Fe y Obras

Días de verdadera esperanza

 

 

18.12.2014 | por Eleuterio Fernández Guzmán


Cuando, tras haber pasado el tiempo de  Adviento, llega uno que es muy especial como es aquel en el que traemos a la realidad el nacimiento del Niño-Dios llamado Jesús o Emmanuel, sabemos que pasa algo muy importante. Y gozamos con ello.

Recordamos, por ejemplo, que cuando el mundo caminaba, si es que no estaba ya, en el abismo hacia un fin terrible donde el llorar y el rechinar de dientes hubiera sido la forma ordinaria de comportarse, Dios quiso que las cosas no llegaran al límite extremo y que hubiese salvación.

Recordamos, por ejemplo, que cuando el mundanal ruido se había apropiado de los comportamientos de los hijos de Dios y la relación de los mismos con su Creador era, como mucho, ritual y poco más, quiso el Todopoderoso (¡Alabado sea por siempre!) que se estableciese una nueva Alianza y que la misma tuviese nombre. Y que naciese de una Virgen Madre suya.

Tampoco podemos olvidar que, por ejemplo, cuando parecía que todo estuviese perdido y la humanidad se abocaba a una pérdida sin igual, quiso Elohim que su descendencia supiese que nunca los había olvidado y que, incluso en aquellas circunstancias, estaba con ellos, con nosotros.

Y envió a su hijo. Y se encarnó de María. Y nació pobre y humilde.

Y eso, que cada año actualizamos en nuestro corazón, supone que Dios nos hace compartir parte de su gloria y gracia. Por eso decimos que estos días, los que ahora faltan para que nazca nuestro Dios, son unos que son de esperanza… verdadera.

Tenemos la esperanza de que quien está alejado de Dios se le acerque al ver la naturaleza tan maravillosa de Quien nace.

Tenemos la esperanza de que quien no sabe por dónde caminar hacia el definitivo Reino de Dios se fije en Aquel que nace.

Tenemos la esperanza de que quien no conoce al Mesías lo conozca y caiga en su “red” de amor y caridad.

Tenemos la esperanza de que nosotros, que sí conocemos al pequeño que, entre pajas y pañales, fuera adorado por unos Reyes venidos de muy lejos, se nos haga presente en nuestros corazones y nos llene de la gracia de la que llenó a su Madre cuando Gabriel le dijo que eso iba a pasar.

Tenemos la esperanza de que nuestra fe se haga profunda y nunca deje de permanecer en nuestra vida como savia que alimente el ser mismo que  Dios nos dio cuando nos creó.

Tenemos la esperanza, en fin, de que todo esto que, año tras año, celebramos y recordamos, no sea un simple recuerdo ni una celebración más sino que, en lo arraigado de nuestra alma, deje la semilla que, poco a poco, vaya fructificando en nosotros y nos haga de corazón limpio, manso, puro y jovial.

Tenemos la esperanza, también, de que todos nos consideremos hermanos de verdad, hijos del mismo Dios, descendientes directos de Quien pudiendo hacer otra cosa, creyó que era muy bueno crearnos. Y nos creó habiendo engendrado a Jesús. Y lo hizo porque quiso.

Eleuterio Fernández Guzmán
eleu@telefonica.net