XCVIII Asamblea Plenaria
Conferencia Episcopal Española

 

Acción de gracias y exhortación después de la Jornada Mundial de la Juventud

 

1. En nuestra Asamblea Plenaria del otoño, los obispos nos hemos reunido por primera vez después de la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) que tuvo lugar en Madrid el pasado mes de agosto. Hemos dado gracias a Dios, porque nos ha permitido celebrar ese gran acontecimiento de gracia, y hemos reflexionado acerca de su significado para la pastoral juvenil del futuro e incluso para toda la obra de la nueva evangelización. Con este motivo, dirigimos estas palabras a los hijos de la Iglesia que peregrina en España, a quienes el Señor ha encomendado a nuestro cuidado pastoral, con el deseo de alentar y sostener a todos en la alegría de la fe y en el trabajo apostólico.


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. Como ha dicho el Papa, la JMJ ha sido “una verdadera cascada de luz”. No cabe duda de que los días previos, llamados “días en las diócesis”, constituyeron ya una experiencia formidable de intercambio de dones que contribuyeron mucho a que así fuera. Lo mismo se puede decir de la generosa acogida dispensada a todos por la ciudad de Madrid y los municipios vecinos. También fue importantísimo el esfuerzo de organización de un acontecimiento de tanta complejidad, para el que fueron decisivos la aportación personal de miles de voluntarios, el trabajo de los técnicos y la cooperación ejemplar y multidireccional de muy diversas instancias de la Iglesia, del Estado, y de la sociedad. Pero lo verdaderamente decisivo para que la JMJ haya sido una auténtica “cascada de luz” ha sido el caudaloso río de jóvenes de todos los rincones de la tierra que desbordó físicamente Madrid y sus alrededores de serena y contagiosa alegría, convirtiendo espacios públicos y privados en lugares de confraternización y convivencia de alcance universal. Las imágenes de aquellos días están todavía frescas en la mente y en el corazón de todos y no se olvidarán fácilmente.


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. Damos gracias a quienes han hecho posible la JMJ. No podemos enumerar a tantísimas personas que han prestado su inapreciable colaboración, en nuestras diócesis, en Madrid, y en muchas otras partes del mundo. Pero hemos de nombrar con profundo reconocimiento al Santo Padre, el papa Benedicto XVI; y también al arzobispo de Madrid, el cardenal Rouco, junto con los colaboradores de ambos. Tampoco podemos dejar de evocar al beato Juan Pablo II, el “Papa de los jóvenes”, que puso en marcha esta formidable experiencia de apostolado.


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. ¿Qué nos dice la JMJ para alentarnos en la fe personal y en el apostolado? Es lo que muy sencilla y brevemente queremos compartir con los católicos de nuestras diócesis –sacerdotes, consagrados y fieles laicos– para exhortarlos a proseguir y, si fuera necesario, reemprender con ánimo y confianza los arduos y hermosos trabajos del Evangelio.


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. En primer lugar, la JMJ nos dice que la Iglesia es joven. Es cierto que hay entre nosotros muchos jóvenes que no han sido iniciados en la fe o que lo han sido de modo muy deficiente. No pocos se han apartado de la fe de sus padres. Es mucho lo que queda por hacer. Urge la nueva evangelización. Pero la Iglesia está viva y es joven. No solo porque ella es el Nuevo Pueblo de Dios, en el que vive el Señor resucitado que opera, por la fuerza del Espíritu, la renovación continua de la creación y la redención de la humanidad, liberada de la vieja esclavitud del pecado. La Iglesia también es joven porque hay muchos, muchísimos jóvenes, que son Iglesia con toda el alma; y que lo son de manera muy consciente: llenos de amor a Jesucristo, sin miedo a manifestarlo públicamente; llenos de entusiasmo apostólico para llevar a sus amigos y a toda la sociedad la salvación que solo se encuentra en Él; cultos y bien formados, porque han cultivado bien sus capacidades humanas; sensibles al sufrimiento material y espiritual de los hombres; liberados de los prejuicios propios del humanismo inmanentista y de la cultura de la muerte; abiertos a la diversidad de culturas y a la nueva unidad de todos los hombres en una Tierra cada vez más pequeña. La Iglesia es joven, porque es de Cristo. La Iglesia es joven, porque el Señor le da el inmenso regalo de una juventud excepcional, que ha escuchado su llamada y que lo prefiere a Él a todas las promesas del mundo. Lo ha podido ver, con inmensa alegría, la sociedad española en los días de la JMJ. ¡La Iglesia es joven en su comunión apostólica y católica!


