Diócesis

 

González Montes: “Excusad mis pecados y pedid al Señor que perdone mis muchas faltas”

 

El obispo titular de Almería y cientos de fieles, sacerdotes y autoridades, acompañan al obispo emérito en su misa de acción de gracias y despedida

 

 

19/12/21 | Francisco Serrano Oceja


 

 

 

 

 

Almería no parece Almería. Sábado 18 de diciembre. Tiempo de adviento. 11,30 de la mañana en una catedral luminosa, limpia, refulgente, Illuminare. Pasan los minutos y la gente, con un silencio que no parece propio de esa Andalucía bulliciosa del imaginario colectivo, va cogiendo las sillas para asistir a la ceremonia del obispo ya emérito de Almería, monseñor Adolfo González Montes. Quizá Almería ha dejado de ser Andalucía.

Más de media entrada, el espacio entre el altar mayor y el coro lleno de fieles y en los primeros bancos las autoridades civiles y militares. El arzobispo ortodoxo de turno, en primera fila, pegado al altar. En los laterales se agolpa el pueblo fiel con sus sillas de madera, religiosos, familias numerosas, representantes de cofradías, pueblo de Dios.

 

Más de medio centenar de sacerdotes

Comienza la ceremonia y el coro, con su pequeña orquesta, se impone. Un repertorio religioso de altísima calidad interpretativa. La paradoja de la Iglesia en Almería. Más de medio centenar de sacerdotes, cuento 69, entre los revestidos y los que asisten a la ceremonia entre los fieles, como si quisieran camuflarse. 69 de 124 sacerdotes diocesanos, de los cuales 38 son jubilados, según la CEE. Preside don Adolfo González Montes, le acompaña el obispo titular, monseñor Antonio Gómez Cantero.

Los fieles siguen entrando en la Catedral. No parece Andalucía. Me recuerda a las celebraciones en esa Castilla eterna que quizá, en un momento de la historia, hizo posible el renacer de la fe en estas tierras. Pulcritud litúrgica, sin aspavientos. Don Adolfo desde la sede. Y en las primeras palabras, a modo de monición introductoria, descubre sus cartas: “Excusad mis pecados y pedid al Señor que perdone mis muchas faltas y pecados”. El obispo titular está sentado, en el centro, delante del expositorio a modo de retablo. Nota curiosa: las lecturas se proclaman desde el púlpito en el lateral derecho según se mira de frente al presbiterio. A tres metros del suelo.

 

Homilía

Llega la homilía. Monseñor González Montes que, según momentos, me parece don Adolfo el catedrático de Prima. “En la amistad de Cristo” su lema episcopal, ha sido su lema, será su lema. Acción de gracias a Dios por su vida. Un relato de su vocación en la Iglesia. Pero la clave no es el yo, sino el nosotros. Convierte la homilía, con el recurso del discurrir diacrónico de su vida, en un texto de la más granada teología, con relevantes recursos retóricos. A medida que va rememorando su servicio a la Iglesia, introduce reflexiones que suscribiría el mínimo común denominador del sentido común de los fieles.

La primera cita del Papa Francisco. Añade: “La Inmigración se ha convertido en un referente de nuestra pastoral que no podemos abandonar”. Habla de su vocación y se refiere al Seminario, y a los sacerdotes, y recuerda que ha ordenado a la mitad del clero de la diócesis de Almería y que si no sigue esa tendencia, en 20 años, no habrá sacerdotes que sirvan a esa Iglesia.

Habla el silencio. Las autoridades civiles y militares no pierden ripio. Da la impresión de que un gran hermano lo observa todo. Don Adolfo se mete en profundidades. Se dirige a los sacerdotes, glosa la teología de la unidad de la Iglesia y recalca: “La falta de fe que los fieles descubren en los ministros del Señor bloquea su fe”. Toma ya. Y añade, en pocos segundos: “No es el cultivo de nuestra imagen lo que nos debe mover sino la configuración con Cristo pobre y calumniado”. ¿Más claro?

Un cierre categorial: “Disculpad, con benévola caridad, todas mis faltas y perdonad mis pecados”.

 

Discursos

Continúa la celebración, se impone la música. Sigue el silencio. La belleza de la catedral de Almería, restaurada en el pontificado de don Adolfo, habla por sí misma.

Pasada la comunión, en la acción de gracias, llegan los discursos. Primero, el deán de la Catedral, don Manuel Pozo Oller. No sé si los roles estaban repartidos, pero la impresión primera fue que comenzaba la catarsis. Una forma de decir lo que muchos pensaban, pero nadie se atrevía. O de sublimar, que ya se sabe que esto funciona. El obispo titular, Cantero, con Gómez delante, miraba al infinito. Cantero, apellido episcopal dónde los haya. Habrá que ir a Carrión de los Condes, Palencia, un día de estos.

El señor deán, con voz firme, hace un relato de los logros de don Adolfo. “Cada momento de la historia, el Señor nos envía el obispo que la Iglesia necesita”. Bien centrada la propuesta. Don Adolfo, “un pastor para la reforma y la renovación de la diócesis”. ¿Entonces? Dedicado –sigue el  señor deán- a los pobres, potenciador de la Cáritas, alentador de la construcción de templos en zonas marginales, atento a los sacerdotes, al Seminario, a la formación integral, doctrinal y espiritual de los seminaristas. El señor deán se refiere a su preocupación por restaurar “las casas curiales para que los sacerdotes puedan vivir en situaciones dignas”. Recuperación del patrimonio de la Iglesia, la celebración de los 115 beatos mártires… Perdón, ¿algo me he perdido en esta historia? No confundamos el valor con el precio.

 

Mons. Gómez Cantero

Primer aplauso.  Al fin, el primer aplauso. Almería vuelve a ser Almería, una parte de Andalucía. ¿O no? Contenido aplauso, eso sí, como si hubiera algo que impide esa ovación que se espera. El señor deán dice que Almería es la tierra del sol y de la eterna primavera. Bendita Almería.

Llegó el momento más esperado. Se levanta de su sede monseñor Gómez Cantero y se acerca al atril. Arranca con una anécdota de su vida. En 1994 se reunió con un grupo de niños y jóvenes caldeos, que ponían en peligro su vida por ir a misa. Le dijeron que “la fe es la más importante herencia que nos han legado nuestros padres”.

Don Antonio, cuya voz resuena firme, como queriéndose imponer, dice que don Adolfo es el 70 obispo de Almería y que hay que dar gracias por “sus proyectos llevados a cabo”. “Ha luchado –dice Gómez Cantero- para que nuestra diócesis fuera una gran diócesis, como en los mejores tiempos de su esplendor, y que no mermara”.

El obispo titular, entonces, se refiere a un cáliz que el Vicario General entrega, en ese momento, a don Adolfo. El cáliz de la pasión, la sangre del crucificado, de la víctima. Segundo aplauso. Fin de sus palabras. Al volver a la sede contigua a la de don Adolfo, ni una mirada, ni un saludo, ni un abrazo.

La misa es infinita, tiempo y espacio trascendidos. La catedral de Almería, testigo y testimonio mudo del discurrir de la historia. La Iglesia siempre es una paradoja. Lo sublime se mezcla con la vida. La misa, acción de gracias. Don Adolfo bendice y la ceremonia concluye. Se acerca a las autoridades, va hacia el coro, que le dedica un “Noche de paz” que sabe a gloria. Los fieles se agolpan para que les bendiga. Eso. La noche de paz de la historia. Llegará el día. Fin de un pontificado. Conviene no hablar de oídas de lo que pasa en Almería.