Cartas al Director

La realidad de la ilusión

 

 

“Se puede decir que una era se termina,
cuando las ilusiones se han agotado”
Arthur Miller
Dramaturgo estadounidense

 

 

César Valdeolmillos Alonso | 20.12.2013 


Ya están preparados los bombos para el sorteo de la Lotería Nacional. Un acontecimiento en el que participamos los españoles de toda condición. El sorteo de Navidad es uno de los pocos actos en el que los españoles participamos como un solo cuerpo, sin hacer distinciones entre catalanes, castellanos o andaluces; pobres o ricos; de izquierdas o de derechas; del Madrid o del Barcelona. Y todos lo hacemos en igualdad de condiciones y con un solo afán. Con un solo sueño. Con una sola ilusión. Con una sola esperanza. La de que nos toque el gordo. Casi me atrevería a decir, que es el acto más igualitario de la sociedad española.

El sorteo de Navidad es el pregón de la Navidad. Es como si los niños de San Ildefonso, en vez de cantar números y premios en la mañana de cada 22 de diciembre, anunciaran la buena nueva: la del gran premio que es la llegada del niño Dios.

Cuando se celebra el sorteo, hasta el más pequeño rincón de España está iluminado y en las esquinas de las ciudades, aún respiramos el aroma inconfundible de las castañas asadas. Es el tiempo del turrón, el mazapán y los mantecados. Es tiempo de esperanza y de ilusión.

La ilusión es una realidad que aún no ha llegado a ser. No hay una sola realidad en este mundo, que previamente no haya sido el sueño apasionado de un ser humano.

A pesar de ser conscientes de que cuando compramos un décimo estamos persiguiendo una quimera, lo hacemos con la recóndita esperanza de que la utopía llegue a convertirse en realidad.

Para vivir en este mundo de miserias, el ser humano necesita soñar con el anhelo de alcanzar lo imposible. Aunque pensemos que nuestras ilusiones no habrán de cumplirse nunca, necesitamos seguir acariciándolas, porque en contra de lo que suele creerse, las ilusiones no terminan con el desengaño, sino todo lo contrario, más bien nacen a partir del mismo.

Es cierto que vivimos en un mundo que fomenta las adicciones; que incita a acumular status; que crea expectativas falsas, engaños que llevan a búsquedas inútiles y a constantes desilusiones.

Pero no es menos cierto que hay quien no sueña nunca; quien se limita sólo a constatar la dificultad; quien siempre se jacta de ser muy realista y considera ingenuos a quienes aspiran a mejorar ellos y a mejorar el mundo en que vivimos. Quienes piensan de ese modo tan desalentador, no se dan cuenta de que la dificultad principal, no radica en aquellos a quienes señalan con tanto énfasis, sino que el mayor obstáculo lo tienen en su interior.

Quienes así piensan, son viejos prematuros, mientras que en cambio, otros permanecen jóvenes y animosos hasta el final de sus días. Por eso debemos hacer lo posible para que en nuestra vida, no se detenga un día el reloj de la ilusión, y para que, si alguna vez vemos que se detiene, sepamos ponerlo de nuevo en marcha cuanto antes. No caigamos en la muerte anticipada de la desesperanza y vivamos nuestras ilusiones con tal calor y dedicación, como si en nuestras manos estuviera el lograrlas. Encendamos una luz de esperanza en la oscuridad de un mundo demudado por el sufrimiento y la tristeza.

Casi siempre, la realidad dista mucho de corresponder a las ilusiones que nos hemos forjado, Pero quien carece de ilusiones, carece de futuro.

Quizá no alcancemos nunca nuestros sueños. Pero precisamente por ello, siempre permanecerán vivos y jamás perderán su magia; serán no nacidos que vivirán siempre; artistas que sin haber actuado nunca, conquistarán inextinguibles aplausos; sucesos idos que jamás llegaron a ser; retratos que nunca se hicieron, pero que no se borrarán jamás; frases que nunca se pronunciaron y que sin embargo están grabadas en nuestro espíritu de forma indeleble, suspiros, notas, líneas, países, aventuras, galanteos, puerilidades, llantos, risas, profecías, historias; toda un alma plena de ilusiones, de sensaciones y de sentimientos; toda una vida encerrada en una ilusión, siempre fresca y coloreada con su vigor primitivo, como el amanecer de un día de primavera.

Cuando en un mundo de dolor buscamos consuelo; cuando tratamos de evadir la lucha, el conflicto o el sufrimiento, nuestro yo tiene que crear vías de escape, que no son otra cosa que nuestras ilusiones.

La ilusión latente por ser agraciado con uno de los premios de la lotería, es una prueba palpable de que la lucidez absoluta es incompatible con la realidad; con lo que nos dice la certidumbre evidente de que solo tenemos una probabilidad de ganar sobre 85.000. Pero cerramos los ojos y preferimos jugar a sabiendas de que tenemos 84.000 probabilidades de perder, porque es la tradición y porque en este tema, como en otros de muchísima mayor gravedad, admitir el desengaño de la evidencia frente a nuestros sueños ideales, sería vivir más o menos en lo irrespirable.

César Valdeolmillos Alonso