Fe y Obras

Cambiar nuestros corazones

 

 

25.10.2013 | por Eleuterio Fernández Guzmán


Lo que va a suceder, al menos en España, la madrugada del domingo 27 de octubre, es algo que viene sucediendo desde hace ya demasiados años. Nos referimos al cambio de hora (ahora toca atrasarla sesenta minutos, de las tres a las dos de la madrugada) que ocasiona no pocos problemas y que pocas personas entienden las razones profundas de que tengamos que hacer eso.

En fin…

Sin embargo, sí hay algo que bien podríamos hacer de vez en cuando si es que no es necesario demasiado a menudo. Deberíamos, imperiosamente, cambiar nuestros corazones pues tal cambio, de ser a bueno y mejor, sí que sería una gran ganancia para nosotros y para nuestro prójimo.

En el denominado Canto de Ezequiel dice Dios, en un momento determinado (Ez 36, 26-27) lo siguiente:

“Y os daré un corazón nuevo, infundiré en vosotros un espíritu nuevo, quitaré de vuestra carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne. Infundiré mi espíritu en vosotros y haré que os conduzcáis según mis preceptos y observéis y practiquéis mis normas.”

Pues bien, sobre esto, en la Catequesis del Beato Juan Pablo II, el 10 de septiembre de 2003, dijo lo siguiente:

“De nuestro pecho será arrancado el ‘corazón de piedra’, gélido e insensible, signo de la obstinación en el mal. Dios nos infundirá un ‘corazón de carne’, es decir, un manantial de vida y de amor (cf. v. 26). En la nueva economía de gracia, en vez del espíritu vital, que en la creación nos había convertido en criaturas vivas (cf. Gn 2,7), se nos infundirá el Espíritu Santo, que nos sostiene, nos mueve y nos guía hacia la luz de la verdad y hacia ‘el amor de Dios en nuestros corazones’ (Rm 5,5)”.

Corazón nuevo, corazón de carne. Y el mismo frente al corazón viejo, corazón de piedra, por lo duro y falto de misericordia y de espíritu que perdona y comprende al prójimo.

Por eso es muy importante, primero, entender qué significa que los discípulos de Cristo debemos tener corazón de carne; segundo, que apliquemos tal entendimiento a nuestras vidas pues, de otra forma, difícilmente podremos decir que damos frutos y, tampoco, que somos fieles hijos de Dios.

Cambiar el corazón ha de ser una prioridad para un católico.

Así, por ejemplo, dejar de manchar el nombre de los hermanos en la fe por cualquiera fruslería ha de suponer tal cambio de corazón.

Así, por ejemplo, tener en cuenta, verdaderamente, al necesitado ha de suponer un cambio de corazón a uno de carne que sufre con el que sufre.

Así, por ejemplo, perdonar cuando se nos ofende (¡tanto decimos eso en el Padre Nuestro!) ha de suponer un notable cambio de corazón, una verdadera demostración de lo que supone ser hijo de Dios.

Así, por ejemplo…

En fin, cada cual puede poner, tras los puntos suspensivos, aquello que, para sí mismo, puede suponer un cambio de corazón. En conciencia, como debemos conocernos, nada mejor que cada cual sepa, a conciencia cierta, qué debe cambiar para que el Canto de Ezequiel, citado supra, signifique algo verdadero y cierto.

Dios espera, de sus hijos, que se comporten como tales y, por lo tanto, que no se anden con subterfugios a la hora de darse cuenta de qué es lo que en sus espíritus no anda bien y de qué es lo que debe mudar, venir a ser otra cosa.

Eso, en verdad, sí que sería un buen cambio de corazón y no el de ciertos cambios de hora que no hay quien entienda.

 

Eleuterio Fernández Guzmán
eleu@telefonica.net