Fe y Obras

Salve, del Carmen Virgen

 

 

11.07.2014 | por Eleuterio Fernández Guzmán


Aunque aún no ha llegado el día 16 de julio, muy especialmente dedicado a la Estrella de los Mares, la Virgen del Carmen, bien vale la pena dedicar unas palabras (que nunca serán suficientes) a tal estado de gracia y de belleza otorgada por Dios a su Madre porque una cosa es cuando el hombre dedique determinada fecha a recordar, en especial, la advocación de la Virgen del Carmen y otra, muy distinta, es que siempre ha de estar presente en nuestras vidas, tanto en lo referido a su especial relación con las personas que entregan sus vidas en el trabajo del mar como a lo que, en general, es tal advocación para la familia carmelita.

Dice la Salve Marinera lo siguiente:

“Salve, Estrella de los mares,
de los mares iris, de eterna ventura.
Salve, ¡oh! Fénix de hermosura
Madre del divino amor.
De tu pueblo, a los pesares
tu clemencia de consuelo.
Fervoroso llegue al cielo y hasta Ti,
y hasta Ti, nuestro clamor.
Salve, salve, Estrella de los mares.
Salve, Estrella de los mares.
Sí, fervoroso llegue al cielo, y hasta Ti,
y hasta Ti, nuestro clamor.
Salve, salve Estrella de los mares,
Estrella de los mares,
salve, salve, salve, salve”

Sobre el sentido íntimo de lo que es, al fin y al cabo, una oración como la reproducida arriba, se le atribuye a San Simón Stock (que luego referirá San Juan Pablo II) la siguiente plegaria:

"Flor del Carmelo Viña florida, esplendor del cielo, Virgen fecunda, singular. ¡Oh Madre tierna, intacta de hombre, a todos tus hijos proteja tu nombre, Estrella del Mar!.

Y esto no es decir, precisamente, poco, de aquella mujer que, bajo la advocación, tan querida en España, del Carmen, supo entregar al hijo que había visto nacer, bajo los mejores augurios divinos, a la villanía y la traición.

El domingo 24 de julio del año 1998 San Juan Pablo II, en la meditación que llevó a cabo antes de rezar el Ángelus dijo que “una gracia particular de la Virgen hacia los carmelitas, recordada por una venerable tradición unida a San Simón Stock, se ha extendido en el pueblo cristiano con muchos frutos espirituales. Es el Escapulario del Carmen, medio de afiliación a la orden del Carmen para participar en sus beneficios espirituales, y vehículo de tierna y filial devoción mariana (cf. Pío XII, “Carta Apostólica Nemini profecto latet”

Por medio del Escapulario, los devotos de la Virgen del Carmen expresan la voluntad de plasmar su existencia según los ejemplos de María -la Madre, la Patrona, la Hermana, la Virgen purísima- acogiendo con corazón puro la Palabra de Dios y dedicándose al servicio generoso de los hermanos”

Por tanto, es de entender que la Virgen del Carmen, como la misma María, Madre de Dios y Madre nuestra, se caracteriza por ser, por eso mismo, amparadora de sus hijos (los dedicados a labores en el mar y el resto), acogedora de los que, bajo su nombre, claman, de su bondad, refugio (luz del camino hacia el definitivo Reino de Dios)

Como Patrona es defensora de las tribulaciones de la semejanza de Dios; ama y dueña de los corazones de los que, con amor, invocan su nombre en las ocasiones de peligro del alma; como hermana solícita ante la duda, consoladora ante los desengaños, comprensiva con nuestros fallos, favorecedora de encuentros en los que desahogarnos de la desazón del mundo y de las asechanzas que el Maligno urden contra nuestro corazón de seres humanos débiles y, a menudo, pecadores; como Virgen, inmaculado ser, es ejemplo y espejo en el que mirarnos ante nuestras caídas y ayuda para levantarse en el ejercicio de las virtudes solemnes de su alma.

Y así, también nosotros hemos de dedicar nuestra existencia al servicio de los hombres. Imitar, aquí, es obligación.

Por eso, ante el torrente de sentimientos que se le vienen del corazón a la boca a cualquier hijo de Dios digno de llamarse así, nada mejor, creemos, que terminar con una oración porque es la forma más directa de pedir, a la Madre, que no abandone, nunca, a sus hijos.

¡Oh María Estrella del Mar y Flor del Carmelo!

En las dificultades: ayúdame.
De los enemigos del alma: sálvame.
En mis desaciertos: ilumíname.
En mis dudas y penas: confórtame.
En mis enfermedades: fortaléceme.
Cuando me desprecien: anímame.
En las tentaciones: defiéndeme.
En horas difíciles: consuélame.
Con tu corazón maternal: ámame.
Con tu inmenso poder: protégeme.
Y en tus brazos al expirar: recíbeme.
Virgen del Carmen, ruega por nosotros.
Amén.

Pero, sobre todo, gracias a Dios por tal merced de su parte.

 

Eleuterio Fernández Guzmán
eleu@telefonica.net