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¿Cómo rezaba Jesús?

 

El Evangelio de Lucas muestra a Jesús orando a Dios como un hijo habla con su Padre. En la oración de Jesús se nos revela el misterio de la Trinidad. Por Roland Meynet, jesuita.

 

 

23 mayo 2021, 21:13 | La Croix


 

 

 

 

 

Es habitual que, al mencionar la oración en los Evangelios, se piense en la oración de Jesús. ¡Y sin embargo, es mucho más habitual tener constancia de las oraciones de otros personajes! Nos gustaría saber cómo rezaba Jesús, cuáles eran sus palabras. Además, como sabemos que a quien reza es a su Padre, nos gustaría poder ver cómo su oración es manifestación su filial relación. También sabemos que sus discípulos estamos llamados a esta misma relación filial. Y ésta es una razón, si es que hace falta alguna, para interesarnos por la oración de Jesús. Es más, todo el mundo intuye que la oración de Jesús podría ser el modelo de nuestra propia oración.

 

Un modelo para el lector

Lucas es el evangelista que más menciona la oración de Jesús. Primero, en el momento del bautismo en el Jordán, al final de la primera sección del Evangelio (3,22). Después, tras la pesca milagrosa y la purificación de un leproso, se dice que estaba en el desierto orando (5,16); luego, en el corazón de la segunda parte – que relata la predicación en Galilea – pasa la noche en oración antes de elegir a los doce apóstoles (6,12); al final de este mismo bloque, se muestra a Jesús dos veces en oración, antes de la confesión de Pedro (9,18), y luego en el Monte de la Transfiguración, en el momento de la confesión del Padre (9,282.29). Poco después del comienzo del tercer bloque –el viaje a Jerusalén–, uno de sus discípulos, al ver a Jesús orando, le pide que les enseñe a orar (11,1). Finalmente, al comienzo de la última parte, Jesús reza insistentemente al Padre en el huerto (22,41, 44). Estos son los siete lugares en los que Lucas emplea el verbo orar para definir la relación de Jesús con el Padre. El siete es el número de la totalidad. Sin embargo, este primer acercamiento es bastante frustrante. Tenemos que esperar hasta el final para escuchar las palabras de Jesús a Dios: «Padre, si quieres, aparta de mí este cáliz; pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya» (22,41). Las seis primeras veces que Lucas dice que Jesús reza, pero no informa de sus palabras.

Sin embargo, la oración no es un monólogo, al menos no la oración de Jesús. Si sólo escuchamos las palabras de Jesús una vez, las palabras de su Padre se escuchan, dos veces, en dos lugares estratégicos: al final de las dos primeras secciones. La primera vez, en el bautismo, "vino una voz del cielo: 'Tú eres mi hijo amado; en ti me complazco'. De esta respuesta de Dios, entendemos que Jesús se dirige a Él como su Padre. En la Transfiguración, "una voz salió de la nube: 'Este es mi hijo elegido'. Escúchalo"" (9,35); la respuesta no se dirige a Jesús, sino a los tres primeros apóstoles. Es una forma de implicar a los discípulos en el diálogo de la oración.

Por fortuna, también tenemos constancia de otras tantas ocasiones en las que Jesús entra en oración, aunque sin que se utilice el verbo "rezar". Crucificado, ora dos veces: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen" (23,34) y luego sus últimas palabras: "Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu" (23,46). Estas dos oraciones sirven ciertamente de modelo para el lector: el abandono en las manos del Padre, pero ante todo la preocupación por los hermanos por los que se pide al Padre común el perdón por el mal sufrido. Esta es otra forma de entrega: confiamos el perdón a Dios, lo abandonamos a él. Cuando sufrimos por no poder perdonar, es un inmenso alivio saber que podemos "rezar por nuestros enemigos": ¡al menos eso! Y esto no es nada, ya que Jesús lo hizo.

 

Alabanza y bendición

Así que tenemos constancia de la oración de Jesús hasta en tres ocasiones. Pero eso no es todo. Su oración más larga se encuentra al principio de la sección sobre el viaje a Jerusalén. Los discípulos que había enviado en misión regresan con alegría. «En aquella hora, se llenó de alegría en el Espíritu Santo y dijo: “Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así te ha parecido bien”». (10,21). Después, bendecirá a sus discípulos diciendo: «¡Bienaventurados los ojos que ven lo que vosotros veis! Porque os digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que vosotros veis, y no lo vieron; y oír lo que vosotros oís, y no lo oyeron» (10,23-24).

Entre esta alabanza a su Padre y esta bendición a los discípulos, es decir, también a nosotros, Jesús añade unas palabras que suenan como un inciso: «Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre; ni quién es el Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar» (10,22).

 

El secreto de la vida trinitaria

Estas palabras contienen lo que sin duda es el corazón de la revelación cristiana: la filiación divina. Se afirma en un contexto de oración que facilita la comprensión: es precisamente entre la alabanza a su Padre y la bendición de los que considera sus hijos que se revela el secreto. Este secreto es la vida trinitaria. En el Espíritu, Jesús se reconoce como Hijo del Padre celestial. Si Dios no está aislado en sí mismo, sino que se presenta como una relación, la Trinidad tampoco está cerrada en sí misma. Está abierto a "aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar". Esto incluye a sus discípulos en la vida trinitaria.

Podemos mencionar también la oración litúrgica, la vida litúrgica, de Jesús. Cuando se dice que va al Templo para la Pascua (2,4-42) o que entra en la sinagoga el sábado (4,16; 4,31-32, etc.), es, evidentemente, para participar en el culto y orar a Dios. Pero vayamos al final del Evangelio. Jesús "bendice" a sus discípulos antes de abandonarlos (24,50-53), igual que Jacob bendijo a sus doce hijos antes de morir (Génesis 49) e igual que Moisés bendijo a las doce tribus de Israel antes de fallecer (Deuteronomio 33). La bendición de Jesús resuena en la bendición de sus discípulos, los apóstoles, en el templo (24,53). Esta es la última palabra del Evangelio de Lucas.