EL EVANGELIO DEL DOMINGO

 

 

por Gervasio Portilla García

14.04.2019


 

Domingo de Ramos en la Pasión del Señor (C)

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS (22, 14 - 23, 56)

 

C. Cuando llegó la hora, se sentó a la mesa y los apóstoles con él y les dijo:

+ «Ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros, antes de padecer, porque os digo que ya no volveré a comer hasta que se cumpla en el reino de Dios».

C. Y, tomando un cáliz, después de pronunciar la acción gracias, dijo:

+ «Tomad esto, repartidlo entre vosotros; porque os digo que no beberé desde ahora del fruto de la vid hasta que venga el Reino de Dios».

C. Y, tomando pan, después de pronunciar la acción de gracias, lo partió y lo dio diciendo:

+ «Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros; haced esto en memoria mía».

C. Después de cenar hizo lo mismo con el cáliz diciendo:

+ «Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre, que es derramada por vosotros. Pero mirad: la mano del que me entrega está conmigo en la mesa. Porque el Hijo del Hombre se va, según lo establecido; pero ¡ay de aquel hombre por quien es entregado!».

C. Ellos empezaron a preguntarse unos a otros sobre quién de ellos podía ser el que iba a hacer eso. Se produjo también un altercado a propósito de quien de ellos debía ser tenido como el mayor. Pero él les dijo:

+ «Los reyes de las naciones las dominan, y los que ejercen la autoridad se hacen llamar bienhechores. Vosotros no hagáis así, sino que el mayor entre vosotros se ha de hacer como el menor, y el que gobierna, como el que sirve. Porque, ¿quién es más, el que está a la mesa o el que sirve? ¿Verdad que el que está a la mesa? Pues yo estoy en medio de vosotros como el que sirve. Vosotros sois los que habéis perseverado conmigo en mis pruebas, y yo preparo para vosotros el Reino como lo preparó mi Padre para mí,:de forma que comáis y bebáis a mi mesa en mi reino, y os sentéis en tronos para juzgar a las doce tribus de Israel.
Simón, Simón, mira que Satanás os ha reclamado para cribaros como trigo. Pero yo he pedido por ti, para que tu fe no se apague. Y tú, cuando te hayas convertido, confirma a tus hermanos».

C. Él le dijo:

S. «Señor, contigo estoy dispuesto a ir incluso a la cárcel y a la muerte».

C. Pero él le dijo:

+ «Te digo, Pedro, que no cantará hoy el gallo antes de que tres veces hayas negado conocerme».

C. Y les dijo:

+ «Cuando os envié sin bolsa y ni alforja, ni sandalias, ¿os faltó algo?».

C. Contestaron:

S. «Nada».

+ «Pero ahora, el que tenga bolsa, que la lleve consigo, y lo mismo la alforja; y el que no tenga espada, que venda su manto y se compre una. Porque os digo que es necesario que se cumpla en mí lo que está escrito: “fue contado entre los pecadores", pues lo que se refiere a mí toca a su fin».

C. Ellos dijeron:

S. «Señor, aquí hay dos espadas».

C. Él les contestó:

+ «Basta».

C. Salió y se encaminó, como de costumbre, al monte de los Olivos, y lo siguieron los discípulos. Al llegar al sitio, les dijo:

+ «Orad, para no caer en la tentación».

C. Y se apartó de ellos como a un tiro de piedra y, arrodillado, oraba diciendo:

+ «Padre, si quieres, aparta de mí ese cáliz; pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya».

C. Y se le apareció un ángel del cielo, que lo confortaba. En medio de su angustia, oraba con más intensidad. Y le entró un sudor que caía hasta el suelo como como si fueran gotas espesas de sangre, Y, levantándose de la oración, fue hacia sus discípulos, los encontró dormidos por la tristeza, y les dijo:

+ «¿Por qué dormís? Levantaos y orad, para no caer en la tentación».

C. Todavía estaba hablando, cuando apareció una turba; iba a la cabeza el llamado Judas, uno de los doce. Y se acercó a besar a Jesús, Jesús le dijo:

+ «Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del Hombre?».

C. Viendo los que estaban con él de lo que iba a pasar, dijeron:

S. «Señor, ¿herimos con la espada?».

C. Y uno de ellos hirió al criado del sumo sacerdote, y le cortó la oreja derecha. Jesús intervino diciendo:

+ «Dejadlo, basta».

