Valores y familia

 

¿Cuándo hay que castigar a un hijo?

 

Los azotes han sido objeto de debate en la prensa, pero ¿qué hay que hacer cuando no se sabe cómo reaccionar ante el comportamiento de un preadolescente? La respuesta de Mijo Beccaria, expresidente de la Oficina Internacional de la Infancia Católica (BICE sus siglas en francés), miembro del Consejo de Administración de la Fundación de Auteuil

 

 

 

08 nov 2021, 09:00 | La Croix


 

 

 

 

 

Algunos padres admiten que ya no saben qué hacer cuando se enfrentan a hijos que son impermeables al castigo. ¿Qué hacer cuando ya no sabes cómo reaccionar?

Laurence y su marido se separaron hace cuatro años. Ella trabaja a tiempo completo y vive con sus dos hijos, Maxence y Loïc, pero su padre también los cuida mucho. Últimamente, ambos no saben cómo reaccionar ante el comportamiento de Maxence: no hace los deberes, falta a clase, miente... Sabiendo que estaba un poco celoso de su hermano pequeño, al que había que cuidar mucho en los dos años anteriores, intentaron escucharle: ¿por qué ese comportamiento? Sin embargo, las transgresiones fueron empeorando. Laurence decidió confiscarle los videojuegos durante un tiempo pero esto no impidió que tuviera que seguir reprendiéndole. Pero, se preguntan ella y su exmarido, ¿deben endurecerse para restablecer su autoridad?

No, el camino de la paternidad nunca es fácil. Sin embargo, tras los primeros años, a menudo agotadores pero tan gratificantes, la familia vive años de paz antes de las tormentas de la adolescencia. Maxence es una excepción a la regla y ofrece a sus padres una temprana oportunidad de demostrar sus dotes educativas.

La escuela, especialmente a esta edad, es un lugar que estructura al niño. El placer de aprender, la facilidad de relación con el profesorado, la importancia de los amigos... El comportamiento de Maxence, con transgresiones que son relativamente raras a esta edad, indica un verdadero malestar. Un niño que se niega a ir a la escuela, lo que le lleva a fracasar, o incluso a retirarse completamente de la escuela, es un niño en peligro. Nadie a esta edad acepta conscientemente ser marginado y sentirse "inútil". Esto es una manifestación de algo más que debe ser analizado y comprendido.

 

La autoridad suele dar miedo

Los celos de Maxence hacia su hermano son una señal que no debe tomarse a la ligera. Antes de ser una "mala falta", los celos causan un intenso dolor, sobre todo cuando se manifiestan en una relación entre hermanos. ¿Por qué me quieren menos? Finalmente, la ruptura del vínculo matrimonial puede no haber hecho saltar de alegría al pequeño... Digamos lo que digamos, hagamos lo que hagamos, el sufrimiento de los niños siempre está ahí. Merece atención, comprensión y reparación. Los beneficios de una escucha cálida y profesional serán sin duda útiles. Un tercer lugar, al abrigo de los padres y de la escuela, donde se puede decir lo que está mal: a menudo no hace falta mucho para que se desaten los nudos.

Todo esto no puede impedir que los padres sean autoritarios. Se ha corrido la voz. Porque la autoridad suele dar miedo. Miedo a herir, a romper el vínculo emocional... Es una actitud que puede agravarse en el caso de los padres separados: la pérdida de un contacto fácil y cotidiano en beneficio del "otro padre". Es una situación que los niños comprenden rápidamente y que les lleva a practicar una forma de chantaje o provocación. Ni el padre ni la madre quieren asumir el papel de malos padres. No parece ser el caso de los padres de Maxence, que se llevan bien con la educación de sus hijos. Volviendo a la situación que nos ocupa y habiendo analizado las raíces ocultas del comportamiento de Maxence, ¡queda por llegar al meollo de la cuestión! ¿Por qué tomar medidas enérgicas? ¿Cómo hacerlo?

