Fe y Obras

Imagen de niño muerto en la orilla

 

 

04.09.2015 | por Eleuterio Fernández Guzmán


Seguramente a estas horas todo el mundo, mínimamente informado y que no viva aislado, conoce la noticia, la aberrante noticia.

Es posible que alguien pueda decir que en situaciones similares es posible que pase eso todos los días del año. Pero no nos referimos a una muerte, digamos, por accidente en, por ejemplo, tiempo de descanso. No. Queremos decir que este caso muestra mucho de cómo anda el mundo y, sobre todo, hacia dónde va la humanidad.

El caso es que el niño, cuya imagen de su cuerpo inerte ha recorrido rauda por el occidente tranquilo, tiene nombre: Aylan. Y murió en el intento de alcanzar costas mejores que aquella donde entregó su vida. Al parecer a su padre se le escaparon de las manos tanto Aylan como Galip (de cinco años), otro hijo, que también murió en el mismo lugar aunque sólo tenemos la imagen del primero de ellos.

Hay que ser un desalmado para que a uno no se le encoja el corazón y se le ensanchen las manos con las que repasar la cara de los mandatarios que, hasta la fecha que se sepa, miran para otro lado o, como mucho, se limitan a evitar que los que huyen de la guerra en Oriente Medio entren en la Europa tranquila y cobarde. Es más, alguno de los mandatarios se ha limitado a decir que si no se produce un reparto de tales personas entre las naciones de Europa se volverán a cerrar las fronteras. ¡Hala!, lo único que se les ocurre es cerrarse y mirar para otro lado.

El caso es que Aylan ha producido, al menos de momento, una reacción muy sana: la respuesta de aquellos que nada pueden hacer frente a los poderosos. Es decir, a la gran mayoría de la población no le gusta nada de nada que pase lo que está pasando. Sin embargo, al parecer no puede hacer nada porque sus gobernantes se encargan de que aquellos que quieren huir de la guerra, contra la que tales gobernantes nada hacen por parar, no se introduzcan en sus casas.

Esto es, simplemente, vergonzoso. Y lo es porque causa vergüenza (no siempre ajena, es cierto) que nada se pueda hacer para evitar muertes como la de Aylan. Y poco importa que el mismo fuera musulmán o budista. Lo que importa es que era un niño de 3 años de edad y toda su vida por delante. Y digno, con toda la dignidad intacta por ser un hijo de Dios que había puesto el Creador en el mundo en manos de sus padres para que le diesen eso que damos en llamar conocimiento y vida.

Al parecer, hay quienes prefieren muertes como ésta. Y me refiero a los que, directamente y por su acción de guerra, están provocando un éxodo tan masivo que hace muchos años que no se recuerda algo así. A la desesperada, sin saber qué va ser de sus vidas, hay miles de personas que están huyendo de sus hogares y, dejándolo todo allí donde lo tenían, han partido hacia su particular desierto cual Abrahanes pero sin destino asegurado por Dios sino cancelado por el hombre desde el primer paso que dieron hacia no se sabía dónde.

Nosotros podemos pedir a Dios por el alma de Aylan (y de todas las personas muertas en similares circunstancias o en la misma guerra: cristianos, musulmanes o sin fe alguna pero seres humanos con todo el derecho a vivir) pero también podemos dar un puñetazo sobre la mesa y decir que hasta aquí hemos llegado.

Y esto lo decimos para que no vaya a decirse que otorgamos al callar. De eso nada.

 

Eleuterio Fernández Guzmán
eleu@telefonica.net