A LA LUZ DE LAS PARÁBOLAS DE JESÚS

LA PARÁBOLA DEL BUEN SAMARITANO

 

Víctor Corcoba Herrero/ Escritor | 19.03.2015


                Hoy vivimos en un mundo de cercanías. Hemos acortado las distancias. Esto no quiere decir que los corazones estén próximos. Aún no hemos asimilado la interdependencia. Nos falta caridad y misericordia para compartir. Los ricos no se mezclan con los pobres. ¿Habrá penuria mayor? Tampoco solemos tener piedad alguna por los que sufren. El corazón humano, en ocasiones, está más duro que una piedra. Haz el propósito siguiente…

Si tienes mucho, da más.
Si tienes poco, da algo.
Si no tienes nada, date tú,
Que uno siempre puede darse.

                Andamos abandonados, sin rumbo, por falta de amor. Nos falla el espíritu de compasión. Son muy pocos los que aman sin medida, sin esperar recompensa alguna. La elección de la figura del samaritano por parte de Jesús, considerado como un ser controvertido para los sectores más fieles de la religión hebrea, también actualmente nos sirve para huir de las etiquetas y, así, poder redefinir conceptos de proximidad. Cohabitan, en nosotros, demasiadas formas excluyentes, sin conciencia alguna por el prójimo, que deberíamos desterrar de nuestra vida. Por tanto...

Puede uno amar sin ser amado.
Sin ser amado uno puede querer amar.
Quien ama halla en el otro su propio gozo.
La placidez vivida procede del amor que se dona.

                Indudablemente, la imagen del buen samaritano que venda las heridas al ciudadano maltrecho ha de servirnos cono referente. Una fe sin obras apenas vale nada. Tenemos demasiadas actitudes hipócritas, generadoras de un río de maldades que nos desbordan. Para desgracia nuestra, vivimos en la simulación permanente. Olvidamos que las personas tenemos el derecho de actuar libremente, de pensar autónomamente, y también de decir sin doblez las cosas. En la verdad no puede haber tintes cambiantes. Más pronto que tarde, la especie ha de comprometerse con ser ella misma, puesto que nada puede ocultarse permanentemente. En consecuencia...

De verdad, de verdad, ¡amémonos!
De verdad, de verdad, ¡reamémonos!
De verdad, de verdad, ¡conquistémonos!
De verdad, de verdad, ¡reconquistémonos!

                Sin duda, es preciso reactivarse en el amor para poder renacer. La antitesis entre los preponderantes guías religiosos inmisericordes y el samaritano compasivo, ha de ser un recordatorio para este mundo presente, donde habitan tantos dominadores sin escrúpulos y tan pocos servidores. Jesús no desprecia a ningún ser humano, se compadece de toda criatura, invitándonos a ser coherentes con el espíritu de la ley: “amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Levítico 19:18). En cualquier caso, tengamos presente siempre…

No practicar la indiferencia. ¡No!
Ahí radica la esencia de la inhumanidad.
Tampoco cultivemos la pereza para no advertir.
No hay ingratitud mayor que unos ojos que no quieren ver.

                A poco que nos adentremos en esta parábola, que habla de un hombre asaltado por bandidos y abandonado medio muerto al borde del camino, por el que pasan multitud de gentes, unos miran pero no se paran, continúan el camino sin inmutarse, como si no fuera asunto suyo. Sólo un desconocido -el samaritano-, ve, sabe mirar y se detiene, lo levanta, le tiende la mano y lo cura (cf. Lc 10, 29-35). Naturalmente, hay que saber observar para entender tantas miradas que nos interrogan en nuestro caminar diario. La idea de Jesús es muy reflexiva, puesto que no definió, como quería el doctor de la ley, quién es el prójimo: únicamente preguntó quién obró como prójimo del herido. La respuesta se da en función de la acción compasiva, concepto precursor de la justicia. Justamente:

Detrás de cada mirada hay un corazón que late.
Los que de corazón se buscan sólo con el corazón se hallan.
Y hallándose interiormente, ninguna ingratitud lo cierra ni lo encierra,
porque ninguna  apatía lo cansa, ningún desconsuelo lo ahoga, ninguna tristeza lo mata.

                Al fin y al cabo, todos tenemos un corazón para orientarnos en la vida. La práctica del mandamiento de amor es para todos, y todos podemos llevarlo a buen término. Es cuestión de querer. El buen samaritano es la mejor referencia a la fraternidad humana que hoy el mundo necesita como nunca. Todos sabemos lo que tenemos que hacer, pero como el sacerdote de la ley, o el levita que era un ayudante en el culto, damos rodeos y no queremos implicarnos ni complicarnos. Por eso, entiendo, que el mejor medio de hacer bien a los que nos necesitan, no es darles únicamente limosna; sino más bien, hacer que puedan vivir sin recibirla. Tenemos los recursos necesarios y precisos.

 

Víctor Corcoba Herrero
corcoba@telefonica.net
19 de marzo de 201
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