TODO HA CAMBIADO, LO TRAJO EL COVID, Y AHORA PUTIN

 

 

Miguel del Río | 10.04.2022


 

 

 

 

 

A diario, tengo la sensación de que hacemos nuestras vidas, sin querer asumir el mal momento que vivimos. Sucede con todo: el Covid, la crisis económica, y la Guerra de Ucrania. Cada uno lo siente a su manera, y elige entre preocuparse (bastante), comprometerse (lo que menos) o pasar (lo que más). Vamos dirigidos a desastres, pero lo confiamos a que la vida sigue, lo que no está mal, si de veras comprendemos qué pasa. Y pasa que todo ha cambiado, quietos parados como estamos ante lo que vamos perdiendo, empezando por la paz, arrasada por el sátrapa Putin, sin la cual todo lo demás tiene poco sentido.

Con una crisis, también con una pandemia, e incluso con un revés personal, estamos hechos a pensar que después de la tempestad, llega la calma. Desde el minuto uno del Covid ha habido en todas partes dos bandos contrapuestos, entre los que lo han hecho y hacen bien, y los que lo han hecho y hacen mal. Aunque poco trasciende, hay algo en lo que ambas tendencias coinciden: desde marzo de 2020, cuando se declaró la tragedia, ya nada es igual, y tampoco lo

será por mucho que se empeñen los Gobiernos desnortados y los lobbies económicos. Putin se ha encargado de rematar que sea así.

Si con lo anterior no he logrado aún situarles en lo evidente, pues entremos en la Guerra de Ucrania, una de las mayores barbaries que al menos yo recuerdo;  eso sin olvidar que solo se le ocurre mandar tanques a Kiev a un desalmado dictador como es Vladimir Putin, cuando millones de personas están pereciendo en todo el mundo por un virus incontrolable, como es el Coronavirus, asunto que aún no está solventado, ni mucho menos, aunque los mismos interesados, Gobiernos y lobbies, quieran dar sensación de calma.

Hay que reconocer que el cruce de informaciones que parte de ambos bandos tufa a manipulación, y que los medios de comunicación, dentro de su crisis de identidad tan profunda por culpa del dinero, no ayudan. Pero Putin es un tremendo peligro, aunque la guerra no le vaya bien, su ejército no sea tan poderoso como parecía, y los militares rusos mezclen invasión con saqueo, cada vez que entran en una ciudad o pueblo ucraniano. Con Rusia no caben dudas, y un golpe moral y certero ha sido expulsarles de la Comisión de Derechos Humanos de la ONU, porque quedarán marcados para siempre por delitos contra la humanidad. Putin ha generado un repudio y rechazo mundial a su gran Rusia, y este pueblo va a terminar reaccionando tarde o temprano, en lo que puede ser la primera revolución de este maldito siglo, que busque una auténtica democracia, dentro de la cual la primera y la última palabra la tengan los ciudadanos. ¿En nombre de quién hace Putin esta guerra?

Aunque lo que se demande a Vladimir Putin, democracia real, es actualmente el talón de aquíles en muchos otros puntos del globo, que han visto como la mala gestión del Covid acarreaba al tiempo demasiada prepotencia por parte del poder, y la acumulación de riqueza proveniente de sectores y personas que, como es costumbre en nuestra esencia humana, aprovechan la circunstancia para sacar tajada de las penalidades ajenas. Creo que es momento de que la Unión Europea impulse una gran comisión de investigación sobre cómo ha sido realmente esta gestión en Europa. Ahora solo se habla de guerra y no de Covid, lo que para los incrédulos como yo resulta también altamente sospechoso, sobre hasta dónde están dispuestos al llegar algunos en su propio beneficio, que no el general de todos.

De acuerdo, no se dice porque no interesa. Pero los problemas, nuevos, se acumulan y los ciudadanos, frente a ellos, estamos con el pie cambiado, no nos enteramos, y tampoco quieren que nos enteremos. Ahí van algunos. Una banca ajena al cliente al que le cierra las sucursales. Los precios que se han disparado en todo. La fuerte reaparición de sospechas de corrupción. La intromisión ideológica en la educación que la convierte en pésima. Arrinconar los auténticos valores, esfuerzo, trabajo y superación, como principales motores que siempre han llevado al mundo por el buen camino. La falta de unidad democrática, lo que nos acerca cada vez más a aquellos escenarios que vivimos en la mitad del siglo XX, donde la intolerancia llegó al poder y cometió tantos crímenes y horrores que, si empiezo a detallar, no acabo. Las democracias están frágiles, sus principales instituciones también. No sé qué es peor, si el problema o no querer verlo, y que cada cual, como sucede en España, vaya a lo suyo. No estamos demostrando el suficiente respeto por las generaciones que piden paso. Y no es que les vayamos a dejar un mundo hecho añicos. Es que ya se lo hemos servido en bandeja y es el actual. Han de surgir líderes auténticos que reconduzcan todas estas situaciones. Una es prioritaria: la vuelta a la cordura, a la paz y al diálogo entre todos. Quienes me lean, podrán coincidir en algunas cosas y en otras no. Pero en esto último, no puede caber duda o divergencia alguna, ya que actualmente ni hay diálogo, ni cordura, ni mucho menos paz. Que se lo digan sino al pueblo ucraniano, masacrado por el vil Putin.

 

 

Miguel del Río