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. En segundo lugar, la JMJ nos dice que es posible la transmisión de la fe a los jóvenes. No es fácil, pero ¡claro que es posible! No es fácil, porque hay mucho ruido ambiental producido por potentes altavoces que siguen propalando la falacia de la supuesta libertad sin límites: sin Dios, sin Iglesia, sin padres, sin hermanos, sin patria, sin responsabilidad. No es fácil, porque muchas familias están heridas; porque la escuela atraviesa por dificultades de todo tipo; porque en no pocos casos los mismos ambientes eclesiales se encuentran mortecinos a causa de la secularización interna padecida. No es fácil, pero la transmisión de la fe a los jóvenes es posible cuando no se les escamotea el Evangelio en toda su fuerza y su belleza; cuando se les abre el camino hacia Jesucristo, el Hijo de Dios vivo, sin adulteraciones ni recortes según la pobre medida de ideas humanas, por interesantes que sean; cuando se les hace realmente posible desplegar su capacidad de amar, en primer lugar al Dios que es Amor, y luego al prójimo, preparándolos para el sacrificio que el amor implica con una pedagogía realista y, por tanto, exigente; cuando se les orienta en la comprensión de su vida como elección y vocación divina a la que responder; cuando para todo ello –valiéndose del Catecismo de la Iglesia Católica, al que el Youcat ofrece un acceso en lenguaje juvenil–, se les ayuda con una catequesis clara y sistemática, verdaderamente acorde con la doctrina católica, y se les invita a vivir en una compañía que les permita hacer el camino de la fe sin sucumbir a las falsas promesas del mundo: en asociaciones y grupos parroquiales o diocesanos, movimientos, etc. Entonces –nos los dice también la JMJ– no solo es posible la transmisión de la fe a los jóvenes, sino que ellos mismos se convierten en evangelizadores.


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. Efectivamente, en tercer lugar, la JMJ nos ha mostrado que los jóvenes constituyen un potencial de primer orden para la nueva evangelización. Es necesaria una nueva evangelización, porque dramáticamente nueva es también la llamada cultura secularista, ese modo de vida público sin Dios, difundido en occidente, y también ya en otras partes del mundo. Es necesaria una nueva evangelización, porque, ante ese modo de vida, la Iglesia ha de renovar su ardor, su coraje y su clarividencia, que hoy no pueden ser menores que los de los primeros cristianos. Pues bien, la Iglesia necesita especialmente a los jóvenes para esa inmensa obra del Evangelio. Ellos han crecido en un mundo que lleva las marcas dolorosas del pecado de una existencia concebida al margen de Dios y de su amor. Conocen ese mundo, saben lo que, en realidad, da de sí y por eso –como los primeros cristianos, que, abandonando los ídolos, abrazaron la fe del Dios vivo– son capaces del entusiasmo necesario para la nueva evangelización. Ellos, también, como jóvenes, son fuertes, con la fortaleza de una fe límpida, de un amor ardiente y de una esperanza grande. Ellos ya están ahí, dispuestos para la tarea: se los ha visto en la JMJ de modo llamativo; pero los vemos también en la vida ordinaria de nuestras iglesias, cuando, en nombre de Cristo, les pedimos respuesta, les encargamos misión y les otorgamos confianza.


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. Aunque para muchos constituyera una sorpresa –agradable para la inmensa mayoría de nuestra sociedad– la JMJ no fue algo inesperado. Fue el fruto del trabajo callado y constante de muchos evangelizadores, en particular, de muchos sacerdotes y consagrados, que, en sus diócesis, parroquias, colegios, asociaciones, movimientos, grupos, etc., secundando la gracia de Dios, siguiendo las orientaciones de la Iglesia y asumiendo el sacrificio personal que ello comporta, han tomado en serio el apostolado con los jóvenes y les han dado el protagonismo necesario. Son muchos los lugares donde se trabaja así. Por eso, no podía ser inesperada la gozosa experiencia de la Jornada Mundial de la Juventud. Quienes hacen ese trabajo diario, cuidado y poco visible, nos estimulan en el camino de la evangelización. Es el fruto de su labor el que sale a la luz en las Jornadas Mundiales de la Juventud. Que Dios les siga ayudando y bendiciendo para el bien de los jóvenes, de la Iglesia y de toda la sociedad. Que bendiga también a todos los que con su oración constante y con la ofrenda de sus vidas –en especial, las comunidades monásticas– son el corazón espiritual de todo apostolado, como lo fueron de la JMJ.


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. La Iglesia es joven. La transmisión de la fe a los jóvenes es un hecho. Ellos son grandes evangelizadores en esta nueva hora de la Iglesia y del mundo. Damos gracias a Dios de corazón por la Jornada Mundial de Madrid. Que el Señor bendiga a esta juventud, a sus guías y sacerdotes. Que todos, bajo la mirada llena de amor de la Madre del Señor, causa de nuestra alegría, recorramos con buen ánimo el camino de la santidad, que es el de la verdadera libertad: “arraigados y edificados en Cristo, firmes en la fe” (cf. Col 2, 7).


 

 

 

Madrid, 25 de noviembre de 2011