Fe y Obras

Pentecostés y el anuncio

 

 

07.06.2014 | por Eleuterio Fernández Guzmán


A los Apóstoles y a los que con ellos estaban se les infundió el Espíritu Santo aquel día. Era Pentecostés.

No era, de todas formas, la primera vez que eso había pasado. Jesús ya había insuflado, sobre ellos, al mismo Espíritu que ahora descendía sobre los elegidos por Dios y lo había hecho cuando se encontró, tras su resurrección, en aquel lugar donde estaban reunidos “por miedo a los judíos” (Jn 20,19), como nos dicen las Sagradas Escrituras.

Entonces fue el primer momento, propiamente hablando, del “empuje” dado a la Iglesia, luego llamada católica, que Cristo había fundado y de la que había entregado las llaves al primer Papa, llamado Pedro.

Aquel era un momento de anuncio, de empezar a transmitir anuncio para que la humanidad entera supiese que el Hijo de Dios había muerto y había resucitado y que, desde entonces, iba a estar entre la humanidad siempre que dos o más se reunieran en su hombre.

Desde entonces celebramos Pentecostés que, siendo fiesta también judía tomó un sentido particular y característico cuando pasó por el corazón de Cristo y salió, al mundo, universalizada.

Este año el lema escogido para tal jornada es “La Christifideles laici a la luz de la Evangelii gaudium”. No se trata de ningún juego de palabras sino de contemplar el documento de San Juan Pablo II (relativo a los fieles laicos) a la luz, precisamente, de la Exhortación Apostólica del Papa Francisco.

Y es que celebramos, no por casualidad, a la Acción Católica y, por tanto, al Apostolado Seglar.

Se dice, con razón, que este día es solemne. Es más, decimos y sostenemos que es más que solemne porque a partir de aquel momento, a partir de aquel primer Pentecostés cristiano, un mundo nuevo empezó a ser posible.

Por cierto… en un momento determinado de la Epístola a los Romanos (10, 14-15) escribe San Pablo  “¡Qué hermosos son los pies de los que anuncian la Buena Noticia!”.

¿Qué podemos encontrar, como bueno y gozoso, en esta expresión del apóstol de Tarso? Pues los siguientes aspectos que tienen mucho que ver, por ejemplo, con la Acción Católica y con la labor anunciadora de todo seglar, de todo laico.

Gozo de la labor de anunciador

Transmitir la Palabra de Dios ha de ser, para quien se considera su hijo, algo hermoso, algo que le ha de llenar el corazón de alegría y de esperanza en que sea recibido como corresponde a lo que sale del corazón del Padre e inspira a su semejanza a fijarlo por escrito.

Transmitir la doctrina cristiana es, más que nada, obligación. Pero no se trata de algo que cause enojo o tristeza sino apertura del corazón al otro y, por eso, al hermano en la fe.

Llevar, pues, la Palabra de Dios allí donde es necesaria no deja de ser hermoso para quien lo hace y gozoso para quien la recibe.

No extraña, por lo tanto, que san Pablo así lo considere y que, además, apunte hacia algo muy importante: llevar la Palabra, el hecho de hacerlo, es en lo que radica la esencia de la transmisión de la Buena Noticia.

Pies que anuncian

Como no puede ser de otra forma, la Iglesia católica reconoce el papel que los laicos tenemos en el camino que nos lleva al definitivo reino de Dios. Tal papel es de vital importancia y consiste, efectivamente, en trasladar la Palabra de Dios, “pies que anuncian”.

Requiere tal hacer la manifestación de una voluntad transmisora de la doctrina de Cristo. Por tanto, no es nada impuesto sino que supone llevar a cabo lo que nos corresponde como hijos de Dios en el mundo en el que peregrinamos.

La Buena Noticia

Aquello que el cristiano ha de hacer, en cuanto transmisión y misión, es, efectivamente, dar la noticia mejor que nunca se ha podido dar: Cristo ha resucitado; ¡Cristo vive! Y bien lo dejó escrito el apóstol San Pedro: “Estad siempre dispuestos  a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza” (1Pe 3,13).

La respuesta que tenemos que dar está implícita en la Palabra de Dios y es aquella que consiste en reconocer a Dios como nuestro Padre y a  Cristo como nuestro hermano (además de Dios, claro) no olvidando que la esperanza también nos corresponde transmitirla en un mundo que, muchas veces, carece de ella.

Buena Noticia, Cristo, Dios, Palabra.

Y tal misión es nuestra: seglares en un mundo descreído que trata de evitar a Dios y de apartarlo, como si se tratara de la peste, de sus vidas mundanas y hedonistas sin darse cuenta de estar alejando a Quien lo ha creado y lo mantiene.

Nosotros, los que nos creemos y sabemos hijos de Dios y somos conscientes de lo que eso supone, no podemos, ¡qué menos!, dejar de anunciar que el Creador envió a su Hijo y que el Cristo nos salvó para siempre, siempre, siempre.

El Espíritu Santo que cayó benditamente sobre aquellos que, entonces, formaban la naciente Iglesia (aquellos otros nosotros), luego llamada católica, sigue entre nosotros porque Cristo lo envió cuando, tras su Pasión, murió y subió a la Casa del Padre. Era una promesa que cumplió a rajatabla. Por eso sus inspiraciones guían la vida de aquellos que queremos escucharlas y, luego, ponerlas en práctica.

Pentecostés es ahora mismo, y mañana y pasado mañana. Enviados lo estamos siempre y para siempre.

 

Eleuterio Fernández Guzmán
eleu@telefonica.net