Cartas al Director

Flores de pascua por bandera

 

“Trabajé siempre para mi patria poniendo voluntad, no incertidumbre; método no desorden; disciplina, no caos; constancia no improvisación; firmeza, no blandura; magnanimidad, no condescendencia”
Manuel Belgrano
Intelectual y político argentino

 

 

César Valdeolmillos Alonso | 29.12.2014


Fueron certeras y oportunas las palabras pronunciadas por S. M. el Rey en el transcurso de su primer mensaje de Navidad. Pero los políticos –y el Rey no deja de serlo— casi siempre es más importante lo que callan o dejan de hacer, que lo que dicen o lo que hacen. Lo que dicen, habitualmente, es lo que ellos saben que su auditorio quiere escuchar o quiere ver. Lo que suelen ocultar, es con frecuencia —en sentido figurado se entiende— el fino y afilado estilete con el que tienen previsto apuñalarnos. Ladinamente tratan de ocultar por todos los medios posibles esas recónditas intenciones, que ellos prevén o saben de antemano, que pueden ser rechazadas por la mayor parte de los ciudadanos.

Sabido es que en las intervenciones públicas del Jefe del Estado, apenas si dejan margen a la improvisación. Previamente, tanto él mismo como su equipo, estudian las circunstancias, el por qué, el cómo y el cuándo de sus intervenciones. Están estudiadas, no solo las palabras que haya de pronunciar, sino que casi me atrevería a decir que hasta las pausas, los silencios y el gesto que en cada momento habrá de adoptar. Se estudia y se elige su indumentaria, se le sitúa en el entorno en el  que se supone que quiere verle el auditorio que va a recibir su mensaje; se evita cualquier signo que se presuma que pueda causar rechazo a un determinado sector; se analizan hasta las fotografías que han de figurar en el entorno elegido. Ningún detalle se deja a la improvisación y el conjunto de la imagen que se nos ofrece y las palabras que habremos de escuchar, responden al objetivo que se pretende conseguir con la intervención del titular de la Corona en cada momento.

Por supuesto creo que es como se deben de preparar las actuaciones de nuestra más alta magistratura, dada la habitual trascendencia de las mismas.

No obstante, cualquiera que no conozca a nuestro Rey –y hay muchísimos millones de personas en el mundo que no tienen ni idea de quién es— y hubiera visto su mensaje, ¿Hubiera sido capaz de identificarle? Probablemente no, porque en su entorno inmediato faltaba la presencia del símbolo que une y representa a nuestra Patria desde hace 230 años. La bandera roja y gualda que instituyó el Rey Carlos III, de la dinastía de los borbones, el 28 de mayo de 1785. Ciertamente TVE abrió y cerró el mensaje de S. M. el Rey, con un hermoso flamear de nuestra bandera. Sin embargo una vez aparecida la figura del Rey, la imagen de la enseña española no se hizo presente hasta el minuto 8,29 y solo durante 17 segundos, en el extremo opuesto al que se encontraba el monarca.

El título II de la Constitución,  que es el que trata de la Corona, comienza diciendo en su artículo 56: “El Rey es el Jefe del Estado, símbolo de su unidad y permanencia…”

Por su parte, la primera acepción que la Real Academia Española hace de la palabra “bandera”, reza así en la última edición del diccionario: “Tela de forma comúnmente rectangular, que se asegura por uno de sus lados a un asta o a una driza y se emplea como enseña o señal de una nación, una ciudad o una institución”.

Por tanto, si como cita la Constitución, el Rey es el símbolo de la unidad de España y según define la Real Academia Española a la bandera, esta es un emblema que se emplea como enseña o señal de una nación, en mi opinión, el Rey y la bandera española son la representación de un mismo concepto que están indisolublemente unidos.

Su Majestad decía apenas iniciado su mensaje navideño: “El pasado mes de octubre afirmé en Asturias que necesitábamos referencias morales a las que admirar, principios éticos que reconocer, valores cívicos que preservar. Decía, entonces, que necesitábamos un gran impulso moral colectivo. Y quiero añadir ahora que necesitamos una profunda regeneración de nuestra vida colectiva”.

Teniendo en cuenta las citadas manifestaciones del Rey, me pregunto ¿Cómo se debe interpretar este alejamiento visual y en el tiempo del símbolo de la unidad y permanencia de España, que es el Rey, de la enseña de la nación, de la que es eslabón de unión, armonía, acuerdo y avenencia?

Hemos de tener en cuenta que a los políticos hay que interpretarlos no por lo que dicen, sino por lo que hacen y sobre todo, por lo que dejan de hacer sin que haya causa aparente que lo justifique y habida cuenta del riguroso análisis al que previamente se ven sometidos todos los actos del Jefe del Estado y la adecuada preparación recibida para el desempeño de sus funciones, no cabe pensar que la apenas perceptible aparición de la bandera de España en el mensaje del monarca, se debe a una imprevisión. Por el contrario, los hechos me mueven a intuir que existe un mensaje oculto que me preocupa, me inquieta y me produce una honda zozobra llegar a entender.

En los actos de la proclamación de Felipe VI, ya se produjeron atronadoras ausencias silenciosas. Me pregunto con preocupación el porqué de esa casi total ausencia visual de la bandera española en el mensaje navideño del Rey en unos tiempos en los que tanto necesitamos recuperar la fe en nuestros símbolos e instituciones.

En un país en el que impunemente denostamos nuestra propia historia sin conocerla, que abroncamos nuestro himno en actos públicos de repercusión mundial y quemamos nuestra bandera sin que los autores de dichos actos paguen por ello, me parece francamente grave el hecho de que el Jefe del Estado, en su mensaje anual más importante dirigido a toda la nación, aparezca rodeado de flores de pascua en vez de reafirmar con firmeza el símbolo de nuestra historia.

César Valdeolmillos Alonso