Colaboraciones

 

Las maravillas del hombre, espejo de las maravillas de Dios

 

Hay algo sobrehumano en la capacidad de armonizar voluntad y pericia de miles de hombres

 

 

27 mayo, 2021 | Javier Garralda


 

 

 

 

 

¿Qué hombre pudo soñar, hace unos años, surcar el cielo, o el cosmos?

¿Qué hombre pudo imaginar ver a distancia o grabar imágenes en movimiento?

¿Qué miles y millones de hombres fabricaran, unos un tornillo, otros una plancha y otros dirigieran el ensamblaje de miles y millones de piezas para dar luz a aparatos complejísimos que surcan mares, cielos y espacios interplanetarios?

Ningún hombre individual puede originar tales maravillas y, todos a una, conciben y fabrican verdaderos milagros de la técnica.

 

Las obras del hombre superan a cada uno de los hombres tomados individualmente, incluso aunque se trate de una persona que sea un genio.

 

Hay algo sobrehumano en la capacidad de armonizar voluntad y pericia de miles de hombres. Y podemos presentir un espíritu creador que inspira la actividad humana, sin el que ninguna obra sería posible. Así las maravillas del hombre, nos llevan a alabar a Dios, que ha dotado de tal capacidad e inteligencia al ser humano.

Ahora bien, Dios nos ha hecho libres, y nuestras obras, en uso de nuestra libertad, pueden ser inspiradas por un buen espíritu o por uno malo.

El hombre puede abusar de su inteligencia y emplearla para acabar la vida de muchos semejantes, como con la bomba atómica, portento diabólico. O en sojuzgar a los demás y alimentar el poder omnímodo de una minoría, como en el caso de la tortura científica de la extinta Unión Soviética.

Podemos, en cambio, embarcarnos en obras maravillosas, que hablan de bondad tanto como de inteligencia. Por ejemplo, en el campo de la sanidad, los progresos con los robots quirúrgicos, las intervenciones no invasivas con rayos láser o ultrasonidos, que devuelven la salud a personas seriamente enfermas. O los avances en la agricultura, con semillas que multiplican su rendimiento (revolución verde) y así remedian el hambre de gran número de hombres que en otro caso malvivirían o morirían.

Por sus frutos los conoceréis: llanto y dolor producen los portentos de la ciencia y técnica al servicio del mal. Sonrisas y felicidad son los frutos de las maravillas al servicio del bien. Podemos embarcarnos en prodigios que dan gloria a Dios o podemos encadenarnos a obras colectivas de destrucción que suponen odio a Dios y al hombre, su criatura predilecta.

Además de las obras colectivas, consideremos también las maravillas de las obras más personales: las de los escritores inspirados, la de los músicos que nos transportan a horizontes casi celestiales, la de científicos que benefician a la humanidad penetrando los secretos de la naturaleza, la de matemáticos geniales, verdaderos poetas de los números y de la lógica formal. En todos ellos vemos una inteligencia o un sentido de la belleza que nos preguntamos de dónde procede. ¿De dónde ha surgido, dado que el genio no se ha hecho a sí mismo? El hombre con fe, alaba a Dios que ha querido regalar al ser humano una capacidad e inteligencia portentosas: música celeste nos parece la sinfonía de las estrellas, también los prodigios del ser humano elevan un canto de alabanza a su Creador.

Pensar que la propia inteligencia procede de uno mismo es necedad. Dice así la Sagrada Escritura: “Y dice el soberbio en su fatuidad: “¡No atiende! No hay Dios”” (Salmo 10, 4)

Y también: “Dice en su corazón el necio: “No hay Dios”” (Salmo 14, 1)

Y, en cambio, ver que nuestra capacidad es regalo de Dios para bien de todos y de uno mismo, es ser humilde, o sea andar en la verdad. Y la inteligencia que va de la mano con la humildad será una bendición para la humanidad que cantará al Señor por sus beneficios.