Opinión

El sacrificio de Jesús profetizado en Abraham

 

 

Lluciá Pou Sabaté


Sacrificio de Abraham. Laurent de La Hyre, 1650.

 

 

 

 

 

Uno de los pasajes de la Biblia que conviene contextualizar es el del sacrificio de Abraham. Allí se nos muestra una verdad: así como Dios no dejó sacrificar a Isaac, es una profecía de que por causas que aunque no comprendamos sí podemos confiar con la fe, el Padre permite el sacrificio de Jesús para la salvación de todos [1]. De algún modo, las tradiciones espirituales intuían ese misterioso sacrificio (desde Krisna en la India hasta Quetzalcóatl entre los indígenas mesoamericanos).

Pero ¿qué significa el relato del Génesis donde Abraham piensa que Dios le pide sacrificar a su primogénito? Entre los pueblos antiguos, era habitual ese rito, y lo que en realidad vemos ahí es que Dios se revela diciendo “¡basta de sacrificios humanos!” y se sustituyen por unos animales. Dios quiere la fe, y más tarde dirá por el profeta: “Misericordia quiero y no sacrificios”, que será otro paso en la evolución. [2]

Leyendo en el contexto antiguo, es lógico que a unos padres les cueste entender una fe en un Dios que pide matar a un hijo, cuando en realidad, ahí Dios puso fin a los sacrificios humanos.  Dios no quiere que se mate a nadie, pues es en Cristo que se contextualizan esos mitos y tradiciones antiguas, aunque la Biblia lo explicara de otra manera, según la época de quien escribiera. La realidad es simple y compleja según la miremos, y nunca la vemos por entero… y entremedias podemos encontrar simbologías preciosas, por ejemplo, según san Pablo la fe de Abraham era que si Dios le pedía la vida de Isaac, lo iba a resucitar pues en él se cumpliría la Alianza de una gran descendencia.

 

 

 


 

[1] ”Por consiguiente, es preciso interpretar esos textos a la luz de toda la revelación, que alcanza su plenitud en Jesucristo. Él nos enseña a poner en Dios una inmensa confianza, incluso en los momentos más difíciles. Jesús clavado en la cruz, se abandona totalmente al Padre: «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu» (Lc 23,46). Con esta actitud, eleva a un nivel sublime lo que Job había sintetizado en las conocidas palabras: «El Señor me lo dio; el Señor me lo quitó; bendito sea el nombre del Señor» (Jb 1,21). Incluso lo que, desde un punto de vista humano, es una desgracia puede entrar en el gran proyecto de amor infinito con el que el Padre provee a nuestra salvación”: https://www.ewtn.com/es/catolicismo/biblioteca/audiencia-del-24-de-marzo-de-1999-17046

 

[2] Juan Pablo II decía: “la Escritura nos brinda un ejemplo elocuente de confianza total en Dios cuando narra que Abraham había tomado la decisión de sacrificar a su hijo Isaac. En realidad, Dios no quería la muerte del hijo, sino la fe del padre. Y Abraham la demuestra plenamente, dado que, cuando Isaac le pregunta dónde está el cordero para el holocausto, se atreve a responderle: «Dios proveerá» (Gn 22,8). E, inmediatamente después, experimentará precisamente la benévola providencia de Dios, que salva al niño y premia su fe, colmándolo de bendiciónˮ: https://www.ewtn.com/es/catolicismo/biblioteca/audiencia-del-24-de-marzo-de-1999-17046