Fe y Obras

Para reconciliar

 

 

03.03.2016 | por Eleuterio Fernández Guzmán


Sabemos, es más que sabido por lo que vemos, que si hay una figura católica que está puesta en entredicho por los hijos del Mal, es la del sacerdote.

El caso es que si hay una figura que represente mejor la labor de la Esposa de Cristo es, precisamente, el sacerdote.

Por lo tanto, tenemos dos puntos de vista que son irreconciliables: aquel que tiene por malo y peor a quien representa a Cristo, por ejemplo, en el Sacramento de la Penitencia y aquel que tiene por buena y mejor la labor que, por ser lo que son, llevan a cabo los sacerdotes.

Nosotros, los hijos de Dios que nos sabemos en la Iglesia verdadera, la católica, estamos más que seguros que no pueden ser zaheridos de la forma, históricamente reconocible, que han sido zaheridos los sacerdotes. Es más, en la forma en la que han sido (que son) objeto de la ira de los hijos de Satanás. Por eso debemos defender su labor porque, bien dicho esto, son los que nos procuran la salvación eterna y tienen un papel más que importante en nuestra vida de creyentes en Dios Todopoderoso.

En el número 42 de “Amar a la Iglesia” escribe San Josemaría esto de lo que espera el laico del sacerdote:

“Pero, junto a eso, los fieles pretenden que se destaque claramente el carácter sacerdotal: esperan que el sacerdote rece, que no se niegue a administrar los Sacramentos, que esté dispuesto a acoger a todos sin constituirse en jefe o militante de banderías humanas, sean del tipo que sean (Cfr. Ibidem, Decreto Presbyterorum Ordinis n. 6) que ponga amor y devoción en la celebración de la Santa Misa, que se siente en el confesonario, que consuele a los enfermos y a los afligidos; que adoctrine con la catequesis a los niños y a los adultos, que predique la Palabra de Dios y no cualquier tipo de ciencia humana que -aunque conociese perfectamente- no sería la ciencia que salva y lleva a la vida eterna; que tenga consejo y caridad con los necesitados.”

¿Y esto es lo que molesta a algunos?

A nosotros, aquellos que sabemos que la labor del sacerdote es fundamental y esencial en nuestra vida de creyentes, nos ha de importar bien poco lo que puedan decir de nuestros hermanos consagrados determinados discípulos del Mal. Sin embargo, no podemos ni debemos callar que se manifieste eso un día sí y el otro también. Por eso, al menos una vez al año, celebramos el Día del Seminario porque es importante que haya jóvenes que quieran entregar su vida a Dios y a su prójimo; por eso este año 2016 el lema de tal día lleva como título “Enviados a reconciliar”; por eso se nos ha proporcionados a los fieles una oración que, al menos tal día, deberíamos rezar con devoción:

“Dios Padre, que esperas con los brazos abiertos a cuantos se acercan a Ti, reconociendo su debilidad y su pecado. Ayuda a quienes tú eliges como ministros del perdón para que, respondiendo con generosa entrega, modelen su corazón con el signo de la compasión, la comprensión y el amor. Hazlos humildes ministros tuyos, presencia de tu misericordia en medio de este mundo, para que hagan eficaz en él la fuerza de tu fidelidad y de tu amor. Marca su vida con el signo de una compasión que no solo comprende el sufrimiento, sino que acude a socorrer a cuantos sufren. Transforma toda su persona en manos que acogen y acarician para ser «misericordiosos como el Padre». Por Cristo, tu Hijo, nuestro Señor, que se entregó por nuestra salvación. Amén.”

Nosotros agradecemos a los sacerdotes la labor que llevan a cabo, la misión que tienen encomendada y que cumplen lo mejor que saben y pueden.

Por cierto, en la reflexión que han preparado nuestros pastores para el día citado arriba se dice esto:

“El sacerdote es un amigo del Señor llamado a continuar su misión: construir el Reino de Dios. Como el Maestro, el discípulo, que siente su debilidad con acuciante dolor, sabe que su misión se vuelca hacia los más necesitados, para brindarles ‘la primera misericordia de Dios’ y hacia los pecadores, para invitarlos a que inicien el camino de vuelta a la casa del Padre.”

¿Es que eso no es bueno?

El sacerdote, que continúa la labor de Cristo, no puede ser (no podemos permitir que lo sea) zaherido, como hemos dicho arriba, como si se tratase de una especie de esbirro del “opio del pueblo”. Ni podemos permitirlo ni podemos callar cuando, por ejemplo, se les pueda acusar de la comisión de delitos (ya sabemos a los que nos referimos) que luego, muchas veces, son demostrados falsos. No.

Estamos agradecidos a los sacerdotes. Y eso ha de quedar más que claro.

Por cierto, en el Jueves Santo del año 2006, el emérito Benedicto XVI trató, en su homilía, del sacerdocio. Dijo esto que sigue:

“Ser sacerdote significa ser amigo de Jesucristo, y serlo cada vez más con toda nuestra existencia. El mundo tiene necesidad de Dios, no de un dios cualquiera, sino del Dios de Jesucristo, del Dios que se hizo carne y sangre, que nos amó hasta morir por nosotros, que resucitó y creó en sí mismo un espacio para el hombre. Este Dios tiene que vivir en nosotros y nosotros en él. Esta es nuestra llamada sacerdotal: sólo así nuestra acción de sacerdotes puede dar fruto.”

Y luego hay quien denigra a tal hijo de Dios entregado al Creador y al prójimo.

 

Eleuterio Fernández Guzmán
eleu@telefonica.net