Dicho en las 7.100 lenguas del mundo: ¡ha empezado la guerra!

 

 

Miguel del Río | 01.03.2022


 

 

 

 

 

Aunque siempre hay que ver la película completa, sin que nadie te cuente antes el final, les voy a adelantar las palabras con las que termino este artículo: Como mundo, somos un auténtico asco. Rusia es la agresora, y el resto de países encogen sus hombros ante algo que los pueblos hemos venido compartiendo a lo largo de la historia, las guerras. Siendo esto así, lo que más hay que lamentar es la parálisis de una sociedad anestesiada, que ya no quiere vincularse al grito del “No a la guerra”, al que se arrincona en favor de intereses particulares y zonas de confort. Eso también podían estar pensando los ucranianos, hasta ser bombardeados y masacrados.

En el segundo domingo de febrero de 2022 escribí en El Diario Cantabria un aviso a navegantes titulado “Virus + crisis + Rusia-Ucrania-Europa, igual a “No a la guerra”. Hasta que la guerra ha estallado. Recupero algo que denuncié entonces: “Es increíble que, con lo que está cayendo, estemos pendientes de una guerra en ciernes a la que hay que decir ¡no! La flojera en que ha dejado el Covid a la sociedad civil se nota mucho. Mismamente aquí, en la guerra de Irak, hubo todo un movimiento para contrarrestarla. ¿Y con Ucrania?, ¿no vamos a hacer nada?” Nosotros y todos los demás, de ahí el titular de este artículo sobre las 7.100 lenguas que se calcula hay en el mundo. Al unísono, todas ellas deben gritar No a la guerra”: ?? ?? ????? (ruso), No to the war (inglés), non à la guerre (francés), Nicht zum Krieg (alemán), Não guerra (portugués), Non alla guerra (italiano). Así, hasta 7.100. A los ciudadanos siempre se nos esconde la verdad sobre lo que mueve y acciona el botón de las guerras. Ha pasado en casi todas. Y cuando se condenan y anuncian asombrosas medidas fiancieras de castigo a lo hecho, como sucede con la belicista Rusia de Putin, quieren también que lo creamos como auténticas y contundentes decisiones, aunque realmente resultan bastante patéticas, porque casi nunca dan resultado este tipo de sanciones económicas. Lo realmente cierto es que la guerra, como sucede en Ucrania, mata, destruye y genera un gigantesco éxodo de personas que tratan de huir de las bombas y una casi segura muerte. Esta es la realidad del pueblo ucraniano, frente al ataque despiadado ruso a su independencia y soberanía, acto que quedará impune, por tantos y tan diversos intereses ocultos, como ya sucedió con otros ejemplos belicistas en la historia de esta humanidad, tan horrenda, que representamos. Igualmente, entristece muchísimo la actitud pasiva en la calle, del resto de ciudadanos que no son ucranianos. Esa guerra, por ejemplo, queda lejos de España, pero esta es la prueba definitiva de que la sociedad de nuestro país está completamente anestesiada, dando sensación de que la gente va únicamente a sus cosas, y que no les interese mayormente todo lo que sucede tras la puerta de su casa y su confort personal. Reconozco que resulta un magnífico altavoz poder escribir, como es mi caso, en medios de gran difusión como este, y clamar “No a la guerra”, además de exigir que hay que poner a Rusia en su sitio, porque es un país agresivo, con un gobernante muy peligroso, que constantemente pone en solfa la paz y la libertad del resto del mundo. Es decir, que las sanciones económicas y de otro tipo deben ser verdaderdas, y no tibias, como sucede con los egoismos dentro de Europa, con países que están a lo suyo, y bien poco les interesa ya la palabra Unión, anterior a la de Europa.

Contestar a Rusia con la fuerza como hace ella con Ucrania, y puede que pronto con otros países del mismo entorno, no es ninguna solución. Repugna también cómo están informando determinados medios de comunicación de este conflicto, porque pareciera que pronostican una tercera guerra mundial que resultaría poco más que nuestro fin. Los grandes líderes y dirigentes del mundo han de sentar a Putin en torno una mesa y hacerle ver que ha emprendido un camino de auténtica locura y de consecuencias impredecibles. En paralelo, y en todas partes, hay que salir a la calle, a protestar contra esta agresión, de nuevo al grito de “No a la guerra”, y corearlo juntos, todo lo que sea necesario, hasta que se frene la invasión.

Europa tiene a sus espaldas demasiadas atrocidades, como para volver a caer en los errores y horrores del pasado. Ahí está la guerra consentida de la antigua Yugoslavia, en el mismo centro de nuestro continente, y con una Unión Europea que miró para otro lado, mientras se cometían atrocidades que nunca serán olvidadas ni suficientemente juzgadas.

Cuesta creer lo estúpidos que somos, y lo mucho que avergüenzan nuestros actos, como está además de mal el mundo, inmerso en una pandemia mortal tan difícil de solventar. ¿Una guerra con este panorama Covid, con millones de muertos, crisis y economías destrozadas? Hay que ser auténticos hijos de satanás para liar en paralelo una guerra que viene a destrozar todo mucho más. No se puede ir a peor. Y cuantas veces aseveremos que no tenemos remedio como civilización, todas ellas serán ciertas por nuestros aberrantes actos de destruirlo todo, empezando por la vida de nuestros semejantes mediante bombas, tanques, disparos y ametrallamientos. De un mundo maravilloso, solo por el aire que respiramos, y lo que nos da la madre naturaleza en todos los aspectos, la meta de no pocas mentes enfermas es acabar con todo, anteponiendo su odio a la convivencia en paz que nos empeñamos en alterar cada poco, mediante guerras con miles y miles de muertos. Bombas atómicas, armas químicas, guerras bacteriológicas y ciberataques utilizando Internet ponen el resto. Todo esto sucede mientras el grito del “No a la guerra” se muestra perezoso, dando la sensación de que el Covid solo ha hecho que aumentar el egoísmo tan dañino que llevamos, de serie, en nuestro ADN. Lo adelanté al principio, contando el final de la película antes de que terminara. Como mundo, somos un auténtico asco.

 

 

Miguel del Río