Fe y Obras

 

Eutanasia sí o sí

 

 

 

15.03.2019 | por Eleuterio Fernández Guzmán


 

 

Lo llaman dignidad. A morir de una forma no prevista por el moribundo le quieren dar un nombre que ampare las aberraciones mundanas; técnicamente eutanasia o mal llamada, por el lenguaje políticamente correcto, muerte dulce. Y también muerte digna pervirtiendo tanto a una, dignidad como a la otra, muerte. Por eso lo de Ley de muerte digna...

Y preparan las normas que legitimen, bajo la fuerza supuestamente moral del voto, lo que tanto ansían y que en determinadas clínicas favorecieron algunos profetas de la muerte provocada al prójimo, anticipados a su tiempo… matarifes por orden de lo nuevo y moderno. 

Según se cuenta, Ulises no quería sucumbir a los cantos de las sirenas que podían llevarlo a la perdición. Y se ató a los mástiles de su embarcación y prohibió fuese escuchada la música que venía desde su particular Mal. No quería, por eso, ser despedazado por tan gozoso canto pero, en el fondo, tan oscuro y alejado del Bien.

Algo así pasa con aquellos que no quieren, en el más recóndito lugar donde su corazón podría amar, lo bueno para el otro sino satisfacer su malsana ideología. Son, así, herederos de aquellos que masacraban en bien de un Estado que avanzaba, implacable por aquellas calzadas que llevaron cultura y, también, muerte.

Pero nosotros, los que nos sabemos hijos de Dios, recordamos aquella significativa expresión que dice que el cristiano no vive para morir sino que muere para vivir. Por lo tanto, el hecho mismo de afrontar el fin de esta vida pasajera, nuestro paso por este valle que, gracias a la Santa Providencia del Creador, no es sólo uno de lágrimas sino más bien de gozo, ha de hacerse de una forma particular y muy nuestra, como nuestro es el espíritu que nos mora y que nos conforta ante la visión de tal momento.

Por eso, descartamos de plano que se pueda matar insistiendo en lo bueno de tal muerte si la misma es buscada con ahínco por determinadas formas de la ciencia.

Morimos, entonces para vivir… cuando Dios quiere y cuando Dios quiera.

Sin embargo, ante estos embates, cada vez más frecuentes, de esa forma de ver las cosas que facilita, ante el dolor y la enfermedad, digamos, ‘una muerte suave y llevadera’ sin tener en cuenta la inmoralidad intrínsecamente perversa que conlleva esto, podemos oponer, con más facilidad de la que se piensa, la parte de espíritu que conforma nuestra persona. Y esto es porque de la enfermedad, del dolor, los cristianos no valoramos esa enfermedad y ese dolor por lo que son pues, efectivamente, son un mal físico, sino por el bien que se puede obtener de ellos, aunque esto sea, es verdad, difícil de entender y, mucho más, de seguir. Y es que sobrenaturalizamos el sufrimiento aunque eso esté lejos de tantos y tantos corazones mundanos y pegados al suelo y sin visión vertical de aquello que nos sucede.

Ante esto, creemos que una hermosa forma de morir es hacerlo reconociendo que cualquier sufrimiento que hayamos pasado, y éste es, sin quizá, el más misterioso, se ilumina por la fuerza de la fe y nos permite, a los que sabemos que es así, ver en este acabar un mejor comenzar. Ya saben ustedes que la muerte no es final...

Y la eutanasia, llámese como quieran llamarla sus partidarios, queda lejana, muy lejana, en el corazón de los hijos de Dios que, como poco, nos sabemos dentro de un corazón grande que perdona, siempre, a los que buscan el fin de sus semejantes queriendo ser lo que nunca podrán ser.

Por cierto, gracias a Dios se han disuelto las Cortes Generales de España y eso ha posibilitado que la Ley sobre la Eutanasia no haya sido aprobada. Sin embargo, los mismos que la han promovido no dejan de sostener que, en cuanto “vuelvan” a gobernar la presentarán ante los diputados y senadores para que sea aprobada. Y, nos tememos que, como están las cosas, es más que posible que lo consigan.

A cada uno de nosotros nos corresponde hacer todo lo posible para que aquellos que no quieren, para nada, la vida ajena y no aman al prójimo como a sí mismos, no vuelvan a sentarse en ningún sillón oficial con poder de decisión. De no ser así y de no ser consecuentes con nuestra fe católica es seguro que más de uno lo va a lamentar. Y si no… al tiempo porque, para esto, no hace falta ser profeta ni hijo de profeta sino, simplemente, ser sensato y no estar ciego voluntario.

 

Eleuterio Fernández Guzmán
eleu@telefonica.net