Cartas al Director

El terrorismo que viene

 

“Internet y la digitalización no son un simple salto tecnológico más, sino una descomunal mutación cultural, económica y política sin precedentes”
Ángeles González-Sinde
Ex-Ministra de Cultura

 

 

 

 

César Valdeolmillos Alonso | 18.05.2017


 

Cuando en 1969 se estableció la primera conexión de computadoras, entre tres universidades en California, sus autores no podían imaginar que estaban dando un paso de gigante en la evolución de la humanidad.

Habían plantado la semilla de Internet, un conjunto descentralizado de redes de comunicación interconectadas que configuran una red lógica única de alcance mundial.

Los descubridores de este sistema de comunicación, habían roto las barreras físicas; de algún modo habían suprimido las distancias y habían acercado a todos los habitantes de la tierra. Quizá sin saberlo, habían puesto los cimientos de la aldea global que habría de cambiar el pensamiento y conducta del ser humano.

Internet no solo nos ha permitido comunicarnos de forma instantánea desde cualquier parte del mundo, sino que ha puesto el conocimiento universal al alcance de todos, algo fundamental para el entendimiento, la armonía y el verdadero progreso de los pueblos. Pero si importantes son estas conquistas, determinante ha sido su aportación al avance de la ciencia en todas sus ramas. Hoy, en combinación con las tecnologías digitales, un paciente hospitalizado en cualquier punto del mundo, puede ser intervenido por un cirujano que se encuentre en las antípodas.

Internet, es una impresionante tela de araña de infinitas autopistas conectadas entre sí, que ha suprimido el tiempo y el espacio en materia de comunicación, por lo que de alguna manera, ha hecho el mundo infinitamente más pequeño.

Sin embargo, por asombrosos que nos puedan parecer estos adelantos, no constituyen más que los cimientos del inimaginable edificio que es el progreso, siempre en permanente construcción, y del que es protagonista el género humano.

Internet no solamente ha redefinido todo el mundo de la comunicación, el entretenimiento y la ciencia, sino el de los negocios, con una profunda incidencia en el ámbito laboral.

Esta transformación de la sociedad, está cambiando nuestro pensamiento y como consecuencia, nuestros hábitos y comportamientos. Nuestra mente ha pasado de ver solo la ventana del vecino de enfrente a contemplar la inmensidad del horizonte desde la orilla del mar.

Cuando se abre un nuevo cauce en el camino del conocimiento, la humanidad siempre da un paso trascendente. Sin embargo, sería un error ignorar que la vía abierta carece de puertas, y que por su importancia o dimensión, no se le puede poner límites; que por la misma puede transitar todo: lo que facilita el avance y lo que proporciona el desastre, lo que proporcione luz y esplendor o lo que tiene por objetivo hundir en las tinieblas, lo que proporciona bienestar y progreso o lo que ocasiona grandes quebrantos. Como todo en esta vida, los descubrimientos no son malos o buenos por sí mismos. Simplemente están a nuestro servicio, y su incidencia en nuestras vidas, dependerá siempre de cómo y para qué los utilicemos.

Por las autopistas de Internet viajan constantemente esos agentes contagiosos a los que conocemos con el nombre de virus y cuya misión es envenenar los dispositivos digitales destinatarios, bloqueando o destruyendo sus contenidos,  impidiendo así la realización de los cometidos que a los mismos estaban encomendados.

Aún estamos sufriendo la resaca del ataque mundial de esos agentes patógenos de la informática, que se ha extendido a más de 150 países y ha infectado a más de 250.000 ordenadores.

Este asalto selectivo, dirigido especialmente contra empresas importantes de todo el mundo, debería ser considerado como un serio aviso de lo que podría suceder en el futuro.

En esta ocasión, los agresores se han limitado a pedir un rescate equivalente a unos 300€ por desencriptar los archivos de cada ordenador, lo que a pesar de parecer una cantidad modesta, en el caso de grandes empresas que pueden haber sufrido la infección de varios miles de ordenadores, la liberación de los mismos, puede alcanzar cifras realmente muy importantes.

Hoy, el funcionamiento del mundo se asienta sobre la tecnología digital y la transmisión de sus datos a través de Internet, por lo que sería sumamente sencillo bloquear los puntos neurálgicos de un país.

¿Se figuran los daños irreversibles, que en un momento dado, podría causar el hecho de impedir el funcionamiento de las centrales eléctricas simplemente?

El país entero quedaría paralizado. Todos los servicios públicos, las comunicaciones, los transportes, la sanidad, los de seguridad del Estado, la Justicia, los financieros, solo por citar los más destacables, quedarían interrumpidos. Los daños, no solo económicos, serían incalculables y la mayoría, difícilmente reversibles.

Los sistemas y el almacenamiento creciente de datos en la nube, aumenta las puertas de entrada que pueden ser utilizadas para realizar ciberataques contra las organizaciones y los Estados. La nube es como la caja fuerte, en la que a nivel mundial, se almacenan los datos más sensibles de todos y cada uno de nosotros. Vulnerar sistemas en la nube, puede representar para los cibercriminales, no solo alzarse con un incalculable botín, sino lo que es infinitamente más grave, hacerse con un poder hasta ahora no ostentado por ningún país del mundo.

Toda nuestra riqueza, nuestras cuentas corrientes, hipotecas, patrimonio, nuestra información clínica, nuestros hábitos y costumbres, nuestro pensamiento e incluso nuestros más íntimos sentimientos, reducidos a una serie de apuntes cibernéticos almacenados en la nube, nos hace extremadamente vulnerables.

Los ataques cibernéticos constituyen ya una incruenta modalidad de terrorismo, de tal naturaleza, que se hace imperativa una respuesta mundial.

 

César Valdeolmillos Alonso