Tribunas

Mundanidad (IV)

 

 

Ernesto Juliá


Papa emérito Benedicto XVI.

 

 

 

 

 

Uno de los aspectos más sutiles, y peligrosos de la “mundanidad” es, en mi opinión, el intento de dar lugar a una “nueva iglesia”, que pueda caminar con todas las otras religiones del mundo, incluso las cismáticas cristianas, para dar origen a una especie de iglesia de la “fraternidad universal” no centrada en la relación del hombre con Dios Uno y Trino, y mucho menos con Cristo, Dios y hombre verdadero, único Salvador y Redentor del mundo; sino, únicamente, en “llevarse bien con todos”, y “caminar en paralelo cada uno por su camino”.  Uno de estos intentos que tienen vida en la actualidad es el del sínodo de Alemania.

Ya san Pablo llamó la atención sobre la realidad de la verdadera fraternidad de todos los hombres en Cristo Jesús, cuando los judíos de Antioquía de Pisidia no quisieron oír la palabra de Dios en Cristo. No se le ocurrió decir que siguieran tranquilamente su camino, y fueran buenos hermanos con los cristianos. Les habló con toda claridad: “Teníamos que anunciaros primero a vosotros la palabra de Dios; pero como la rechazáis y no os consideráis dignos de la vida eterna, nos volvemos a los gentiles. Pues así nos lo mandó el Señor: Te he puesto como luz de los gentiles, para que llevéis la salvación hasta los confines de la tierra” (Hech. 13, 46-47).

En la Iglesia, a lo largo de los siglos, siempre ha habido cismas. Hombres y mujeres que se han separado de la Iglesia por pretender imponer otra Fe –negando por ejemplo que Cristo es Dios, los arrianos-, o imponer otra Moral, y ya el primer concilio, el de Jerusalén, salió al paso, decretando el “no fornicar”. La Iglesia ha hablado muy claro sobre estas cuestiones, y muchas otras –pelagianos, gnósticos, modernistas, protestantes, etc.-  a todo lo largo de su historia, y ha excomulgado a los que pretendían destrozar por esos caminos las enseñanzas y la obra de Cristo, Nuestro Señor.

 Lo que no ha permitido nunca la Iglesia, es que esos que se desviaban de la Fe y de la Moral de Cristo, quedasen dentro de la Iglesia, y formando parte de ella. No ha caído en la “mundanidad” de esa falsa fraternidad universal a lo humano, olvidándose de la Verdad Divina de Cristo.

El peligro de hoy en día es que en nombre de la tolerancia, y ante el reto de “no caminar solos” y aparecer como la única referencia de la Verdad, de Cristo, a todo el mundo, los cristianos en la Iglesia Católica –Una, Santa, Católica y Apostólica- dejemos de anunciar al mundo a Cristo, y nos pongamos a escuchar –sinodalmente- lo que el “mundo” –y por supuesto, también los no católicos, los no cristianos- espera y quiere, para que también “eso” sea “cristiano”.

Ya señaló Ratzinger este peligro hace un buen número de años en la conversación son Seewald que dio origen al libro “Luz del mundo”.

“Por ejemplo, cuando en nombre de la no discriminación se quiere obligar a la Iglesia católica a modificar su postura ante la homosexualidad o a la ordenación de mujeres. Quiere decir que ella no debe vivir más su propia identidad y que, en lugar de ello, se hace de una abstracta religión negativa un parámetro tiránico al que todo el mundo tiene que adherirse” (cap. 5).

Ya se han levantado muchas voces señalando los caminos heréticos y, lógicamente, cismáticos que puede seguir la reunión sinodal alemana, que es una clara expresión del peligro de mundanizar las enseñanzas de la Fe y de la Moral, enseñanzas que son el reflejo definitivo del amor que Dios Uno y Trino, Creador y Padre, manifiesta continuamente a todos los hombres, judíos, paganos, musulmanes, confucianos, budistas, ateos, etc., etc.

A esta mundanidad en la Fe y en la Moral sigue –era de esperar- la mundanidad en la Liturgia, en la que Cristo se quiere manifestar Vivo, Muerto y Resucitado.

 

(continuará).

 

 

Ernesto Juliá Díaz
ernesto.julia@gmail.com