Colaboraciones

 

Soberanía «por la gracia de Dios» y soberanía «por la gracia de los hombres», según Mons. Wilhelm E. Ketteler

 

 

 

05 junio, 2024 | Javier Úbeda Ibáñez


 

 

 

 

 

 

En 1862, Mons. Wilhelm E. Ketteler (Münster, 1811-Burghausen, 1877), teólogo y político alemán, hacía una interesante distinción entre el verdadero concepto de la soberanía «por la gracia de Dios» y la soberanía «por la gracia de los hombres»: «Declaro por cuenta propia que la soberanía “por la gracia de Dios”, según la entendieron a partir de la Reforma [protestante] muchos príncipes católicos y no católicos, así como gran número de sus servidores, sólo es a mis ojos una abominable idolatría. Al contrario, tomada en su verdadera acepción, la estimo como verdad fecunda, de honda raigambre en la razón y en el cristianismo, y con la característica, además, de ser la única que asigna a la autoridad temporal su verdadero fundamento. La prensa católica no debería perder nunca de vista su significación real; debería constantemente combatir, de una parte, a los adversarios de la verdadera soberanía por la gracia de Dios y, de otra parte, la interpretación errónea que le dan sus falsos partidarios. Así, en primer término, “por la gracia de Dios” no significa que Dios transfiera inmediatamente el poder a tal o cual persona en particular. […] En segundo lugar, “por la gracia de Dios” no significa que todos los actos del poder emanen en algún modo de Dios, ni que sea preciso respetarlos como tales. […] La autoridad es de Dios; pero no el ejercicio de la autoridad. Como todas las facultades y fuerzas que el hombre ha recibido de Dios, este ejercicio cae en el dominio de su libertad. […] En último término, “por la gracia de Dios” no significa que el poder sea ilimitado por su propia naturaleza: justamente de esta falsa interpretación nació el absolutismo de gran número de reyes. “Por la gracia de Dios” significa más bien un poder tan limitado como sea posible. Quien hace derivar su poder de Dios, confiesa implícitamente que sólo puede ejercerlo permaneciendo sometido a Dios, respetando los límites que la voluntad divina le ha impuesto en sus Mandamientos, en la ley moral, en el orden general del mundo y en los derechos que han sido conferidos a los demás hombres. “Por la gracia de Dios” significa más bien que el orden político no es obra única de los hombres, sino que es ante todo obra de Dios».

Como se puede observar, Ketteler se sitúa realmente en la línea tradicional del pensamiento político católico y se halla en perfecta consonancia con la teoría de los grandes teólogos y juristas españoles del Siglo de Oro acerca de la «monarquía templada». Esta concepción de la autoridad tiene una doble consecuencia, según se ve bien y él lo explica con más detalle a continuación: por un lado, lleva a los súbditos, de un modo especial a los cristianos, a obedecer a la autoridad; pero, por otra parte, al mismo tiempo limita la acción de esta, ya que debe conformarse a sus obligaciones y al cumplimiento sobre todo de la Ley Natural y de la Ley Revelada, en orden a la consecución del bien común de la sociedad y al bien particular de las personas.

Pero, por el contrario, Mons. Ketteler ve surgir en el horizonte desde hace tiempo aquello que La Tour du Pin identificará como ateocracia y que él denomina «soberanía por la gracia de los hombres»: «Al lado del orden temporal y político fundado sobre la voluntad de Dios y que por doquier procura su culto y su gloria, elévase otro que no merece más base que la voluntad humana, ni otro culto que el culto de los hombres, y que no quiere trabajar más que en la glorificación de la Humanidad. Al Estado “por la gracia de Dios” se opone el Estado “por la gracia de los hombres”. Tal es la verdadera marca de fábrica, el carácter distintivo de lo que se llama Estado moderno. No es, ni quiere ser, más que obra de los hombres, aunque posee en ciertas Universidades de Alemania teólogos de corte encargados de darle algún matiz evangélico [referencia bastante clara a teólogos protestantes de índole hegeliana]. Semejante manera de apreciar el gobierno y el poder civil es necesaria consecuencia de la impiedad, del ateísmo y de la negación de todo orden sobrenatural. A las palabras de la Escritura opone este partido un lenguaje completamente contrario, puesto que dice: Ningún poder viene de Dios; el que existe es de institución popular, y resistirle es resistir las órdenes del pueblo y atraerse su disfavor».

Para Ketteler, el reconocimiento de la soberanía suprema de Dios, del orden que ha impreso en la Naturaleza y del origen divino de la autoridad, hace a la sociedad desenvolverse en armonía. En cambio, por la negación de todo ello y por el deseo del hombre de construirse plenamente a sí mismo sin ninguna referencia a Dios, se llega al «subjetivismo llevado a sus últimas consecuencias», al más radical egoísmo y a la imposibilidad de una auténtica y pacífica convivencia social. Se constata que la exaltación extrema de la libertad del hombre contra Dios acaba encadenando al propio hombre; el liberalismo, en realidad, termina conduciendo de una o de otra manera al totalitarismo.