El blog de Josep Miró

 

La reestructuración de la Diócesis de Barcelona. Una primera reflexión sobre la Iglesia en nuestro país

 

 

28 mayo, 2021 | por Josep Miró i Ardèvol


 

 

 

 

 

 

El plan diocesano de Barcelona, ​​que conllevaría una reorganización histórica de las parroquias, ha dado lugar a un intenso debate, que en una lectura positiva muestra vitalidad e interés, pero que también tiene una dimensión potencial de desunión. La crítica, si se hace con sentido cristiano, siempre enriquece, sobre todo cuando es reflexiva, razonada y fundamentada. Desde esta última perspectiva, quisiera contribuir con unas primeras consideraciones.

La situación actual es fruto de un proceso de reducción de la Iglesia en Barcelona en términos de feligreses y vocaciones sacerdotales, ciñéndonos a lo esencial. Esta contracción, a pesar de ser importante, se ve superada por una crisis cualitativa de la misión eclesial en lo que es su primer deber, lo que nos señala Jesucristo mismo en las líneas finales del Evangelio de Mateo (28, 19-20) y que San Pablo también perfila en su carta a los Romanos (5, 14-15).

Sin embargo, en el Barómetro sobre la religiosidad y sobre la gestión de su diversidad del CEO, los catalanes que se declaran católicos son el 53%, y los católicos practicantes se sitúan como cifra más probable en el 15% (17% es la proporción de aquellos que marcan la cruz en la casilla de aportación a la Iglesia en la declaración del IRPF).

Es una minoría, ciertamente, pero importante numéricamente en una sociedad tan atomizada: una de cada cinco o seis personas son católicas practicantes, si bien con mucha gente mayor y poca gente joven. En una sociedad tan fragmentada como la nuestra sería un grupo social decisivo … si tuviera cohesión y unidad de propósito.

Además, la Iglesia cuenta con una importante infraestructura de servicios: escuelas, universidades, parroquias, centros de formación, fundaciones, congregaciones religiosas, publicaciones y una radio. Dispone de un elevado número de personas a plena dedicación, no sólo sacerdotes, religiosos y religiosas, sino laicos, que trabajan profesionalmente en alguno de sus múltiples ámbitos. Su suma -desconocida- es superior a la de los profesionales de todos los partidos juntos, y es la tercera organización de la ciudad después de la Generalitat y el Ayuntamiento. El problema es que ni tanta plena dedicación, ni infraestructura, se traducen en las tres cuestiones esenciales: feligreses, vocaciones religiosas y un proyecto de vida (religioso, moral, cultural y social) visible y activo para la sociedad. La Iglesia, uno de cada seis ciudadanos y toda su gran estructura, son colectivamente poco relevantes … y parecen conformados en serlo. Queda muy lejos la visión de Jesucristo como levadura, sal y luz de la colectividad. No participa en ninguno de los grandes debates públicos de nuestra sociedad, a pesar de que es el intelectual orgánico, digámoslo así, que tiene más contenido, diagnóstico y proyecto. Es hora ya de revisar juiciosamente de qué sirven tantas personas y recursos. La exigencia es una virtud cristiana, el clericalismo, también el de los laicos, parece que la han convertido en un pecado.

Esta situación no la resolverá la reorganización, porque sólo entre un 3% y un 4% de los jóvenes menores de 18 años son católicos practicantes, por lo tanto, la dinámica de contracción continuará. Y esto no lo resuelve la reordenación parroquial, dentro de 10 años habrá que hacer otra y cerrar más parroquias. Sólo el 16% de los matrimonios del 2019 se han celebrado por la Iglesia, a pesar del atractivo de su liturgia y la reducción de la opción matrimonial civil, en favor de otras formas más desvinculadas.

La reorganización parroquial que se ha hecho pública no resuelve la cuestión de fondo porque no la aborda. Es lógico, en su concepción tienen mucho peso visiones personales ligadas a la contracción experimentada en las últimas décadas. Es más, puede empeorar la situación. No necesitamos en primer término una solución de los “profesionales”, sino desde el carisma de la fe, para construir desde ésta, entonces sí, la organización que la acoja.

No, el primer problema no es el hardware, sino el software. Es evidente que hay realidades positivas, brasas que brillan, pero fuera de aquellas estructuras oficiales dotadas de profesionales y presupuesto. Todo esto sí que es prioritario revisar a fondo.

En estas condiciones, pensamos que la necesaria reorganización parroquial que se ha presentado debe ser repensada de nuevo a partir de las experiencias exitosas de grupos y parroquias en términos concretos: evangelización, vocaciones y feligreses. Deben revisarse bajo los mismos criterios todas las estructuras diocesanas.

Y antes de cerrar templos, hay que sopesar atentamente la posibilidad de entregarlos para su gestión a comunidades y grupos cristianos, fieles a la fe, dotados de sentido de pertenencia a la Iglesia y coherentes en su práctica, bajo criterios de reactivar el culto, la evangelización, la formación y la acción hacia fuera.

No se puede reiterar el error de que repitiendo lo que se está haciendo se resolverá la contracción, por mucha reorganización y concentración parroquial que se haga. No se puede olvidar más tiempo que todo aquello de lo dispuesto por la Iglesia, los ingresos también, reposan sobre un solo punto: nosotros los feligreses de a pie comprometidos con ella.