padres.

Este mes, como vemos, es más que especial. Por eso el Adviento lo recorre desde el primer día hasta el mismo en el que sabemos que Cristo vino al mundo. Y el Adviento nos prepara, nos debe preparar, para todo eso que aquí apenas hemos dicho.

Al fin y al cabo, nosotros necesitamos recordar lo que entonces pasó porque, en realidad, pasa, ha de pasar, en nuestros corazones.

 

Eleuterio Fernández Guzmán
eleu@telefonica.net