Señores Miembros de la Presidencia de Bosnia y
Herzegovina Señor Presidente de turno
Miembros del Cuerpo Diplomático
Queridos hermanos y hermanas
Agradezco de corazón a los miembros de la
Presidencia de Bosnia y Herzegovina por su amable acogida, y
de modo particular al Señor Presidente de turno Mladen Ivanić
por el cordial saludo que, en nombre de todos, me ha dirigido.
Es para mí un motivo de alegría encontrarme en esta ciudad,
que ha sufrido tanto a causa de los sangrientos conflictos del
siglo pasado, y vuelve a ser un lugar de diálogo y de
convivencia pacífica. Ha pasado de una cultura del
enfrentamiento, de la guerra a hacer una cultura del
encuentro.
Sarajevo, así como Bosnia y Herzegovina, tienen
un significado especial para Europa y el mundo entero. En
estos territorios hay comunidades que, desde hace siglos,
profesan religiones diferentes y pertenecen a etnias y
culturas distintas, cada una con sus características
peculiares y orgullosa de sus tradiciones específicas, lo que
no ha sido obstáculo para que durante mucho tiempo hayan
tenido relaciones de mutua amistad y cordialidad.
Incluso en la misma estructura arquitectónica de
Sarajevo se encuentran huellas visibles y permanentes de esas
relaciones, ya que en su tejido urbano, a poca distancia unas
de otras, surgen sinagogas, iglesias y mezquitas, de tal modo
que la ciudad recibió el nombre de la “Jerusalén de Europa”.
Representa en efecto una encrucijada de culturas, naciones y
religiones; y ese papel requiere que se construyan siempre
nuevos puentes, que se sane y restaure los ya existentes, de
modo que se asegure una comunicación fluida, segura y civil.
Tenemos necesidad de comunicarnos, de descubrir
las riquezas de cada uno, de valorar lo que nos une y ver las
diferencias como oportunidades de crecimiento en el respeto de
todos. Se necesita un diálogo paciente y confiado, para que
las personas, las familias y las comunidades puedan transmitir
los valores de su propia cultura y acoger lo que hay de bueno
en la experiencia de los demás.
Así, es posible también curar las graves heridas
del pasado reciente, y mirar hacia el futuro con esperanza,
enfrentándose con el corazón libre de temores y rencores a los
problemas cotidianos que toda comunidad civilizada ha de
afrontar. He venido como peregrinos de paz y de diálogo.
Dieciocho años después de la visita histórica de
san Juan Pablo II, que tuvo lugar casi dos años después de la
firma de los Acuerdos de Paz de Dayton, me complace ver los
progresos realizados, que debemos agradecer al Señor y a
tantas personas de buena voluntad. Sin embargo, es importante
no contentarse con lo ya logrado, sino procurar que se adopten
nuevas medidas para fortalecer la confianza y crear
oportunidades para que aumente la comprensión y el respeto
mutuos. Para facilitar este proceso se necesita la cercanía y
colaboración de la Comunidad internacional, en particular de
la Unión Europea, y de todos los países y organizaciones
presentes y activas en el territorio de Bosnia y Herzegovina.
Bosnia y Herzegovina forma parte de Europa; sus
logros y sus dramas se insertan de lleno en la historia de los
éxitos y dramas de Europa, y al mismo tiempo son un serio
llamamiento a hacer todo lo posible para que el proceso de paz
comenzado sea cada vez más sólido e irreversible.
En esta tierra, la paz y la concordia entre
croatas, serbios y bosnios, así como las iniciativas
encaminadas a su fortalecimiento, las relaciones cordiales y
fraternas entre musulmanes, judíos y cristianos, tienen una
importancia que va más allá de sus fronteras. Testimonian ante
el mundo que la colaboración entre los diversos grupos étnicos
y religiones para el bien común es posible, que se puede dar
una pluralidad de culturas y tradiciones que contribuyan a
encontrar soluciones originales y eficaces a los problemas,
que incluso las heridas más profundas pueden ser curadas a
través de un proceso que purifique la memoria y dé esperanza
para el futuro. He visto hoy esa esperanza en esos niños que
he saludado en el aeropuerto. Musulmanes, ortodoxos, judíos,
católicos, y otras minorías. Todos juntos, felices, esa es la
esperanza. Apostemos en eso.
Para oponernos con éxito a la barbarie de los que
toman ocasión y pretexto de cualquier diferencia para una
violencia cada vez más brutal, tenemos que reconocer los
valores fundamentales de nuestra humanidad común, los valores
en virtud de los cuales podemos y debemos colaborar, construir
y dialogar, perdonar y crecer, permitiendo que el conjunto de
las voces forme un noble y armónico canto, en vez del griterío
fanático del odio.
Los responsables políticos están llamados a la
noble tarea de ser los primeros servidores de sus comunidades
con una actividad que proteja en primer lugar los derechos
fundamentales de la persona humana, entre los que destaca el
de la libertad religiosa. De ese modo, será posible construir,
con un compromiso concreto, una sociedad más pacífica y justa,
para que con la ayuda de todos se encuentre solución a los
múltiples problemas de la vida cotidiana del pueblo.
Para ello, es indispensable que todos los
ciudadanos sean iguales ante la ley y su aplicación,
independientemente de su origen étnico, religioso y
geográfico: así todos y cada uno se sentirán plenamente
participes de la vida pública y, disfrutando de los mismos
derechos, podrán dar su contribución específica al bien común.
Excelentísimos señores y señoras:
La Iglesia católica, a través de la oración y la
acción de sus fieles y de sus instituciones, participa en el
trabajo de reconstrucción material y moral de Bosnia y
Herzegovina, compartiendo sus alegrías y preocupaciones,
deseosa de manifestar con decisión su cercanía especial con
los pobres y necesitados, inspirada por la enseñanza y el
ejemplo de su divino Maestro, Jesús.
La Santa Sede se alegra por todo el camino
recorrido en estos años y asegura su compromiso de seguir
promoviendo la cooperación, el diálogo y la solidaridad, a
sabiendas de que, en una convivencia civil y ordenada, la paz
y la escucha mutua son condiciones indispensables para un
desarrollo auténtico y permanente. Espera fervientemente que,
con la ayuda de todos y después de que las nubes oscuras de la
tormenta han desaparecido finalmente, Bosnia y Herzegovina
pueda proceder en el camino emprendido, para que después del
frío invierno florezca la primavera. Y se ve florecer la
primavera.
Con estos sentimientos, imploro del Altísimo paz
y prosperidad para Sarajevo y para toda Bosnia y Herzegovina.
Texto distribuido por la Sala de Prensa del
Vaticano
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