Fe y Obras

¡Qué raro es todo esto de Caram y Forcades!

 

 

28.05.2015 | por Eleuterio Fernández Guzmán


A esta altura de la película todo el mundo sabrá quienes son Lucía Caram y Teresa Forcades. Pero, por si alguien no las conoce diremos que son dos religiosas (argentina la primera y española la segunda) que no acaban de comprender ni qué son ni a qué se deben ni, sobre todo, qué no deben hacer ni actuar en según qué sitios.

El caso es que ambas religiosas que, por cierto, no se quitan el hábito jamás de los jamases y muestran que es, hasta posible, hacer uso del mismo con aviesas intenciones mundanas, no entienden lo que supone eso de dar al César lo que es del César a Dios lo que es de Dios.

Decimos esto porque no contentas, al parecer, con la vida religiosa que deberían llevar, ambas dos se lanzaron, hace ya tiempo, a utilizar la misma para inmiscuirse en la vida política de España. Y lo más curioso es que, junto a adoptar, para sus adentros y sus afueras, opciones políticas de izquierdas hacen lo propio con la ideología de las mismas. Entonces, apoyan el aborto y todo lo que tenga que ver con llevar la contraria a la doctrina católica.

Resulta curioso, por otra parte, que aun no se les haya dicho algo. Esto lo decimos porque no son dos religiosas que han salido ayer por la mañana a predicar el antievangelio y a posar con personas francamente mejorables. No. Son dos religiosas que llevan unos cuantos años diciendo cosas fuera de lugar en lugares fuera de lugar y haciendo de su capa (su hábito) un sayo que prestan sin ton ni son a todos aquellos que no dudarían (no dudaron en tiempos pasados) en quemar el sayo y a la persona que lo llevaba. Pero ellas hacen como si quisieran congraciarse con el mundo. Y se han convertido en dos religiosas que tergiversan su fe (su presunta fe) y se han entregado al mundo, a la mundanidad y a lo peor de lo peor que hay en el mundo y en la mundanidad.

Se dice, por cierto, que Lucía Caram lleva a cabo abundantes obras de caridad. Y eso está muy bien. Pero debería hacer, con ella misma, una obra de caridad que le iría la mar de bien y que consistiría en retirarse del mundanal ruido, guardar un prudente silencio y correr a enclaustrarse donde debe estar enclaustrada porque, recordemos, es religiosa ¡de clausura!

En realidad, todo esto pasa porque quien corresponda no hace lo que tiene que hacer y las conmina, con gravedad, bien a dejar la vida que llevan, bien a dejar la vida religiosa y a dedicarse al mundo. Ahora bien, esto no lo harían ellas jamás porque si se les quita el hábito no son nada de nada. Bueno, serían personas pero, claro, del montón.

Y eso a ellas, ser del montón, no les va nada de nada. Y es que son puras folclóricas del hábito. Y eso, se diga lo que se diga, es una verdadera pena.

 

Eleuterio Fernández Guzmán
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