Fe y Obras

El siempre gozoso mes de mayo

 

 

11.05.2017 | por Eleuterio Fernández Guzmán


 

Ya está bien avanzado el mes de mayo. Como siempre, los fieles católicos dedicamos el mismo a recordar muy especialmente a la Madre de Dios que, por gracia divina, es, también, nuestra desde el episodio de la Cruz de Cristo. Desde allí, nos fue entregada aquella mujer sin pecado que, también por gracia de Dios, iba a conducir a la Iglesia de su hijo por aquellos primeros años de su vida pública.

Nosotros, sin embargo, tenemos mucho que agradecer a la joven, casi niña (o sin casi) que dijo sí al Ángel enviado por Dios a recabar su “permiso” para ser Madre del Todopoderoso en la persona de Jesús, nombre que se le debía imponer a Quien viniera al mundo en caso de aceptar la que se dijo “esclava del Señor”.

Pues bien, en este mes, llamado de las flores por razones obvias primaverales y porque a los católicos nos da la santa gana llamarlo así por gracia de Dios, dedicamos, debemos dedicar, mucho tiempo a recordar a María, la (única) Inmaculada.

Ella fue quien hizo posible la salvación de la humanidad. Esto es, en sí mismo considerado, una razón tan poderosa que, de pensarla bien y aprehenderla mejor, haría de nosotros unos fieles absolutos de tan Magna mujer.

Pero es que eso, la salvación de la humanidad, se hizo a costa de ver y sentir una espada clavada en su corazón de Madre de Jesucristo cuando comprobó, con sus propios ojos, la muerte tan inmerecida que estaban provocándole a Quien había venido al mundo a perdonar tantas ofensas hechas a Dios y, como sabemos, a Él mismo.

María, por eso mismo, tiene un mes muy especial que es éste, el que ahora caminamos por este valle de lágrimas llamado Tierra o, mejor, mundo. Y en este mes, tan especial, dedicamos nuestros mejores pensamientos a una mujer gozosamente sufridora y que supo guardar, en su corazón, aquello que iba a ser causa de la vida eterna.

María, también, nos mira con un amor tan grande que, muchas veces, ni comprendemos ni somos capaces de aceptar como lo que es: la voluntad expresa de Dios de darnos a una Madre para haga eso, de Madre, y se postre a los pies del Todopoderoso para llevarle lo que sean nuestras peticiones o daciones de gracias. Así es María: solícita, siempre dispuesta a mediar, Mediadora de sus hijos los hombres.

Nosotros, como somos poca cosa (más bien nada) no sabemos cómo dar las gracias de manera que se nos entienda y sea más fácil aceptar a una Madre como la Santísima Virgen María. Sin embargo, vamos a hacer lo único que sí sabemos hacer cuando queremos: amar, sin medida alguna, a quien dio todo por cada uno de nosotros. Y eso no solo en el mes de mayo (que está muy bien) sino en el resto de meses de nuestra pecadora vida.

Amén.

 

Eleuterio Fernández Guzmán
eleu@telefonica.net