Tribunas

Añoranza de la Familia

 

 

Ernesto Juliá


 

 

 

 

 

Sobre la verdadera familia hombre y mujer, padre y madre, hijos, nietos, etc., se han asentado todas las culturas y civilizaciones que el hombre ha ido sembrando a lo largo del recorrido de la historia.

En estos días, en estos años porque llevamos así algún tiempo, los ataques a la familia, la única verdadera familia, aparecen cada día desde los más diferentes ángulos de la sociedad: desde los gobiernos, medios de comunicación, grupos de ciudadanos de aquí y allá; y no digamos de las diversas asociaciones ideológicas, desde la “cultura woke”, hasta las más variadas lgtbiq… (en cada punto cada lector puede añadir la letra que quiera, que todo cabe).

Da la impresión de que algunos quieren hacer surgir una nueva civilización sin la familia, quitando el derecho de los padres a educar a sus hijos, imponiendo ideologías que desvinculan a los hijos de los padres por los caminos más variados, dejando en manos de los políticos de turno y de esas “ideologías”, la tarea de re-educar a los hijos en las escuelas públicas. Tratan de manipular su cabeza, incitando sus instintos, para tratar –en nombre de una “libertad” a gusto de los manipuladores- de convertirlos en marionetas a placer de políticos depravados y de depravados sexuales.

El hombre, por mucho que se empeñe y por muchos millones de euros que tire a la basura en ese empeño, llevándolo a cabo con el diablo o sin él, no conseguirá nunca romper ni cambiar el orden de la creación: “hombre y mujer los creó”.

Dos pequeños hechos acaecidos estos días me han llevado a pensar que el renacer de la familia –la verdadera familia-, está ya saliendo a la luz del día, aunque nunca ha dejado de estar vivo.

Una profesora universitaria, al reunir a un pequeño grupo de doce estudiantes –siete mujeres y cinco hombres-, se dio cuenta de que cinco de ellos, tres chicas y dos chicos manifestaban algún deterioro psíquico. Comentó el caso a un médico amigo, que le respondió con toda claridad: Entérate de como marchan sus familias.

El resultado le apenó: las cinco familias estaban destrozadas, rotas, desde hacía años: padres por un lado, madres por otro; hermanos y hermanas cada uno por su cuenta, y cada uno con una “pareja”.

La profesora se confirmó en lo que ya sospechaba, aunque no acababa de creérselo: que todos esos intentos de manipulación de una realidad creada por Dios pensando en el bien de los hombres, no llevan más que al aborto –matar los hijos para que no creen ningún problema-, y a llenar las consultas de psiquiatras, psicólogos, “gurus” variados, etc., además de un aumento considerable de suicidios en entre jóvenes “trans” o sencillamente abandonados a sus instintos sexuales.

El otro hecho es conmovedor. Padre y madre con un hijo de cuatro años están viendo en la televisión un reportaje que recoge a un buen número de niñas y de niños que, por diversas causas, han crecido lejos de amor materno y paterno. Se les ve un tanto apenados y sin saber muy bien como reaccionar entre ellos.

La criatura de cuatro años comienza a entristecerse, y a los pocos minutos las lágrimas llegan con naturalidad a sus ojos. Se levanta, se dirige a su madre y le dice entre sollozos: “Mamá, tu no me dejarás nunca, ¿verdad?”

La madre, algo sorprendida, le da un beso, y le contesta: “No, hijo mío, no. Nunca”.

Nostalgia de la madre; añoranza de la familia.

 

 

Ernesto Juliá Díaz
ernesto.julia@gmail.com