Tribunas

Liberarnos de “complejos” (V)

 

 

Ernesto Juliá


 

 

 

 

 

¿Cómo puede un hombre del siglo XXI creer que un trozo de pan es el Cuerpo y la Sangre de Cristo, Dios y hombre verdadero?, se preguntan algunos hoy. Y yo les suelo responder, “Como han creído personas de los siglos II, VIII, XVI, y creerán los del siglo XXII, XXX, si llegamos a esos tiempos”.

Este es el quinto “complejo” de quienes quieren acomodar la Fe, la vida y realidad de Cristo, al “espíritu del tiempo”: poner en duda la Presencia Real de Cristo en la Eucaristía, y convertir la Eucaristía en un simple símbolo o recuerdo de Jesús, y parecer así más “modernos”.

En estos días hemos celebrado la Fiesta del Corpus Christi, que viene a ser un canto, un acto de Fe de toda la Iglesia en la Presencia Real de Cristo en la Hostia Santa. La Iglesia mantiene así viva la Fe en el misterio que encarna la Presencia Real, y hace caso al mismo Cristo que dijo: “Esto es mi Cuerpo”, “Esta es mi Sangre de la nueva alianza”. En la Hostia Consagrada está el mismo Cristo, con su Cuerpo y con su Sangre, con su Alma y su Divinidad. Está presente Cristo, es Cristo, en su plena realidad humana y divina.

La Iglesia vive de la Eucaristía, y la Eucaristía es el fundamento de la Iglesia; hemos oído decir en numerosas ocasiones; y sin duda es una verdad recordada por los Papas.

Por dar testimonio de esa Verdad que reconocemos en las palabras del Señor, y que no ha podido ni siquiera vislumbrar ningún ser humano, han muerto muchos mártires, hombres y mujeres; y la Iglesia misionera ha ido convirtiendo todos los rincones del mundo en iglesias que custodian este Tesoro.

Ante esta Realidad de Cristo en la Eucaristía nos hemos arrodillado los cristianos durante siglos y siglos; y anunciábamos así nuestra Fe en la Presencia Real de Cristo. Así lo había querido Él, para vivir ese anhelo suyo que nos anunció: “Y sabed que Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt, 28, 20).

Un sacerdote “acomplejado” les dice a los fieles, en el afán de atraer a todos y hacer “comunidad” con todos, que la Eucaristía es un sencillo “símbolo” que nos recuerda a Jesús, pero no es Jesús; y que, por lo tanto, todos pueden comulgar. Los fieles dejan de asistir, y buscan las iglesias más cercanas para vivir la Misa.

Otros eclesiásticos “acomplejados” invitan a Comulgar a cristianos protestantes, a personas agnósticas, a gente que vive en pecado defendiendo el aborto, que promueve leyes abortivas, que vive una unión conyugal que no es el Matrimonio Sacramento instituido por Cristo, porque así estaríamos todos en “diálogo”, y “progresaríamos” dándonos la mano.

La banalización de la Eucaristía se da, no solo con las palabras de ese sacerdote, sino y de manera particular cuando se quiere interpretar el texto de san Pablo: “Así pues, quien coma el pan o beba el cáliz del Señor indignamente, será reo del cuerpo y de la sangre del Señor (…) porque el que come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propia condenación” (1 Cor 11, 27-30), sin hacer referencia al pecado mortal que pueda tener el que pretende recibir la Eucaristía en esas condiciones.

O sea, la interpretación reducida que hacen algunos, que ya hemos señalado alguna vez en estas páginas de los “complejos”, y de la que ahora se hace altavoz el presidente de la conferencia episcopal alemana, que pide reformas fundamentales en la línea de cambios de la moral sexual, homosexualidad, ordenación de mujeres, etc.  sin las cuales “no saldremos adelante”.

La Iglesia está “saliendo adelante” siempre porque la Cabeza de la Iglesia es Cristo, y es guiada por el Espíritu Santo, que nos enseña que no es el Evangelio el que se tiene que adaptar a la “inteligencia”, al “espíritu” de hoy o de mañana. Cristo es eterno, y nos ha dejado el Evangelio –la Verdad- y la Iglesia -custodio de la Verdad-, para que su Luz siga iluminando las inteligencias y los espíritus de todos los tiempos, y se conviertan.

Lo que necesitamos de verdad es volver a arrodillarnos ante Jesús Eucaristía, adorar al Hijo de Dios en la Hostia Santa, desagraviarle por todas las ofensas que se le hacen y, vislumbrando el Amor que le tiene encerrado en el Sagrario, arrepentirnos de nuestros pecados y pedir perdón humildemente en el sacramento de la Reconciliación.

 

 

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Ernesto Juliá Díaz
ernesto.julia@gmail.com