Fe y Obras

 

Ser anti-sistema

 

 

 

23.02.2018 | por Eleuterio Fernández Guzmán


 

 

Bien sabemos, en el seno de la Iglesia católica, que, como dijo nuestro Maestro, Jesucristo, íbamos a ser perseguidos como a Él lo habían perseguidos y odiados como Él había sido odiado.

Eso ha pasado, desde entonces, en cada uno de los siglos que han ido sucediéndose. Y todo eso bajo los auspicios de los más diversos regímenes políticos y económicos o, por decirlo de otra forma, por el sistema establecido en cada momento.

¿En qué situación se encuentra, en pleno siglo XXI, la Esposa de Cristo y sus discípulos?

Cualquiera puede verlo. No hace falta ser profeta ni nada por el estilo para predecir que la cosa no es que vaya a seguir igual sino que, seguramente, va a empeorar. Y es que el sistema establecido, surgido casi todo a partir de la llamada “Ilustración” (de luces más bien negras) y de la revolución que hubo en Francia allá por el siglo XVIII, es como es no puede evitar, ni quiere, ser como es.

En fin… que bien podemos decir que estamos como siempre ha estado la Iglesia católica porque hay quien no soporta la Verdad y se revela contra ella con todo lo que tiene: leyes, reglamentos y otros instrumentos de tortura espiritual.

Pero es que el sistema actual, además, está plagado de inmoralidades y de comportamientos antinaturales y aberrantes. Y nos referimos a las leyes que protegen el aborto, el divorcio, las manipulaciones genéticas y, ¡como no!, las que promueven comportamientos sexuales muy alejados de lo que es natural, por original.

Vemos, por tanto, que el sistema establecido está muy alejado del que sería del gozo de Dios que estuviera en vigor. Y es que no es por casualidad que las cosas estén así sino que las mismas deriven de haber abandonado al Todopoderoso y haber rechazado, de facto, ser sus hijos y creación. Y eso, como diría Chesterton, lleva a creer en lo que ahora se cree que es, sencillamente, en cualquiera cosa menos en Quien, precisamente, ha creado todo y todo mantiene.

Las cosas, pues, están como están: por un lado tenemos al sistema establecido que es opresor de quien no sostiene lo mismo que sostiene su equivocado, errado y nigérrimo pensamiento y, por otro, deberíamos tener a la Iglesia católica.

En efecto, la Esposa de Cristo ha de ser el más rotundo representante de aquellos que estamos contra el sistema establecido que, por su intrínseca corrupción, debería asquear a todo aquel que se diga, como poco, hijo de Dios. Y es que algo que está tan alejado de la santísima Voluntad del Creador debería ser ampliamente repudiado por todo aquel que forma parte, como piedra vida, de la Iglesia que fundó Jesucristo y de la que dio las llaves a un tal Cefas, luego llamado Pedro por ser piedra sobre la que construir, precisamente, aquella Iglesia.

Sí, nosotros debemos ser los verdaderos anti-sistema y no esos desarrapados que, amparados por el mismo sistema que dicen repudiar se han hecho con el poder de muchos lugares donde están haciendo todo lo posible para que subvertir las leyes morales que deberían regir una sociedad de la que se pudiera predicar que no está corrompida y es corrupta.

Las cosas, sin embargo, son como son. Y es que la Iglesia católica no siempre se muestra del todo como organización anti-sistema sino que, muchas veces, parece comulgar con ciertas ruedas de molino. Y lo malo no es que eso lo puedan hacer los fieles de a pie sino que muchos prelados se manifiestan a favor de ciertas desviaciones como si por aceptarlas el mundo los aceptara, a su vez, en su seno.

Ciertamente, quien eso hace parece ignorar lo básico de nuestra fe católica: siempre ha de estar contra aquel sistema que se opone a la voluntad de Dios expresada en los Mandamientos y en las Bienaventuranzas, en el Magisterio y la Tradición. Pero tal contra ha de ser totalmente radical y crucial: lo primero porque es su base de actuación; lo segundo, porque viene referida, tal oposición, a la misma Cruz donde el Hijo de Dios murió para que el género humano fuese salvado y no actuase como ahora está actuando tan en contra de tal gracia.

De todas formas, a veces tenemos lo que nos merecemos… por des-gracia.

Eleuterio Fernández Guzmán
eleu@telefonica.net