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Lo que va de 1978 a hoy

 

De la ilusión con la Constitución de 1978 al malestar de hoy

 

 

 

Francisco Rodríguez Barragán | 22.03.2021


 

 

La democracia ateniense frente a la rigidez espartana llegó hasta nosotros con la aureola de un ideal político a conseguir. Cuando este ideal democrático llegó a Norteamérica, Alexis de Tocqueville la examinó con agudo ojo crítico. No sé lo que hubiera dicho de  haber visto las últimas elecciones americanas.

Cuando España redactó la Constitución de 1978 estampó en su artículo primero que se constituía en un estado social y democrático de derecho que propugna como valores superiores de su ordenamiento jurídico la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político.

Me pareció una excelente constitución y la acepte ilusionadamente. En el pluralismo político que se me ofrecía opté por la Unión de Centro Democrático (UCD) y sufrí la primera decepción  al venirse abajo aquel proyecto novedoso, no obstante lo cual continué considerándome demócrata y votando en cada elección, aunque nunca a los partidos que habían tomado parte en pasadas confrontaciones.

Comprendí, quizás tarde, que la democracia necesitaba no solo partidos políticos también sino una estructura fuerte capaz de garantizar la libertad y la justicia para todos los españoles gracias a una absoluta independencia judicial.

Seguí creyendo en tal independencia y en las sentencias de los tribunales aunque me di cuenta de que había cosas que fallaban como por ejemplo su lentitud para decidir e incluso para dejar de lado cosas que consideré importantes como la legalidad, por ejemplo, de leyes que dictó el gobierno de Rodríguez Zapatero y que su sucesor Mariano Rajoy no hizo nada por derogar, aunque tal derogación se incluía en su programa electoral.

Imagino que mucha gente habrá pensado, como yo, que el sistema democrático que nos ilusionó en 1978 no funcionaba, pero tenían que venir más episodios absoluta y descaradamente inaceptables y antidemocráticos por parte del gobierno actual.

No es esto, no es esto lo que esperaba, me repito con desazón. El pluralismo político, como valor superior, según la Constitución, es una descarada compra de votos con el dinero de todos los españoles para alcanzar mayorías que solo sirven para mantener en el gobierno un número creciente de personas bien pagadas, que seguramente no serían capaces de superar ninguna oposición.

Estas mayorías que sostienen al gobierno y aprueban sus presupuestos me parecen incontrolables. ¿Quién paga los impuestos? ¿Cómo se gasta nuestro dinero? Nadie responde.

Pero como las desgracias nunca vienen solas tenemos la mala suerte de padecer al mismo tiempo un mal gobierno y una fuerte pandemia, que son incapaces de solucionar.

Tratan de resguardarse bajo el paraguas de la UE que no sabemos lo que nos traerá, aunque viendo tantos millones, miedo me da lo que pueda pasar. La Grecia de Tsipras y sus recortes en sueldos y pensiones, está ahí para el que quiera recordarla.

Se anuncian próximas elecciones en la Comunidad de Madrid y todos los políticos, que envidian y odian a su presidenta, se disponen a una campaña en la que no sé si la resolverán los votos o los contendores ardiendo empujados por gentuza enmascarada, experta en agredir a la policía arrancando adoquines, mientras el ministro de la Gobernación se entrena en una cinta que le regala el estado, es decir; todos los españoles.

Antes de que sea demasiado tarde hay que buscar una solución a esta lamentable situación que comenzó con ilusión en 1978.

 

Francisco Rodríguez Barragán