C. Y, tocándole la oreja, lo curó. Jesús dijo a los sumos sacerdotes y a los oficiales del templo, y a los ancianos que habían venido contra él:

+ «¿Habéis salido con espadas y palos como en busca de un bandido? Estando a diario en el templo con vosotros, no me prendisteis. Pero ésta es vuestra hora y la del poder de las tinieblas».

C. Después de prenderlo, se lo llevaron y lo hicieron entrar en casa del sumo sacerdote. Pedro lo seguía desde lejos. Ellos encendieron fuego en medio del patio, se sentaron alrededor, y Pedro estaba sentado entre ellos. Al verlo una criada sentado junto a la lumbre se lo quedó mirando y dijo:

S. «También éste estaba con él».

C. Pero él lo negó diciendo:

S. «No lo conozco, mujer».

C. Poco después, lo vio otro y les dijo:

S. «Tú también eres uno de ellos».

C. Pero Pedro replicó:

S. «Hombre, no lo soy».

C. Y pasada cosa de una hora, otro insistía diciendo:

S. «Sin duda, también éste estaba con él, porque es galileo».

C. Pedro dijo:

S. «Hombre, no sé de qué hablas».

C. Y enseguida, estando todavía él hablando, cantó un gallo. El Señor, volviéndose, le echó una mirada a Pedro, y Pedro se acordó de la palabra que el Señor le había dicho: “Antes de que cante hoy el gallo, me negarás tres veces”. Y, saliendo afuera, lloró amargamente.
Y los hombres que tenían preso a Jesús se burlaban de él, dándole golpes. Y, tapándole la cara, le preguntaban diciendo:

S. «Haz de profeta: ¿quién te ha pegado?».

C. E insultándole proferían contra él otras muchas cosas.
Cuando se hizo de día, se reunieron los ancianos del pueblo, con los jefes de los sacerdotes y los escribas; lo condujeron ante el Sanedrín, y le dijeron:

S. «Si tú eres el Mesías, dínoslo».

C. Él les dijo:

+ «Si os lo digo, no lo vais a creer; y si os pregunto, no me vais a responder. Pero, desde ahora el Hijo del Hombre estará sentado a la derecha del poder de Dios».

C. Dijeron todos:

S. «Entonces, ¿tú eres el Hijo de Dios?».

C. Él les dijo:

+ «Vosotros lo decís, yo lo soy».

C. Ellos dijeron:

S. «¿Qué necesidad tenemos ya de testimonios? Nosotros mismos lo hemos oído de su boca».

C. Y levantándose toda la asamblea, lo llevaron a presencia de Pilato.
Y se pusieron a acusarlo diciendo:

S. «Hemos encontrado que éste anda amotinando a nuestra nación, y oponiéndose a que se paguen tributos al Cesar, y diciendo que él es el Mesías Rey».

C. Pilato le preguntó:

S.  «¿Eres tú el rey de los judíos?».

C. Él le responde:

«Tú lo dices».

C. Pilato dijo a los sumos sacerdotes y a la gente:

S. «No encuentro ninguna culpa en este hombre».

C. Pero ellos insistían con más fuerza, diciendo:

S. «Solivianta al pueblo enseñando por toda Judea, desde que comenzó en Galilea hasta llegar aquí».

C. Pilato, al oírlo, preguntó si el hombre era galileo; y al enterarse que era de la jurisdicción de Herodes, que estaba precisamente en Jerusalén por aquellos días, se lo remitió.
Herodes, al ver a Jesús, se puso muy contento, pues hacía bastante tiempo que deseaba verlo, porque oía hablar de él y esperaba verle hacer un milagro. Le hacía muchas preguntas con abundante verborrea; pero él no le contestó nada. Estaban allí los sumos sacerdotes y los escribas acusándolo con ahínco. Herodes, con sus soldados, lo trató con desprecio y, después de burlarse de él, poniéndole una vestidura blanca, se lo remitió a Pilato. Aquel mismo día se hicieron amigos entre sí Herodes y Pilato, porque antes estaban enemistados entre sí.
Pilato, después de convocar a los sumos sacerdotes, a los magistrados y al pueblo, les dijo:

S. «Me habéis traído a este hombre como agitador del pueblo; y resulta que yo le he interrogado delante de vosotros y no he encontrado en este hombre ninguna de las culpas que lo acusáis; pero tampoco Herodes, porque nos lo ha devuelto: ya veis que no ha hecho nada digno de muerte. Así que le daré un escarmiento y lo soltaré».

