Editorial

 

Persona, ciudadano, homosexualidad y homosexualismo político

 

Construir sobre esta diversidad la pretensión de una identidad equivalente incluso a la de una nación, con bandera, desfiles y música incluida, es una manipulación colosal que de momento ha triunfado y bajo la que vivimos.

 

 

17 septiembre, 2021 | ForumLibertas.com


 

 

 

 

 

Una cosa es la homosexualidad y otra el homosexualismo político. En un caso se designa a personas que, en sus múltiples y diversas dimensiones humanas, tienen la característica de sentirse atraídos sexualmente por otras de su mismo sexo, en lugar de serlo, como sucede con la mayoría, con los del otro sexo. Altos y bajos, guapos y feos, ricos y pobres, inteligentes y tontos, con fe religiosa u otras creencias, la diversidad entre los homosexuales es pareja a la de toda condición humana. Evidentemente, la atracción sexual es un factor muy importante en la vida de las personas, pero también aquí la cuestión varía, porque para unos es el centro de sus vidas, para otros es una cuestión muy secundaria y entremedio de estos dos extremos habitan todas las matizaciones que pueden darse.

Las necesidades de todo este conjunto, que oscila entre el 2 i el 3% de la población (otra cosa es la práctica homosexual por parte de heterosexuales), son tan heterogéneas como en el resto de la población, y su actitud hacia el sexo, que va de la abstinencia, al exhibicionismo pasando por la discreción, también lo son.

Construir sobre esta diversidad la pretensión de una identidad equivalente incluso a la de una nación, con bandera desfiles y música incluida, es una manipulación colosal que de momento ha triunfado y bajo la que vivimos.

En bastantes países los homosexuales sí que tienen un denominador común: son perseguidos por la ley por su condición; es el caso de los países islámicos. Y esto puede dar lugar a lazos de protección mutua y de resistencia que los constituye como grupo por las complicidades que necesitan. Pero en la medida en que tal persecución ha desaparecido, incluso en el caso de occidente, la condición homosexual se ha convertido en un generador de privilegios, la diversidad natural del grupo se hace evidente.

Que todo esto no sea presentado como una gran identidad homogénea es la gran operación ideológica, que empezó a finales del siglo pasado y ha estallado en esta centuria. Es la operación política del homosexualismo político. Se trata, por tanto y precisamente, de esto, de un proyecto político. Su finalidad es la de transformar los comportamientos de las personas para que las conductas homo se extiendan, y modificar las instituciones y las leyes para que la sociedad se amolde a una cultura específica que ha generado un sector de la homosexualidad, surgida precisamente de este homosexualismo político, y que tiene como característica básica la de convertir la realización del deseo sexual en el hiperbién de la vida humana sin ningún tipo de limitación y, por tanto, en el bien común por excelencia que la política debe favorecer.

El exhibicionismo, la provocación, el uso de estímulos, para lograr aquel hiperbién, configuran esta cultura, que, subrayémoslo, no es propia de todos los homosexuales, sino solo de una parte que la ha convertido en expresión de totalidad.

Salvando las diferencias, es el equivalente pasado del partido comunista y la clase obrera. Esta era diversa, heterogénea (aunque mucho menos que los homosexuales), pero para el comunismo era un colectivo de todos iguales, que el partido representaba en su totalidad. Esta misma relación es la que existe hoy en día entre el homosexualismo político, su cultura y las personas homosexuales.

Aquel proyecto político habla en nombre de todos ellos y dice representarlo, pero solo se representan a sí mismos. No existe una identidad homosexual de los seres humanos, solo hay personas homosexuales. Esa es la cuestión clave y, por tanto, sus derechos no se protegen con leyes específicas y segregadas, sino por la legislación general que protege a todo ciudadano.

Pero para evitar que esto sea así, se juega la carta de la victimización, propia hoy en día de los grupos de poder. Se exageran los conflictos y agresiones, se confunden deliberadamente conflictos personales con la homosexualidad, se crean “observatorios” de parte con recursos públicos que se dedican a explicar que cada año hay más agresiones, un año tras otro.

El falso caso del joven de Malasaña es espectacular, pero no único. Se busca cualquier circunstancia para atribuirle la designación de delito de odio –otra calificación odiosa propia del estado policial rosa-. Esto no significa negar que existan agresiones, claro que las hay, como las hay también entre heterosexuales, por cualquier sandez o provocación, sobre todo las noches de jueves a domingo, cuando se mezcla la fiesta, la droga y el alcohol y fluye la asistencia a discotecas, bares de copas y demás asentamientos de este tipo, y no digamos ya en determinados botellones. La diferencia fundamental es que las numerosas agresiones semanales, de este otro tipo no tienen ninguna contabilidad especial ni mucho menos son pasto de telenoticias.

Es algo parecido a lo que sucede con los homicidios de mujeres fuera de la pareja. Como no encajan con la teoría de género ni sirven para su lógica, están marginadas. De esta manera, por ejemplo, las continuadas agresiones a prostitutas son perfectamente ignoradas, excepto si hay un cadáver por medio.

Una de las grandes tareas de nuestro tiempo es desmontar esta construcción cultural, ideológica y política del homosexualismo político, y situar la homosexualidad en el plano de la diversidad humana y el respeto que le toca a toda persona por el hecho de serlo y a todo ciudadano dotado de plenos derechos.

El que uno desee acostarse con un hombre o con una mujer pertenece a la esfera de su intimidad y a los derechos que le son propios, no puede aceptarse que tal condición se haya convertido en una de las principales características políticas.