ALGO MÁS QUE PALABRAS

LA PACIENCIA Y EL TIEMPO

 

Víctor Corcoba Herrero/ Escritor | 28.09.2014


                En este tiempo de desdichas y agobios que sufrimos en propio carne todo el mundo, he descubierto que la paciencia y el tiempo injertan más placidez que cualquier otro medio de persuasión. Hay tantas oscuridades en el camino que nos asaltan, muchas veces de manera desprevenida, que precisamos cuando menos tomar aliento, hacer una honda reflexión sin importarnos el tiempo, para tener la fuerza suficiente de no desanimarnos. Aquella idea del inolvidable filosofo griego Platón, de que tres facultades hay en el hombre: la razón que esclarece y domina, el coraje o ánimo que actúa y los sentidos que obedecen, debería formar parte de nuestra vidas. Sin duda, el mundo sería otro porque los conflictos tendrían otra resolución menos violenta, más acorde con las atmósferas armónicas. Ahí está el referente de Gandhi, su admirable aguante de oponerse a la opresión, a la injusticia humana y al odio de manera pacífica. No es fácil defender la dignidad que todo ser humano tiene, cuando se siembra un reguero de inmoralidades e infamias, con la entereza de tomarnos nuestro propio tiempo, para así poder meditar pacientemente sin bajarse de la cruz.

                Realmente, uno siente la necesidad de desafiar al enemigo y la impaciencia nos deja sin abecedario en el corazón, con el rostro triste y el rastro del desconsuelo errante, sin ilusión. Tenemos que retornar a la paciencia para sembrar otros lenguajes pacifistas. Sin duda, hemos de compartir menos espadas y más abrazos. Es cuestión de donarnos menos veneno y más bálsamo de humanidad, de saber esperar con la ternura del silencio, de no abandonarnos a la miseria y de saber perdonar. Cuando se pierde la confianza en el ser humano todo se desmorona y el futuro se hace insostenible. En lugar de que la violencia se contagie, injertemos un sosegado diálogo por todas las sendas vivientes, hagámoslo de manera paciente y pacífica; quizás por ello, precisemos ser conscientes de que un corazón junto a otro corazón, pueden salvar horizontes de luz en vez de propagar noches. Sería un buen propósito celebrar de este modo, el aniversario del nacimiento Mahatma Gandhi, líder del movimiento de la Independencia de la India y pionero de la filosofía y la estrategia de la no violencia.

                Todo el planeta necesita que la conmemoración del día internacional de la no violencia (2 de octubre), sea algo más que un gesto de celebraciones. La especie debe apostar decididamente, tomándose su tiempo, pero con la perseverancia necesaria para conseguir activar un culto a la cultura de la quietud, de la tolerancia, de la comprensión y no violencia. Las nuevas generaciones han de ser personas de acción calmada, pero firmes en la convicción de desterrar las armas, sabiendo de que la paz comienza por uno mismo al levantarse cada día con una simple sonrisa. Si habita la violencia en nuestros corazones difícilmente podemos cultivar alianza alguna por muchas reformas que activemos en nuestras instituciones nacionales o internacionales. La primera metamorfosis, pues, pasa por nuestras propias habitaciones interiores, que hemos de ser mujeres y hombres de paz. Con la paciencia necesaria, aunque seamos impacientes por naturaleza, debemos dejarnos envolver por el tiempo para no derribar los puentes que nos unen. Un gran teólogo alemán, Romano Guardini, decía que Dios responde a nuestra debilidad con su paciencia y éste es el motivo de nuestra confianza, de nuestra esperanza (cf. Glaubenserkenntnis, Würzburg 1949, 28). Es como un diálogo entre nuestra debilidad y la paciencia de Dios; es un diálogo que si lo hacemos, nos da consuelo.

                Indudablemente, esta paciencia que activo no es dulce ni fácil de sobrellevar, tiene sus amarguras, aunque después sus frutos sean dulces, con razón se dice que con ella, todo se alcanza. Nos conmueve la actitud de los sembradores de certezas, que jamás han tenido palabras de desprecio para ningún ser humano, ni de condena, solamente palabras de concordia, de amor y de compasión. Ojalá esta virtud se extendiese por todo el mundo, serían menos fríos los diálogos y las convivencias más fraternas. Es hermoso, esto de la clemencia, de mirar el campo de nuestra propia existencia, y de ver la manera de que nunca es tarde para rectificar.

                Por desgracia, el mundo está crecido de actitudes desesperadas y, lo que es peor, sin intención de corregir esta espiral de hechos violentos que nos circundan. Las simientes de odio sembradas acarrean luchas crueles hasta en las propias familias. Las respuestas a los conflictos (de género-familia, de países o del propio orbe), para que se produzca realmente el cambio social, ciertamente dependen del consentimiento de la población, pero también del valor que le demos al ser humano como tal. Por consiguiente, la paz no puede imponerse en ningún hábitat, la paz llega por la vía del intelecto al servicio del propio ser humano. Resulta que este incondicional amor a la especie, lo hemos abandonado tantas veces en nuestro diario de vida personal, que es menester trabajar por la justicia, defender la existencia humana y abrazar la verdad de una vez por todas. Nos pueden tantas mentiras, que todo se confunde, pero será el tiempo, y sólo el tiempo, el que hará verdadera justicia. Mientras sea más fácil empuñar un arma que olvidar un rencor, encontrar errores que una forma de perdonar, no habrá armonía y todo será un litigio absurdo.

                En consecuencia, pienso que el ser humano debe ser capaz de entrar en paciencia consigo mismo, mirando alrededor y dejándose mirar, buscándose y dejándose buscar, encontrándose y dejándose reencontrar, pacientemente ante esta vida, que es más fugaz de lo que pensamos. Tampoco podemos resignarnos y contemplar indiferentes la violencia que golpea a tantos mortales. Esta es una responsabilidad de todos, unos en mayor medida y otros en menor, pero sin excepción hay que ponerse a cultivar otros diálogos que favorezcan el entendimiento, con la convicción de que es posible instaurar en el mundo la cultura de la convivencia, del encuentro, y no del encontronazo de unos para con otros. Los muros tienen que dar paso a los espacios abiertos, uniendo y no dividiendo, extinguiendo el odio y no conservándolo, avivando la idea de paz y no violencia extensible a la protección de los animales y los árboles, reeducándonos en la mediación y el arbitraje, sabiendo que tan importante como el pan de cada día es el sosiego de cada ser humano.

                El legado de Gandhi ahí está, dando sus obras en favor de tantos movimientos por la no violencia, generando conciencia social. Los sueños también son posibles. El tiempo los hará realidad. No hay auténtico genio sin paciencia. Junto a ella seremos capaces de dar luz en las sombras, justicia y dignidad a todo ser vivo, y así, -como dijo Neruda-, la poesía no habrá cantado en vano.

 

Víctor Corcoba Herrero
corcoba@telefonica.net
28 de septiembre de 201
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