Tribunas

 

La filosofía que nos salva

 

 

Ángel Cabrero

 

 

 

 

 

Cuenta Rob Riemen, (en “Hoja de ruta” Rialp 2021) lo que ocurrió en un Simposio en Hannover donde Shashi, científico americano, dio una conferencia inaugural sobre “el don más grande del mundo: la ciencia y la tecnología”. Un público variado, con muchos americanos de EE. UU., aplaudieron con entusiasmo a las declaraciones del científico. “La ciencia y la tecnología, las verdaderas soluciones, han reemplazado a la filosofía y la religión con su conocimiento verdadero”. Entre otras cosas aseguró que en un futuro no muy lejano será posible crear a un ser humano -o, mejor dicho, crear un híbrido máquina-humano- que no solo será capaz de hacerlo todo mejor y más rápido, sino que además será inmortal.

Esto ya lo hemos oído otras veces, y siempre pensamos en ese vacío trascendente tan llamativo en muchas personas, que produce auténtica lástima. En aquella ocasión, ante las manifestaciones de dudas de algunos de los presentes, el científico insistió en que “simplemente debemos ajustarnos al hecho de que este es el futuro, estos son los desarrollos tecnológicos que vendrán, nadie puede detenerlos. Este es el mundo nuevo”. También llegó a afirmar que “todo lo que hoy está cambiando al mundo viene del occidente de Occidente, de California. Es la cuna de la nueva civilización”.

Allí presente estaba Walter, intelectual austriaco, sorprendido ante tanta simpleza, que intervino cuando le dejaron: “No sé nada en absoluto de lo que nuestros jóvenes amigos en California pueden o no arreglar, pero, al ser un poco más viejo que estos nuevos pensadores y dueño quizá de más experiencia, me atrevo a sugerir que las grandes preguntas de la vida, preguntas sobre la tragedia, el sufrimiento, la verdadera felicidad, el significado mismo de nuestras vidas, nunca serán arregladas por la ciencia o la tecnología. La ciencia nos ha privado de la verdad”.

El científico americano se sonrió burlonamente y sonó de nuevo la voz de Walter: “La ciencia, y este es su don más grande, nos permite conocer la naturaleza, pero no el espíritu. La ciencia debe trabajar con teorías y definiciones, pero el espíritu humano no puede ser expresado y capturado en teorías y definiciones, ni tampoco nuestro orden moral, el reconocimiento de lo que es y no es una sociedad justa. Este conocimiento corresponde a una verdad distinta, una verdad que la ciencia no puede conocer porque es una verdad meta-física”.

El público empezó a cambar de actitud, con un poco de vergüenza por los aplausos iniciales, conscientes de que el filósofo austriaco estaba exponiendo argumentos indudables. Siguió diciendo: “Para nosotros, ya solo cuentan los hechos; nos hemos enamorado de los datos y la información y, dado que ya no podemos distinguir los significados verdaderos, el único valor que reconocemos es el económico: ¿Cuánto podemos cobrar?... ¿Comprendemos las consecuencias, el terrible resultado de la desaparición de la realidad metafísica?... Los desarrollos tecnológicos y la información aumentarán exponencialmente y cambiarán el mundo. Sin lugar a duda.  Pero ¿saben que otra cosa aumentada exponencialmente? ¡La estupidez!”.

En este simposio hubo dos posiciones y posibilidad de hablar. A muchas, muchas personas, seguramente nadie les ha dicho verdades como puños, lo que produce una incapacidad para descubrir las cuestiones más profundas. Muchos viven, de hecho, como si lo único importante fuera la economía, la tecnología, las necesidades inmediatas de cada momento, y nadie les ayuda a pensar en la trascendencia.

 

 

Ángel Cabrero Ugarte

 

 

 

 

 

 

Miguel Ángel Garrido (ed.),
Una hoja de ruta,
Rialp, 2021.