Colaboraciones

 

Escuelas católicas españolas

 

 

 

02 junio, 2024 | Javier Úbeda Ibáñez


 

 

 

 

 

 

Dice el Diccionario de la Real Academia que la «piedad» consiste en la «virtud que inspira, por el amor a Dios, tierna devoción a las cosas santas; y, por el amor al prójimo, actos de amor y compasión». Eso es lo que se echa de menos en muchas de las escuelas católicas españolas: educación en la piedad. La misión como centros educativos de la Iglesia es conducir («educar» significa conducir, guiar) a los niños a Cristo. Cuidar a los niños, amarlos y guiarlos hacia el Único que puede hacerles realmente felices: Cristo Jesús. Y para ello, hay que procurar que adquieran buenos hábitos (virtudes) que expresen amor a Dios y al prójimo. Ponerlos ante el Señor para que hablen con Él, para que se dejen transformar por Él, para que el único y verdadero Maestro les pueda llevar de la mano hacia una vida plena. Todos los padres quieren lo mejor para sus hijos. Y lo mejor que se les puede transmitir es una vida de fe, de oración, de vida sacramental que los encamine hacia una vida santa en Cristo.

Si se educara así a los niños, con la ayuda de Dios, se podría conseguir una sociedad más justa, solidaria, fraterna. ¿Qué mejor vacuna contra la corrupción, contra el adulterio, contra el aborto, contra la pobreza y el paro que formar hombres y mujeres santos? Pero si se sigue educando en la ideología al margen de Dios, se seguirá fracasando. No avergonzarse de profesar la fe en Cristo Resucitado. No adulterar la educación católica ni dar gato por liebre. Solos no se puede cambiar el mundo por muchas campañas que se pongan en marcha. ¿Están mal las campañas solidarias? No. Están muy bien. Pero no basta. Lo más importante es que Cristo sea el Señor de nuestras vidas. No ser soberbios: no creerse todopoderosos. No somos Dios. Somos muy poca cosa. El único que puede cambiar el corazón del hombre es Cristo. Y en la medida en que se sea santo, en que se sea de Cristo y dóciles a su voluntad, el mundo será mejor, más justo, más habitable, más fraterno. No por mérito de nuestras obras, sino por mérito de Dios. Seamos humildes servidores de Dios y así serviremos al prójimo y seremos capaces de amar como Él nos ama. La verdadera revolución que cambió definitivamente la historia fue la resurrección del Señor. Él derrotó al pecado, al mal, a la muerte y nos abrió las puertas de la esperanza que no falla.

Para transmitir la esperanza y la fe en Jesucristo, los primeros que tienen que predicar con su vida y con su palabra son los maestros y educadores católicos. Nadie da lo que no tiene. Un claustro de un colegio católico debería constituirse como una comunidad de fe al servicio de los niños y de sus familias; una comunidad reunida en torno a Cristo, que reza, adora y celebra en comunión con la Iglesia. Entonces lo de menos será la clase de religión. Todos evangelizaremos, todos anunciaremos al Señor y conduciremos a los alumnos a Cristo. La ciencia, el arte, la historia, la música, la filosofía, las matemáticas, todo conduce a la Verdad, a la Belleza y al Bien; todo conduce a nuestro Señor Jesucristo, camino, verdad y vida.

Queremos que de nuestras escuelas católicas salgan personas buenas, bien formadas, virtuosas y comprometidas con los más necesitados y con la justicia social. Necesitamos formar hombres y mujeres piadosos, contemplativos en la acción; hombres y mujeres que recen y trabajen por el Reinado de Dios; personas honorables y honradas que sepan adorar a Dios y servir al bien común; con principios sólidos y carácter bien forjado, que desarrollen al máximo sus cualidades para ponerlas al servicio de los demás. Necesitamos educar hombres y mujeres virtuosos que sean testigos de la Verdad en medio de un mundo desnortado lleno de personas que vagan sin rumbo como zombis en busca de algo que dé sentido a su vida. La felicidad no consiste en disfrutar de más placeres y mayor bienestar. No estamos condenados al sufrimiento, al sinsentido y a la nada: estamos llamados a una vida en plenitud. La felicidad auténtica consiste en amar y en saberse amados; en buscar incansablemente la Verdad. Y nuestra Verdad es la verdad del Amor: nuestra Verdad es Cristo. Dejemos que nuestros niños se acerquen a Él. Y el Señor hará el resto.