Cartas al Director

El beso que no te di

 

“La más bella palabra en labios de un hombre es la palabra madre, y la llamada más dulce: madre mía”
Khalil Gibran
Poeta libanés.

 

 

César Valdeolmillos Alonso | 04.05.2014


Hoy quisiera volver a ser aquel niño, que lleno de ilusión, te pintarrajeaba un dibujo para regalártelo en el día de la madre. A escondidas empezaba a hacerlo creyendo que tú no te dabas cuenta. Y si mientras en ello estaba, aparecías en mi habitación, yo lleno de inocencia lo tapaba con mis brazos y echando mi cuerpo sobre él, te decía: Tú no mires, mamá, tú no mires. Y tú, con una sonrisa en tus labios, me respondías. No, yo no miro. ¡Demasiado bien sabías tú lo que estaba haciendo y ello colmaba tu corazón de felicidad!

Como fue cambiando aquel niño con el paso del tiempo. Del dibujo, el beso y el abrazo que al nacer el día de la madre, descalzo llevaba a tu cama, pasé a ser caprichoso, creerme autosuficiente y no pocas veces ingrato y despegado. Ni siquiera se me ocurría pensar en que tu vida, madre, estaba siendo un camino de renuncias, nacidas de tantos proyectos e ilusiones postergadas por mí, porque cuando tú me sentiste por primera vez en tu interior, tu vida cambió para siempre. Ahora con profunda amargura me doy cuenta del desafío que a tu infinito amor, representaban mis reacciones egoístas. En mi despertar a la adolescencia, ignoraba que no hay posibilidad de amar sin rechazar el egoísmo, sin vivir para los demás, y que una vida sin querer a los demás, es subsistir en un erial en tinieblas.

Llegué a olvidar por completo que fuiste tú quien me despertaba cada mañana. Que fueron tus labios los que me enseñaron a rezar. Que cuando por alguna razón estaba triste eran tus brazos los que me acogían y me consolaban. En pago de tu dedicación y tus desvelos, no fueron pocas las veces que yo te  contesté de malas maneras. Era para ti, madre, para quien nunca tenía tiempo. Para la quien desde que me creí un hombre, nunca tuve una palabra de ternura. Tus consejos me parecían siempre un fastidio y una antigualla. Tus preocupaciones sobre mí, se me antojaban la  monserga de una persona que vivía en otro mundo.

Si aún tenemos la fortuna de gozar de su presencia, tengamos la sinceridad de decirle, que a nuestros años, aún seguimos siendo solo un niño que pretende ser un hombre. Ahora que aún podemos, digámosle que nos perdone porque no supimos darle el  amor que merecía. Y si ya no la tenemos junto a nosotros, pidámosle a Dios que se lo diga, ya que nosotros no supimos hacerlo. Hoy pasados los años, aún siento tus abrazos, donde yo me sentía seguro. A pesar del mucho tiempo que hace que dejé de ser aquel niño que fui, aun veo la bondad que siempre hubo en tu sonrisa. Una sonrisa tras la que ocultabas un sentimiento de tristeza y desencanto por mis desapegos.

