Fe y Obras

 

Unos días para la salvación eterna

 

 

 

29.03.2018 | por Eleuterio Fernández Guzmán


 

 

Si hay un tiempo especial en el calendario litúrgico pero, sobre todo, en el corazón del creyente católico, es la Semana Santa.

Es bien cierto que ya llevamos pasados unos días desde el pasado domingo, llamado de Ramos, pero todo el tiempo que ha transcurrido desde entonces está puesto por Dios para que creyendo, amemos su designio y amando, nos salvemos.

 

 

Quiere Dios que su Hijo,
Jesucristo llamado en el mundo,
cumpla con la misión
que le ha encomendado.

Y ha de morir, aunque sea eso
terrible, por el ser humano que creó
y lo sabía vencible.

El Creador de este mundo,
viendo la fosa abierta
en la que iba a caer la semejanza suya,
envió a su Hijo para que diera su sangre
y salvara la existencia.

Cristo, antes que dejarse ganar
por el mundo y su gusto humano
y querer que su vida se salvara del gusano
entregó cuerpo y alma
a las manos de su Padre
y en la Cruz dio su vida
casi a las tres de la tarde.

Quiere Dios que su Hijo,
Jesucristo llamado,
dé su cuerpo y su sangre
para que el hermano se salve.
Y lo hace sabiendo,
a ciencia cierta y por derecho,
que su Padre, en el Cielo,
lloraba por tanto acierto.

 

Vemos, por tanto, que estos días, que son terribles pero, a la vez, gozosos, nos vienen la mar de bien para convertir nuestro corazón porque el Hijo de Dios quiere que sanemos tantas manchas inferidas a nuestra alma. Y qué mejor que lavarlas en la sangre del Cordero, como se dice en al Apocalipsis.

Nosotros, que miramos aquello que pasó hace unos cuantos miles de años, sabemos que cuando ahora lo recordamos no tratamos, simplemente, de procurarnos eso, un recuerdo, sino que la verdad es lo que pasó entonces y es como si ahora mismo estuvieran escupiendo al Hijo de Dios y, luego, azotándolo y, más tarde, colgándolo de una infamante cruz.

El Hijo de Dios perdonó a sus matarifes y quiso que su Padre del Cielo también los perdonara. Quiso el Padre hacer eso porque amaba a su Hijo engendrado y no creado. Y, entonces, cuando murió, como recordaremos pronto, todo empezó de nuevo. Y, gracias a eso, el Cielo se ha abierto y allí llegaremos cuando Dios quiera y nosotros pongamos de nuestra parte. Y a eso bien podemos llamar salvación eterna.

 

Eleuterio Fernández Guzmán
eleu@telefonica.net