Plantear un desarrollo sostenible mientras se tira la comida

 

 

Miguel del Río | 19.06.2022


 

 

 

 

 

Es evidente que hoy no se valora como lo hacían nuestros abuelos la suerte que supone poner a diario un plato de comida en la mesa. 1.600 millones de personas en todo el mundo no lo pueden contar así. Y, claro, las sociedades que nadan en la abundancia no atienden al hambre que se pasa en el Cuerno de África, con la muerte anual de millones de mayores y niños. En España estamos ahora a mentalizar con la mucha comida que se tira a la basura. Me parece bien. Pero, o lo hacemos desde abajo, la escuela y los hogares, o pasará como lograr los Objetivos del Milenio, que pocos saben cuáles son.

 

No se debe confundir lo que es imprescindible para vivir, de aquello que se desea (tener por ejemplo un buen coche), y que muchas veces, por egoísmo, hace que pongamos en un segundo o tercer plano lo que realmente mueve el mundo: el aire, el agua y la comida.

A su manera, casi siempre equivocada, los gobiernos nos alertan ya a los ciudadanos de que los alimentos van a ir escaseando, y sacan de la chistera determinaciones como que los hipermercados y restaurantes han de tener a partir de ahora más cuidado con los productos que, al terminar el día, depositan en los contenedores de basura como desperdicios de los muchos que generamos, especialmente en las ciudades. En los pueblos, de donde salen mayormente la leche, la carne y las cosechas, saben actuar de otra manera respecto a lo mucho que cuesta trabajar los campos debajo del intenso sol, el frio y la lluvia.

Las generaciones de antes valoraban como es debido la comida. Cuando has pasado una guerra, una posguerra y dictadura llenas de hambre y necesidad, sabes muy bien que hay que cocinar lo necesario, para que nada sobre, y comerse todo el plato que te ponen en la mesa. Que se lo digan sino en este instante al pueblo ucraniano, masacrado por el tirano de Putin, al que los derechos humanos le importan bien poco. Ucrania es el peor ejemplo, sin olvidar que siempre hemos tenido a África como el continente donde anualmente mueren millones de personas, muchos de ellos niños, por el hambre. Pero el problema ya no va a ser solo de los países más pobres que conforman el llamado Cuerno de África. Como el Cambio Climático, la aparición de nuevos virus y enfermedades, hay un hecho incontestable: el hambre avanza por todas partes.

En este feo contexto, la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible de la ONU, que sustituye a los que se propusieron como Objetivos del Milenio, es papel mojado. Mejor que plantear grandes propuestas que quedan muy bien en los telediarios, haríamos mejor en educar adecuadamente sobre lo que supone la gran suerte de comer todos los días las veces que son necesarias. De paso, inculcar solidaridad y reivindicación, para que seamos los propios ciudadanos los que no permitamos las injusticias que se han venido produciendo durante todo el siglo XX, y se han renovado en este nuevo.

Los datos sobre nuestras malas costumbres no pueden ser peores. 1.600 millones de personas pasan hambre. Solo en España, terminan en la basura 1,3 millones de toneladas de alimentos. Por persona, nos corresponde 31,3 kilos de productos desperdiciados. Son cifras insoportables e intolerables. Hablan por sí solas de un problema que nunca hemos querido arreglar de verdad. Cada cierto tiempo, la ONU se marca objetivos que luego no se cumplen. Pero lo peor es que ni llegan a cuajar en la sociedad, como fueron los Objetivos del Milenio: erradicar la pobreza, enseñanza para todos, igualdad de género, reducir la mortalidad infantil, mejorar la salud materna, combatir las enfermedades o garantizar la sostenibilidad del medio ambiente.

Y en esto llegó el Covid. Llevamos más de 6 millones de muertos a consecuencia de este virus de laboratorio. La crisis económica, muy grave, no ha hecho más que empezar. Está en cuestión los sistemas sanitarios y el estado del bienestar de los países. Mientras, los ciudadanos seguimos a lo nuestro, vivir y nada más. ¿Y nos plantean que cuidemos de los alimentos que aún nos podemos permitir comprar? Pues claro. Tirar a la basura todo lo que se desperdicia al día no tiene nombre. Cuando dejamos comida en el plato, sea en casa o en un restaurante, ni por asomos nos planteamos lo que otras personas pasan de necesidad en tantos puntos del planeta. Eso lo decían nuestros abuelos, incluso nuestros padres, porque vivieron penurias. Pero las nuevas generaciones han sido educadas en la abundancia, y en no saber el  esfuerzo que para agricultores, ganaderos, pescadores, productores y distribuidores supone generar tan ingente cantidad de alimentos de todo tipo. En la medida de que no vienen buenos tiempos, a muchos no les quedará otra que caerse del guindo. Como he dicho antes, también la escuela debe reaccionar. Los jóvenes han de ser educados en el cuidado de los alimentos y la preservación del medio ambiente que los hace posible. Nada fácil, porque rescatar al planeta de todos sus males y enfermedades, para algunos solo es cuestión de hacer anuncios publicitarios banales a través de la televisión y las redes sociales. Desgraciadamente, el cambio de mentalidad real no existe. Pasa con lo fundamental de nuestra sociedad. Y la comida, a la que no se le da la relevancia y trascendencia que tiene, está en este caso.

 

 

Miguel del Río