El "por qué" no deja lugar a dudas. Es responsabilidad básica de los padres exigir a un niño de once años que cumpla con la escolaridad obligatoria y con sus deberes escolares.

Aquí no hay lugar para la discusión, y las manifestaciones de sufrimiento psicológico -que pueden ser analizadas y aliviadas- no pueden dar lugar a una desviación de esta regla. Se puede explicar al niño que los padres están obligados a someterse a lo que es lícito, so pena de ser ellos mismos castigados. Es normal que los padres controlen la asistencia a la escuela y la calidad de los deberes.

 

Los criterios para un buen castigo

La cuestión de "cómo castigar" es la más delicada. Para ser aceptado y eficaz, el castigo debe cumplir ciertos criterios y, por tanto, estar bastante bien pensado.

- En primer lugar, hay que explicarlo claramente si no se acepta para, así, llegar a un pacto, a una especie de compromiso mutuo.

- Debe ser medido, proporcional a la falta. Si es excesivo, no es sostenible. Si es demasiado ligero, pierde su eficacia.

- Debe ser coherente, de acuerdo con los incumplimientos observados.

- Debe ser justo, sin excesiva violencia ni rastro de sadismo. Un castigo está diseñado para coaccionar, no para aplastar la personalidad del individuo.

- Debe ser constante, no debe variar según las circunstancias o el estado de ánimo del momento. La incoherencia significa no creer en lo que se dice y no mantener los compromisos.

- Por último, es importante realizar una evaluación periódica para medir los efectos y los posibles esfuerzos.

Tener en cuenta estos criterios puede evitar que los castigos sean injustos o arbitrarios, que se hagan con remordimiento y que añadan sufrimiento (de los padres) al sufrimiento (del niño).

 

El niño necesita reconocimiento

La verdadera dificultad en una situación de crisis aguda como la que viven Maxence y sus padres es evitar que el conflicto se convierta en algo generalizado y empañe toda la relación familiar. Es entonces todo el niño, todo el tiempo, el que es objeto de sospecha y reprimenda. Sin embargo, el niño necesita sentirse querido, reconocido en los aspectos positivos de su personalidad y no solo como el "niño malo" que empeora el clima familiar.

El castigo puede entonces tomar su aspecto positivo. Los padres ocupan su lugar y exigen. El niño tiene la sensación de que no vive en el caos, sino que se le cuida. Este distanciamiento aporta cierta serenidad y elimina el riesgo de violencia: palabras humillantes, bofetadas que se lamentan inmediatamente y por las que no está prohibido pedir disculpas. Quizás también sea necesario ser claro con uno mismo, para liberarse de los afectos personales que explican los comportamientos excesivos. Ante un hijo "difícil", que de alguna manera decepciona a sus padres, se revelan las heridas. Pérdida del hijo soñado, dotado de todas las virtudes, aceptación dolorosa del hijo real. Volver a la experiencia personal: o bien uno ha sido un niño sabio y fácil, y malinterpreta a este niño en crisis; o bien uno mismo ha sido un niño difícil, y se siente desgraciado al ver que su hijo se enfrenta a las mismas dificultades.

Para acabar, dos consejos. En primer lugar, no renuncies a los gestos tiernos, a los abrazos, a los besos por la noche, etc. Aunque sea reacio, el niño los necesita para no aislarse y hundirse en la piel del niño no querido con una especie de masoquismo. También se puede prometer una buena recompensa. Todos sabemos que se pueden hacer esfuerzos para aprobar un examen, conseguir un ascenso o una mejor remuneración económica. Dirigir los esfuerzos hacia un resultado positivo y envidiable es una buena manera de darle la vuelta a la tortilla.

Este niño ha pasado por muchas cosas. Expresa su sufrimiento de forma agresiva y violenta. Pero explicar no es excusar. Poner límites, restringir, es parte del papel de los padres. A condición de que, a través de esta autoridad, el niño sienta el amor incondicional de sus padres. Flexibilidad y exigencia, ternura y firmeza, la educación es un arte sutil.