C. Ellos vociferaban en masa:

S. «¡Quita de en medio a ese! Suéltanos a Barrabás».

C. Este había sido metido en la cárcel por una revuelta acaecida en la ciudad y un homicidio. Pilato volvió a dirigirles la palabra queriendo soltar a Jesús, pero ellos seguían gritando:

S. «¡Crucifícalo, crucifícalo!».

C. Por tercera vez les dijo:

S. «Pues ¿qué mal ha hecho éste? No he encontrado en él ninguna culpa que merezca la muerte. Así es que le daré un escarmiento y lo soltaré».

C. Pero ellos se le echaban encima, pidiendo a gritos que lo crucificara; e iba creciendo el griterío. Pilato entonces sentenció que se realizara lo que pedían: soltó al que le reclamaban (al que había metido en la cárcel por revuelta y homicidio), y a Jesús se lo entregó a su voluntad.
Mientras lo conducían, echaron mano de un cierto Simón de Cirene, que volvía del campo, y le cargaron la cruz, para que la llevase detrás de Jesús. Lo seguía un gran gentío del pueblo, y de mujeres que se golpeaban el pecho y lanzaban lamentos por él. Jesús se volvió hacia ellas y les dijo:

+ «Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos, porque mirad que vienen dias en los que dirán: “Bienaventuradas las estériles y los vientres que no han dado a luz y los pechos que no han criado”. Entonces empezarán a decirles a los montes: “Caed sobre nosotros” y a las colinas: “Cubridnos”; porque, si así tratan al leño verde, ¿qué harán con el seco?».

C. Conducían también a otros dos malhechores para ajusticiarlos con él.
Y cuando llegaron al lugar llamado “La Calavera”, lo crucificaron allí, a él y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. Jesús decía:

+ «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen».

C. Hicieron lotes con sus ropas y los echaron a suerte.
El pueblo estaba mirando, pero los magistrados le hacían muecas diciendo:

S. «A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido».

C. Se burlaban también de él los soldados, que se acercaban y le ofrecían vinagre, diciendo:

S. «Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo».

C. Había también por encima de él un letrero: "Este es el rey de los judíos".
Uno de los malhechores crucificados lo insultaba diciendo:

S. «¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros».

C. Pero el otro, respondiéndole e increpándolo, le decía:

S. «¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en la misma condena? Nosotros, en verdad, lo estamos justamente, porque recibimos el justo pago de lo que hicimos; en cambio, este no ha hecho nada malo».

C. Y decía:

S. «Jesús, acuérdate de mi cuando llegues a tu reino».

C. Jesús le dijo:

+. «En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso».

C. Era ya como la hora sexta, y vinieron las tinieblas sobre toda la tierra, hasta la hora nona, porque se oscureció el sol. El velo del templo se rasgó por medio. Y Jesús, clamando con voz potente, dijo:

+ «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu».

C. Y, dicho esto, expiró.
El centurión, al ver lo ocurrido, daba gloria a Dios diciendo:

S. «Realmente, este hombre era justo».

C. Toda la muchedumbre que había acudido a este espectáculo, al ver las cosas que habían ocurrido, se volvía dándose golpes de pecho. Todos sus conocidos y las mujeres que lo habían seguido desde Galilea se mantenían a distancia, viendo todo esto.
Había un hombre, llamado José, que era miembro del Sanedrín, hombre bueno y justo (este no había dado su asentimiento ni a la decisión y a la actuación de ellos); era natural de Arimatea, ciudad de los judíos, y aguardaba el reino de Dios. Este acudió a Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús. Y, bajándolo, lo envolvió en una sábana y lo colocó en un sepulcro excavado en la roca, donde nadie había sido puesto todavía. Era el día de la Preparación y estaba para empezar el sábado. Las mujeres que lo habían acompañado desde Galilea lo siguieron, y vieron el sepulcro y cómo había sido colocado su cuerpo. Al regresar, prepararon aromas y mirra. Y el sábado descansaron de acuerdo con el precepto.

 

Palabra del Señor

 


 

COMENTARIO:

 

En este Domingo de Ramos, inicio de la Semana Santa, sobran los comentarios humanos, basta con reflexionar en profundidad esta lectura, pensar en los sufrimientos de Jesús e imitar su confianza en el Padre.

 

Hasta el próximo Domingo si Dios quiere. Paz y bien.