Fe y Obras

Agua y vida

 

 

27.09.2013 | por Eleuterio Fernández Guzmán


“El 27 de septiembre celebramos la Jornada Mundial del Turismo, bajo el tema que la Organización Mundial del Turismo nos propone para el presente año: “Turismo y agua: proteger nuestro futuro común”. Éste está en línea con el “Año Internacional de la Cooperación en la Esfera del Agua”, que, en el contexto del Decenio Internacional para la Acción “El agua, fuente de vida” (2005-2015), ha sido proclamado por la Asamblea General de las Naciones Unidas con el objetivo de poner de relieve “que el agua es fundamental para el desarrollo sostenible, en particular para la integridad del medio ambiente y la erradicación de la pobreza y el hambre, es indispensable para la salud y el bienestar humanos y es crucial para lograr los Objetivos de Desarrollo del Milenio”” (esto dicho, por la Organización de las Naciones Unidas, en la Resolución A/RES/65/154 aprobada por la Asamblea General, 20 de diciembre de 2010).

Este texto corresponde al Mensaje del Pontificio Consejo para la Pastoral de los Emigrantes e Itinerantes y ha sido elaborado, lógicamente, para celebrar, el 27 de septiembre, la Jornada Mundial del Turismo.

En realidad, por mucho que pudiera pensarse y creerse que la Iglesia católica poco tiene que decir al respecto del turismo, no es poco cierto que el mismo, la actividad turística, da mucho de sí en cuanto a la posibilidad de evangelización en un campo tan ancho como es el turístico. Millones de personas, por ejemplo en España, llegan cada año a nuestras tierras para pasar más o menos días de vacaciones. ¡Qué mejor que aprovechar, en cuanto se pueda, para evangelizar a los no evangelizados! como, por ejemplo, se ha visto en algunas playas de España este verano a cargo de religiosas que se han tomado muy en serio su santa labor.

Y vemos, en esta parte del Mensaje, y luego en toda, que se ha establecido una relación profunda e importante entre el hecho mismo del turismo y el aprovechamiento del agua en todas las posibilidades que esto es posible. En realidad, existe un acercamiento más que evidente entre el fenómeno turístico y el agua pues difícilmente se entiende uno sin el otro.

También se nos dice que, por parte de la Iglesia católica “Estamos llamados, pues, a promover un turismo ecológico, respetuoso y sostenible, el cual puede ciertamente favorecer la creación de puestos de trabajo, apoyar la economía local y reducir la pobreza” pues es bien cierto que el turismo puede ser, es, fuente de riqueza que bien entendida puede procurar la sanación de difíciles situaciones por las que pasan muchas personas a día de hoy y que todos conocemos.

Turismo y agua. Estos términos, comunes en tantas cosas, pueden establecer una relación adecuada o, por el contrario, una que lo sea desastrosa para la propia vida del ser humano porque “Ciertamente, nuestro compromiso a favor del respeto de la creación nace de reconocerla como un regalo de Dios para toda la familia humana y de escuchar la petición del Creador, que nos invita a custodiarla, sabiéndonos administradores, que no señores, del don que nos hace.”

No es que no tenga relación, por lo tanto, lo que Dios ha creado con lo nosotros mismos sino que, al contrario, está ahí puesto (según el principio antrópico) para el bien del ser humano. Cabe, por lo tanto, de parte de los que formamos parte de la familia humana creada por Dios por su misericordiosa voluntad, respetar y custodiar aquello que se nos ha entregado pues, en todo caso, sólo lo tenemos en depósito y debemos entregarlo a nuestros sucesores.

También se nos recuerda, en el Mensaje citado arriba, que “El agua nos habla de vida, de purificación, de regeneración y de transcendencia. En la liturgia, el agua manifiesta la vida de Dios que se nos comunica en Cristo. El mismo Jesús se presenta como aquél que sacia la sed, de cuyas entrañas manan ríos de agua viva (cfr. Jn 7, 38), y en su diálogo con la samaritana afirma: “el que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed” (Jn 4, 14). La sed evoca los anhelos más profundos del corazón humano, sus fracasos y sus búsquedas de una auténtica felicidad más allá de sí mismo. Y Cristo es quien ofrece el agua que sacia la sed interior, es la fuente del renacer, es el baño que purifica. Él es la fuente de agua viva.”

Pero es que, además, el Santo Padre Francisco, en la Audiencia general, 5 de junio de 2013 expresó una preocupación no pequeña al decir que “que todos asumiéramos el grave compromiso de respetar y custodiar la creación, de estar atentos a cada persona, de contrarrestar la cultura del desperdicio y del descarte, para promover una cultura de la solidaridad y del encuentro”.

Nos ha puesto, pues, unos deberes muy bien definidos y claramente expresados.

Eleuterio Fernández Guzmán
eleu@telefonica.net