Fe y Obras

Sobre la barbarie humana

 

 

21.08.2014 | por Eleuterio Fernández Guzmán


Dios creó al hombre esencialmente bueno. Le dotó de una serie de dones y de gracias de las que usó de forma libre hasta que, en un momento determinado de la historia de la humanidad, hasta entonces escasa en número (sólo dos: Adán y Eva) el ser humano, creación del Todopoderoso, quiso ser como el Padre.

Pero estaban avisados de que lo que habían hecho no lo debían hacer. Desobedecieron, pues, a Quien les había dado la vida partiendo de algo ya existente (del barro, de algo que ya había sido creado) y, a la par, entró en el mundo el pecado y la muerte.

Desde entonces, hace de eso muchos siglos, el ser humano ha ido aumentando, muchas veces, la separación que existe entre el mismo y Dios. Y ha sido el pecado lo que ha hecho, hace y, por desgracia parece que seguirá haciendo, que eso sea posible.

Si hay algo pecaminoso por excelencia es la muerte causada a otro ser humano. No sólo contradice la ley divina de “No matarás” sino que supone, básicamente, hacer lo contrario de lo que debe hacer un ser creado por Dios a su imagen y semejanza.

Por eso, con el paso de los siglos, el ser humano ha ido “perfeccionando” las diversas formas de matar que se le han ido ocurriendo. Y así nos va…

Pero hay algo que es mucho peor que simplemente matar. Es cierto que toda muerte es algo nefasto pero aún lo es más cuando eso se hace, nada más y nada menos, que en nombre de Dios.

No sabemos, porque no estamos en el cerebro de quien así actúa, a qué tipo de ley divina alguien pueda acogerse para matar a otro ser humano pensando, ¡además!, que se está haciendo un bien. Y tampoco sabemos en qué tipo de pensamiento eso se puede sustentar si es que no se trata de uno que esté enfermo o que no haya entendido nada de nada al respecto de la voluntad de Dios Todopoderoso y Único.

Seguramente se trate de actuar contra la naturaleza humana por odio al otro, al prójimo a quien se deben perdonar las ofensas. También puede que se haya tergiversado el sentido del Amor de Dios y se haya unido, quien así actúe, al odio de Satanás pues sólo el Príncipe de este mundo puede sostener que matar a un ser humano por tener tu misma religión (y/o exacto pensamiento dentro de tu misma religión) es propio de los elegidos por Dios y que, de morir violentamente en tales circunstancias sólo puede derivarse gran recompensa en el cielo…

Deberíamos preguntar a más de uno que actúa de tal manera matarife si es que cree, de verdad, que para él no está hecho el infierno y si, de verdad, está seguro de que Dios, Quien lo ha creado, estaría contento y mostraría gozo si a él mismo se les quitara la vida en su nombre santo.

Y es que el ser humano ha llegado a unos límites de crueldad que no se han conocido a lo largo de los siglos. Es cierto que muchas veces muchos han sido muy bárbaros pero ahora, ahora mismo, lo que está pasando en las naciones bajo el yugo musulmán es algo que clama al cielo.

Sin embargo, estamos seguros que la sangre de los mártires cristianos está clamando al cielo y que Dios, que los creó, no los va a olvidar y tiene, ya, en su seno, las almas que se han sido separadas de los cuerpos maltratados por quienes no saben nada en absoluto del amor y de la misericordia. Y que allí esperarán a la Parusía de Cristo y que sus cuerpos, ya bienaventurados, ya glorificados, se unan con ellas para vivir una vida eterna en la que nunca ya se perderá la visión beatífica. Y que eso durará para siempre, siempre, siempre, lo sabemos todos aquellos que no comprendemos, ni podremos comprenderlo nunca, cómo es posible que el ser humano pueda ser tan bárbaro, tan exagerado en el odio, tan contrario a la voluntad de Dios.

Oremos, de todas formas, por aquellos que no ven a Dios pues les ciega el odio y por aquellos que se ganan en infierno según sus actos.

Eleuterio Fernández Guzmán
eleu@telefonica.net