Religión

 

El pecado en el islam

 

"Para el islam, el pecado impide nuestro impulso vital", afirma Abdessalem Souiki, teólogo e imán en Marsella, La Seyne-sur-Mer, Aix-en-Provence y Massy-Palaiseau.

 

 

 

17 feb 2022, 14:00 | Gilles Donada, La Croix


 

 

 

 

 

En el islam creemos que Dios nos creó a su imagen. Tenemos su perfección dentro de nosotros, como si fuera en miniatura. Pero cuando nacemos, lo perdemos. Nos pasamos la vida buscando esa perfección inicial. En este camino encontramos obstáculos y prejuicios que nos engañan sobre Dios, sobre las personas, sobre el camino a seguir. El pecado obstaculiza nuestro impulso. Nos impide recibir las provisiones espirituales que Dios nos tiene reservadas para guiarnos hacia una mayor fe, luz y esperanza.

Hay toda una serie de términos que evocan la desviación, la infracción, el incumplimiento de la ley o la doctrina. Si las colocamos en un eje vertical, se refieren en primer lugar a nuestra relación con Dios: ¿confiamos plenamente en Él? ¿Ocupa el primer lugar en nuestros corazones? El eje horizontal se refiere a la relación con nuestros semejantes: ¿tenemos relaciones respetuosas con los demás? ¿Obedecemos al deber de solidaridad?

Los pecados también pueden verse desde otro ángulo. Están los que son actos reprobables que cualquiera puede presenciar, y los pecados más perniciosos que salen del corazón. En el primer caso, el pecado cometido provoca una sana reacción de defensa, como los anticuerpos a un virus, el pecador se arrepiente y vuelve a Dios, cuanto antes mejor. En el segundo, la acumulación de pecados hace que perdamos la brújula moral interior que nos ayuda a distinguir entre el bien y el mal. Estas malas acciones endurecen nuestros corazones y nos alejan gradualmente de Dios.

El Corán nos enseña que es mejor cometer un pecado y volver a Dios que realizar un acto de fe con autosuficiencia: ¡el riesgo es que te conviertas en un levantador de pesas espiritual que se cree superior a la comunidad de creyentes!

Enmendar los pecados hacia Dios es sencillo porque Él sabe cuándo se vuelve a Él. Reparar un pecado hacia los hombres es más complicado: hay que suplicar, insistir, tratar de reparar el daño (devolver el objeto robado, por ejemplo), o marcar el arrepentimiento con actos de generosidad (limosnas, servicio a las personas, etc.). El perdón de Dios nunca se antepone al del hombre, pues Dios está del lado del ofendido.