Si alguien me ofreciera un empleo en el que se me pidiera que no haya límite en mi entrega, no haya horas, ni días; un empleo en el que tuviera que estar disponible las 24 horas del día, los 365 días al año pero sin retribución alguna, sin vacaciones, ascensos, honores, ni reconocimiento a lo que haga y con frecuencia si algo no llegase a tenerlo a punto, sí encontraría reproches y malas caras, lo rechazaría airadamente y lo calificaría de inhumano. Sin embargo, eso y mucho más, hasta la entrega de tu propia vida, lo haces tú, madre. Y no lo haces con gusto, porque eres un ser humano como los demás. Lo haces por amor. Porque desde que sentiste en tu interior el milagro de mi existencia, estuviste dispuesta a dar la vida por mí y solo te dedicaste a quererme, a imaginarme en un mundo maravilloso. Quisiste estar siempre a mi lado para señalarme los peligros que habrían de acechar mi vida. Tomar mi mano, pero dejándome ir. Acompañarme en silencio en mis preocupaciones y zozobras; bajo la lluvia y en los días soleados. Quisiste estar viva para mí, y sin embargo no existir cuando fueran míos los momentos. Quisiste apartar de mi camino todos los peligros para que fuera dueño de mi vida. Había salido de tus entrañas, pero sabías que no era tuyo. Que solo me tenías prestado por un tiempo para guiar los primeros pasos de mi existencia. Eras consciente de que solo habría de pertenecerte mientras yo te necesitase, mientras pasaba tu juventud y yo aprendiese a volar. Entonces, cuando cayeran las hojas de los árboles y tu rostro se cubriera de atardeceres, tu cabello se tornaría blanco y los brazos que un día fueron mi cuna, dejarían de tener aquella firmeza con la que yo me sentía tan seguro. Pero tú, con la sabiduría que solo puede poseer una madre, comprendiste el hermoso aprendizaje del tiempo al ver en el hombre en me habría de convertir. Ya no preciso de tu ayuda para caminar y corro sin tu empuje. Porque al nacer, de ti me llevé, madre tus manos, tu respiración y tu vida toda. Ya no son necesarios tus insomnios para velarme, pero tus ojos seguirán viendo por mí. Todo me lo llevé de ti.

Ahora que aún puedo, quiero pedirte perdón por no haber sido como tú querías.

Quiero compartir contigo unos pocos momentos ahora que estás viva y no una noche entera cuando te hayas ido a ese viaje para el que no hay billete de ida y vuelta. Quiero coger tu mano ahora que aún te tengo junto a mí y no apoyar mi cuerpo sobre el ataúd cuando tú partas. Prefiero decirte, te quiero madre, ahora que aún puedo contemplar tu rostro y no un doloroso poema cuando tú me dejes. Prefiero hacer una sola llamada ahora que puedo escucharte y no emprender un inesperado viaje cuando ya no me puedas hablar. Prefiero regalarte un solo abrazo ahora que aún puedo sentir el latido de tu corazón y no llorarte cuando no queden más días en tu calendario. Prefiero que disfrutes de esos pequeños detalles que te hacen feliz ahora que aún puedes sonreír con ellos y no de grandes manifestaciones de dolor cuando ya no te sirvan de nada.

Hay palabras que nunca salen de nuestros labios, porque damos por supuesto que son sabidas y las creemos innecesarias. Sé que ya soy muy mayor, pero en el fondo de mi corazón aún quedan restos del niño que fui y necesito sentir tu calor, tu mirada y tu ternura. Madre mía, quisiera de todo corazón poder retroceder el tiempo para poder volver a ser niño de nuevo y escuchar de tus labios: ¡Te quiero! Hoy, el arrepentimiento invade mi alma y quiero decirte: Perdóname si no fui como tú querías. Te lo digo ahora y no cuando solo el viento pueda escucharme. Hipotequé mis días ocupado en cosas materiales, mientras olvidé lo que más valía.  ¿De qué me sirve tener lo que tan caro me ha costado, si ni siquiera lo disfruto? ¿De qué me sirvió caminar sin descanso para llenar mis bolsillos con unas monedas, si ahora tengo el corazón vacío?

Aborrecía que me dijeras siempre lo que debía hacer y sin embargo hoy me doy cuenta de que aún sigo necesitando tu consejo. Detestaba que me quisieras perfecto y me regañases delante de los demás. Hoy sé que lo que de bueno pueda haber dentro de mí, de ti lo aprendí. Tú siempre vivirte pendiente de lo que yo quería. Pues bien: hoy lo pregono a los cuatro vientos y quiero que tú lo sepas. Quiero darte aquel beso que tan a menudo no te dí y quiero ser tu felicidad y tu gozo. Quiero ser para ti, el mejor hijo del mundo.

Y quiero decírtelo ahora, porque

A una madre se la quiere
siempre con igual cariño
y a cualquier edad se es niño
cuando una madre se muere.

César Valdeolmillos Alonso